Poeta enajenado

Cuando nací, lo hice descalzo en mal día,
Me arrojaron desnudo y me atizaron,
Luego condenado por ser a Dios ingrato,
Por pensar alto, por mi sarcasmo y favila.

Cual sodomía de los groseros mundanos,
Fue mi espíritu confinado y me educaron,
Castigaron mis palabras con todo escarnio,
Pues eran como espada en un nuevo Atila.

Pero la voluntad se mantiene a ella misma,
Y semeja al botón que se abre al suave rocío,
Y sola escurre por la montaña hacia el río,
Fue calzada de gracia, se alejó de la cima.

Y el fuego de la realización no se ha apagado,
Antes opaco por el nubarrón de lo elegíaco,
Antes oculto por el hábito hipócrita del sacro,
Siempre vigente cual todo estímulo cardiaco.

Despabilado entre tantos espíritus menguados,
Dichoso me entregué al don de aquel regalo,
Movido por la sed de la Verdad e inanimado,
Precioso voto me enternece: ser profeta alado.

Pero no me impresioné por la certeza del mandato,
Elegido para creer en lo que no tiene algún relato,
Hecho loco para ver cómo se labran los naufragios,
La creación es mi cosecha: cual poeta…no creado.