Psicoanaliza esto

Vivíamos en un edificio familiar con innumerables pisos. Las habitaciones no estaban distribuidas de forma regular, estaban superpuestas. Las baldosas de los suelos, cuando las habían, eran dispares, y las paredes, empapeladas, pintadas o incluso sin encalar, tenían distinto grado de conservación. Los escasos muebles, de variado tamaño, material y estilo, estaban en mal estado, en desuso o tapados con sábanas, encontrando desde una habitación vacía hasta un trastero improvisado con muebles apilados. No había ascensor, sólo una inmensa escalera zigzagueante inacabada en cuyo ascenso, las baldosas se transformaban en cemento, el cemento en grises bloques, y estos, en bocetos del Paint. No existía más puerta que la que daba al exterior, aunque no tuve el placer de conocerla. Los accesos eran simples vanos rectangulares con marcos de madera manchados de pintura. Dentro de este caos, había ventanas desiguales y majestuosas, siempre con formas curvas, bien pintadas en tonos pastel, permitiendo pasar una agradable luz por los cristales en el centro y por las claras y largas cortinas de seda en los laterales.
Convivíamos con cucarachas. Llegaron antes que nosotros, así que no sabemos quién redactó el contrato de convivencia según el cual las dos especies coexistían en la misma vivienda bajo la ley de la ignorancia mutua. Para nosotros formaban parte de la decoración. Para ellas, éramos una subespecie que había perdido la capacidad de ser.
La intimidad era una tipo de ego al que nadie quiso dar de comer. Mis vecinos eran mi familia. No soy capaz de recordar mi vida sin ellos. Todos éramos huérfanos olvidados por alguien a quien nosotros también habíamos olvidado, ocupas en una casa que se nutría de los recuerdos que ya no queríamos. Los huéspedes iban y venían, pero solo dos de mis hermanos estaban conmigo desde el principio. Él tenía ascendencia mitad india. Ella, mitad hindú. Yo era otra chica del montón. Los tres, pisábamos el mismo camino.
Era por la mañana y llevaba un pijama compuesto de pantalón a rallas lilas sobre fondo blanco y camisilla blanca con un dibujo infantil. Me acababa de despertar y desayunaba leche fría con cereales de la marca Golden Grahams en un comedor. Las paredes eran de tonos violáceos y el suelo tenía baldosas cuadradas con colores alternos, la primera vez. El envoltorio de la habitación cambiaba desacompasadamente como si se hubiese decorado con cabellos de Delirio. Tenía un viejo y pequeño escritoriopiano de cocobolo a la derecha, al lado del vano de entrada al piso; frente a mí, un vano daba acceso a una de las cocinas; a la izquierda había una esquina profunda y oscura a la que solo se podía mirar por el rabillo del ojo; y detrás, una de las luminosas ventanas, por la que daba la sensación de que se asomaría un coloso a mirar qué hacían las muñecas. Estaba sentada en una silla que no vi, frente a una mesa de madera color miel, brillante y suave gracias al barniz. Quería acariciarla pero no lo hice, porque pensé que sería raro. A veces había un jarrón con flores.
Aparecieron mis hermanos y se sentaron frente a mí en la mesa. No lo pensé en el acto, pero ahora lo recuerdo como si él fuera de nuevo el Sombrerero Loco, aconsejando a una coneja histérica que por lo visto no hace más que perder el tiempo (con respeto, sinceramente la admiro desde la distancia). Al final no sé si estaba desayunando Golden Grahams o si eran mis crujientes y dulces inseguridades.

 

No estás desencaminada, me basé en un sueño que tuve. Les doy mucha importancia, son una forma inconsciente de creatividad, a veces tan difícil de entender y otras son tan reveladores. No hay fuente de inspiración que me haya hecho tan libre de crear.
El título es por el padre del Psicoanálisis, que tanto estudió los sueños y a la vez es una ironía personal.

 

Creo que hay muchos edificios parecidos al detallado por usted, edificios abandonados y medio derruidos donde conviven personas que han caído en desgracia, o también puede ser consecuencia de fumarse un porro de marihuana y alucinar libre jajaja... En todo caso, excelente narración. Ha sido un placer pasear por sus letras. Se le saluda afectuosamente.

 

¡Gracias por la visita! Hay sustancias que podrían haberme llevado a este relato, pero soñar es más sano jeje.