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Quetzalli Y Coatl

Tema en 'Prosa: Infantiles' comenzado por Mauro Alexis, 6 de Junio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 895

  1. Mauro Alexis

    Mauro Alexis Poeta recién llegado

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    Quetzalli surcaba el cielo matutino, como si nadara en la troposfera; sus alas aleteaban de a ratos, para mantener la altitud, luego las colocaba en posición de planeo. De esa manera ahorraba energía para cuando tuviera que gastarla en conseguir algo de comida.

    Para las águilas, es común ver las cosas desde arriba, sin comprender del todo las preocupaciones de la vida terráquea, ni de sus protagonistas. Sin embargo, comparten con estos algunas características; quizá la más importante sea la subsistencia, en otras palabras, la incesante búsqueda de alimento. Era precisamente esto sobre lo que trabajaba Quetzalli, cuando divisó allá a lo bajo algo en pleno movimiento. Y era en evidencia un movimiento vital.

    Había pasado buena parte del tiempo desde que clareó intentando encontrar algo de comida para sus crías. El Sol ya se había elevado demasiado como para seguir en esa búsqueda. Así que el hecho de que algo se moviera sobre la tierra era muy buena noticia. Quetzalli agudizó sus ojos lo suficiente como para poder contemplar a su presa en tamaño, forma y color.

    Cōātl se arrastraba sobre la tierra arenosa del pastizal, jamás viajaba de otra forma, de hecho no podía hacerlo aunque quisiera, pues era una serpiente. A menudo meditaba acerca del modo en que la naturaleza había determinado cómo se movería: deslizándose. Otros animales podían volar por el cielo, otros nadar por el agua sin problema alguno, una enorme mayoría podía correr sobre la tierra o al menos caminar. Cada vez que reparaba en su inevitable destino como rastrero suspiraba en su mente, por supuesto no con su boca, pues las serpientes no pueden suspirar… «Ni volar, ni nadar, ni caminar», pensaba.

    De un momento a otro, pasó de viajar a gran velocidad sobre la tierra a elevarse sobre ella, cada vez más y más. Cuando las rocas y las plantas comenzaron a verse verdaderamente pequeñas, se percató de que apenas podía moverse. Algo cogía su cuerpo con firmeza y lo llevaba a través del aire, ¡era un águila real… y lo había tomado como presa! Pudo ver sus dos garras envolviéndolo en dos puntos estratégicos, por lo que le resultaba imposible desprenderse de la inmensa ave. De todos modos, hacerlo significaría una caída segura, y a la altura en que se encontraba ahora, también significaría una muerte segura. Si hubiera sabido el modo en que la naturaleza y el destino lo contrariarían, no se hubiera aventurado a maldecir su vida serpentina.

    Aunque las nubes se veían más cercanas y el cielo ofrecía colores más variados y bellos en las alturas, la idea de tener que pagar con su vida el coste de dicho espectáculo, no le agradaba en absoluto. El hecho era sencillo: El águila estaba dispuesta a devorarlo. Así que de inmediato se vio obligado a idear un plan para escapar.

    — ¡Has cometido un grave error, maldita águila!— espetó. Pero su captora no respondía— No sabes la clase de bestias peligrosas que las serpientes somos, ¡en especial las de cascabel! —pero el águila no respondía aún. No, tenía su mirada fijada en el horizonte y el semblante serio, como si nada pudiera perturbarla. Sin embargo, se encontraba pensando... en qué clase de animales serían las serpientes de cascabel. Nunca había cazado una antes. Aunque algo era seguro: ¡Tenían muy mal humor!

    — Deberías aprender algo sobre los hábitos de las criaturas que te propones almorzar, antes de atreverte a molestarlas —prosiguió Cōātl, con una velocidad en la voz que comenzaba a resultarle fastidiosa a Quetzalli— ¿Sabes por qué tenemos cascabeles? — y el águila seguía sin emitir palabra — Bien, te lo diré a pesar de tu falta de educación. Los cascabeles nos sirven para comunicarnos a distancia, entre otras cosas.

    Mientras avanzaba en su monólogo, Cōātl pudo observar que se estaban acercando a un monte bastante empinado. No era necesario tener mucha imaginación para suponer que en alguna de esas rocas se encontraría el hogar del águila. ¡El tiempo se le acababa!

    — Para cuando aterrices sobre tu hogar, una decena de hermanas mías habrán llegado para masacrarte a ti y a tu familia —pudo notar un leve sobresalto en el semblante del águila, así que continuó con su amenaza— Cuando dé un chasquido con mi cola, la señal dirá que hay comida —el águila parecía comenzar a preocuparse— Cuando sume un segundo chasquido, las señal será que todas mis hermanas estarán invitadas al banquete. Creo, amiga, sin ánimos de atemorizarte, que esto último debería preocuparte.

    Y realmente así fue, Quetzalli estaba llevando comida nada más ni nada menos que para sus crías, quienes correrían un gran riesgo si muchas serpientes se acercaban a su nido. Ya estaba a pocos aleteos de aterrizar sobre la montaña y el sentido del peligro comenzaba a afectarla a ella también. Sus hijos no estarían a salvo si les llevaba esa serpiente. ¡Tenía que arrojarla, dejarla caer! La situación se le había escapado de las garras.

    — Dime, serpiente, ¿qué significan tres chasquidos de cascabel? — Habló al fin Quetzalli, tan sólo para preguntar aquello.

    — ¡¿Pero es que todas las águilas son así de ignorantes?! —exclamó indignado, Cōātl— Todo el mundo sabe que tres chasquidos consecutivos de un cascabel son una señal de falsa alarma. Sabe bien que cuando estemos por llegar a tu guarida llamaré a mis hermanas como he prometido y acabaremos contigo y con quien sea que se encuentre en el lugar —«Falsa alarma» repitió Quetzalli en su mente; pero no volvió a pronunciar palabra alguna, mitad miedo, mitad precaución.

    Estaban a punto de llegar, Quetzalli podía ver su nido ya en la cercanía. Cōātl, las rocas a una distancia no letal. Era entonces el momento oportuno para finalizar su ardid, si el ave lo dejaba caer a esa altura podría escapar sin sufrir heridas de gravedad. Entonces, un chasquido sonó en la inmensidad del Pastizal de Chihuahua. El águila giró su dirección hacia la derecha, prolongando el aterrizaje un poco. Un momento después, sonó el segundo chasquido del cascabel de la serpiente. Si la información que Quetzalli había obtenido por parte de su presa era cierta o falsa, era una cuestión trascendente, pero inservible a estas alturas. Todo estaba dicho, todo estaba hecho. Al parecer era un asunto de vida o muerte para ambos, tan cerca del nido y de las rocas.

    Súbitamente, Quetzalli realizó un aleteo abrupto que provocó un tercer chasquido en la cola de Cōātl, esta vez involuntario. Y recordó una vez más el águila: «Falsa alarma». Y recordó la serpiente también: «Falsa alarma».

    Así fue que la serpiente supo que había brindado demasiada información —aunque falsa— a su captora. Mientras, profería sus últimos insultos y contemplaba cómo una volatería de aguiluchos lo rodeaba allí en el nido. Y unos momentos después, ya no profirió más nada.

    Moraleja para águilas: «Observen con detalle,

    Las presas no son cosas.

    A veces son audaces

    Y siempre peligrosas»



    Moraleja para serpientes: «Si una serpiente piensa en un engaño…

    Que no se geste en él su propio daño»
     
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