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Protocolo de los Dioses

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Orfelunio, 23 de Septiembre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 1524

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Protocolo de los Dioses



    Aquel día, como otro cualquiera, despertó a Romano la claridad de la mañana, que unas pequeñas nubes intentaban sombrear de grises, y dibujaban figuras, presagio de una tormenta pasajera en un verano caluroso. No sabía que esa noche, donde Agosto acude con la humedad propia de los vientos de mar, le traería el frío insoportable de una luna violeta y borrascosa.

    Antonia se había marchado con su tío. Ella era veterinaria, y la requería una amiga común para el parto de la yegua que Romano tanto admiraba. Romano le hizo saber que durante su ausencia iría a visitar a un amigo en la campiña, a doscientos kilómetros de donde residían. La excusa del parto les sirvió a ambos para encontrarse con sus respectivos amantes. Los dos decidieron aprovechar la ausencia del otro, para preparar la cita de encuentro en su propia casa. Romano, que nunca se marchó, esa misma mañana llamó a Raúl y quedó con él para la cena. Antonia acompañó a su tío, advirtiéndole que los dos debían guardar el secreto. Su tío estaba casado con Blanca, paralítica desde hacía varios años. Las visitas a Antonia eran la perfecta excusa para frecuentar los burdeles donde desahogaba los imposibles que su mujer no podía ofrecerle.

    La yegua murió en el parto. El potro se salvó. Blanca recuperó su movilidad. El tío enfermó de sífilis y Romano de sida. Aunque Raúl nunca acudió, Antonia se quedó muy sorprendida con la presencia de Romano en la casa, cuando acompañada de la dueña de la yegua, llegaron con el propósito de darse un baño antes de salir de fiesta a un club de lesbianas. A Olvido le gustaban las mujeres, pero era bisexual; había tenido un encuentro con su tío, y ella lo sabía. La sorpresa fue mayúscula. Romano, explicó que a última hora decidió cancelar el viaje; y ella, que volvió a casa con la intención de recoger el equipaje, que su tío, por Olvido, y por despiste, había dejado en la entrada de la habitación. Llamaron al timbre… Era el amigo, que llegaba con Saturno, el tío de Antonia, al que le daba lo mismo montañas que playas, carnes o pescados. Decidieron todos comerse el banquete preparado, la yegua, que murió por no ser atendida… Sólo faltaba Blanca; pero Blanca era Raúl después de ser operada.

    Todos reunidos se dispusieron a tomar asiento, cuando una voz majestuosa y llena de antigüedad, clamó con la fuerza del trueno dando las gracias por el sacrificio ofrecido:

    “Llegan aromas a mis estancias
    y el Olimpo se llena de gratitud.
    Que vuelva Anquises, Héctor y Eneas.
    Que Ayax furioso recupere la razón.
    Que el valiente Aquiles guarde sus armas.
    Que Odiseo terrible no queme Troya
    y eche la máquina al mar.
    Que Juno intervenga, no con el odio,
    sino en señal de Pan voraz.
    Que Eolo cambie los vientos
    y que Dido reine en Cartago;
    y por Cupido embaucador,
    quien de una Helena esté enamorado,
    que busque Roma, sin que muera Ilión”

    Así comenzó la fiesta… Y Júpiter lloró, cuando Virgilio con sus Eglogas, divina intervención, puso fin a aquella Eneida que el Olimpo intervino, que un Mecenas acogió, que un Homero en lo más alto a un Horacio le legó, lo que un César y un Octavio por un imperio no quemó; y ofreciendo el sacrificio aquel Paris, que con la flecha de Apolo sajó el talón… Disertando, Venus que se despierta, y en la yegua hizo el milagro, resucitó. Antonia fue el hechizo de su trabajo. Todo sea por el amor. Y celebrando, oyóse a Baco:

    “Mi frío vino de humedades
    rocíe a vuestras almas,
    y sacie a hombres como a animales,
    para que el sueño deje sus calmas
    y borrascosas queden sus sombras”

    Lulo, pusieron por nombre al potro; fundador de Alba longa y de los Julos, ascendientes de Rómulo y Remo.

    ¡Os dejo! -Clamó Júpiter. ¡Es cosa vuestra, todo está dicho!

    Quedaron a solas Romano y Antonia. La casa, rodeada de un nórdico helor, estuvo rozando los mundos de Hades. Llegaron pastores para ver el portento, pero Antonia y Romano no estaban para esos trotes, y decidieron cerrarse por dentro. Hicieron lumbre, y la casa ardió en llamas que la esperanza salvó. Y allá en lo alto, su vapor, como unas nubes en una mañana de un verano caluroso, que juegan a dibujar los antojos, se atisbó la sonrisa de Júpiter aromando el sagrado humo, holocausto de Sol.

    Miré tras la ventana entreabierta. La luna vestía un color violeta, Saturno devoraba a sus hijos; las calles olían a azufre… Cronos no asistió a la guerra, y Marte, preparado, hizo un pacto con Minerva y asumió la guarda de Gea, prostituta de un semidiós. Apolo se hizo oír desde el Oráculo de Delfos, y Laocoonte, devorado por Caribea y Porce, al rozar las alas de la verdad, sacrificó a sus hijos y así mismo por querer destruir el engaño, el falso regalo, protocolo de los Dioses.
     
    #1
    Última modificación: 23 de Septiembre de 2011

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