Poesías de la estrella galicia I

Era uno de esos días de trabajo y resaca farandulera. Por aquella época trabajaba de tarde en un hospital vigués y eso suponía que podía dedicar mis noches en locales de música en directo tan buena como: O galo do vento. Esos sitios son una delicia. Podías pedir una estrella y escuchar durante horas al artista de turno. No es que fueran del todo buenos pero diablos suelen ser gente joven que hablan de chicas o chicos jóvenes. Por cierto, por aquellas época y en esos sitios hasta las mujeres solían hablar de mujeres preciosas en vez de bonitos hombres así que eso suponía que sería complicado que me tocara algún espectáculo contrario a mis gustos. No a muchas personas se le escapa la belleza de unos delicados pechos desligándose del sujetador o dejándose ver en el desvestir.

El caso es que solía levantarme sobre las dos de la tarde y teniendo en cuenta que entraba a las tres y que me gustaba entrar mínimo quince minutos antes de la hora por hacer ver mi compromiso y que vivía a unos diez minutos del hospital y que ya que mi rutina era la de levantarme a las 14:00 y salir del trabajo a las 22:00 eso significaba que a penas tenía tiempo para ir al supermercado y comprar algo de papeo. Era una odisea conseguir algo que me quitara el hambre y el sabor de resaca de mi cavidad bucal. Suena a cursi pero de aquellas el pensamiento de tu recuerdo era suficiente como para llenar mi estómago y vaciar mis huevos. En realidad, ya han pasado años y sigue siendo así.

Una vez entrado en el hospital comencé con la rutina diaria: escuchar el cambio de turno que mi compañera me da diariamente sobre la mañana de los pacientes, pasar la visita a los doce pacientes que me asignaban y apuntar todo lo que me parecía importante como el aparataje que les habían enchufado (entre otras cosas), sacar la medicación, limpiar el carro, repartir la medicación... pero a eso de las 19:40 comenzó a salir a chorro de la nariz de la paciente de la habitación 669-2 un montonazo de mierda roja. La señora lucía perdida pero no por el sangrado. La señora parecía perdida y punto. Yo saqué un paquete de compresas de mi bolsillo lo más rápido posible pero fue inútil ya que todo ese contenido acabó manchando las sábanas, las balderas, el televisor, las paredes, la cara de la vieja de la cama de al lado y a todos los jodidos familiares de la habitación. Mis ojos estaban manchados de todo el líquido así que fui al baño a limpiarme y aproveché para activar la alarma. Cuando al fin pude limpiarme los ojos solo vi un flaco cuerpo morado tirado sobre la roja habitación. Vaya puta mierda, con lo bien que me iba la jornada y ahora tendré que dar explicaciones por todo esto. Bueno, al menos ahora me tocan 11 en vez de 12 pacientes. No iba del todo mal la cosa.