Psicoanálisis

¿Quién será la siguiente en robarme el corazón -qué chuminadas escribo cuando no se me ocurre nada-?
Se convertirá, de a poquito, en una obsesión sin precedentes.
Quizá no crea en el amor.
Por si esto es lo más parecido a un poema de amor que puedo escribir, me cubro las espaldas.
No me mires, mírame.
No me hables, háblame.
No me beses, bésame...
Ni con ésas colgaría la pluma.
Hay poetas y poetas.
Les felicito.
Yo no poseo esa facilidad para plasmar la belleza de lo que me rodea.
La quisiera para mí, pero no la tengo.
Y es que me falta algo imprescindible para ello:
El sentimiento.
Me casaría con todos ustedes, en verdad, para descubrir la verdad sobre ustedes.
Investigar cada rincón de su mente.
Sin admirarles, pero con el convencimiento de que son el sustento de la raza humana -qué sería de ella sin sentimiento. ¿Se imaginan? Un hervidero de neuronas-.
En verdad, soy incapaz de amar.
No quiero amar.
Me gusta analizar las cosas para huir de mis obsesiones y miedos.
Por tanto, les engañaría si les dijese que les amo.
No.
Amo el conocimiento.
El convencimiento.
La seguridad.
Todo ser humano ama eso.
Pero ello no nos convierte en sabios.
Solo en completamente necesarios los unos para los otros.
Poetas, no les envidio.
No les amo.
Ni siquiera les conozco.
Pero saber que ustedes están ahí me tranquiliza.
Sé que sí.
Al menos sé que otros pueden sentir, o que aparentan hacerlo, o que se esfuerzan en hacerlo, o que se esfuerzan en aparentar hacerlo.
Nadie puede robarme el corazón.
Yo, poetas, estoy cansado.
Cansado del esfuerzo más grande de mi vida.