Púgil

Llegó como púgil harto de bofetadas
con una botella de vino para atemperar el deseo,
la frente perlada de gotas de sudor
corona de un reinado de frustración,
y viejas botas cubiertas
por el polvo de cien caminos.
Tal vez ella ni siquiera pudo verle,
el cayó como rayo del amor,
como chaparrón de cuentas verdes rotas
cuando un collar se arranca tirando del cuello,
y el tirón las arrastra y golpean contra todo,
y se diseminan rebotando en trayectorias cruzadas
y al final desaparecen bajo los muebles.
Tal vez ella, testigo presencial de un delirio
en fulgor de piel y de alma
que queman sin despedir humo,
apenas un calor fosforescente
como en una noche de luna de verano,
o como una brasa medio invisible
enterrada en la ceniza, que se opaca
con la luz del alba,
no hubiera ni siquiera
apenas presentido
ni un segundo desgajado de su amor.
El casi llegó al borde de su cama
y ella se sentaba allí
con su falda roja y su mejor sonrisa
y bebieron juntos pero ella
fue como si no le viera
como si apenas le adivinara
surgiendo de una bruma rara,
o como si no pudiera oir cómo a él
se le terminaba el aliento, se moría,
o renacía en la figura de otro hombre
que aún tendría que reconocerse en el espejo
o en la superficie de un río
velando por asirse con la fuerza necesaria
para no caer, descender braceando hasta el fondo,
pegar los labios en el limo para siempre
y fundirse con el azogue.

-José M. Paramos Veiga.