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Quise arrancarme del alma

Tema en 'Poemas Melancólicos (Tristes)' comenzado por José Antonio, 6 de Noviembre de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 585

  1. José Antonio

    José Antonio Poeta recién llegado

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    20 de Septiembre de 2006
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    Quise arrancarme del alma los años de mi sufrir y a pesar de mis deseos no lo pude conseguir.

    Aunque no estaría yo solo en este devenir amargo, además de mi pobre madre me acompañarían mis hermanos.

    En la comarca de los Vélez y en plena guerra civil, mis padres arañaron la tierra para poder mal vivir.

    A pesar de los esfuerzos por sacarnos adelante, la situación se agravó más, con la muerte de mi padre.

    En un accidente fatídico se clavó el filo de una hoz, nada se pudo hacer y su vida se apagó.

    En el mayor desamparo sin dinero ni posibilidades, difícil lo tenía mi madre para salir adelante.

    A pesar del bienestar que disfrutaba mi abuelo, le negó el pan y la sal a sus cinco nietos hambrientos.

    Ante el drama de mi padre y viendo que se moría, mi madre se lo llevó al hospital de Almería.

    Allí permaneció a su lado en una larga agonía y sus hijos en desamparo ignorados por la familia.

    Diez años eran muy pocos, pero fueron suficientes, para que mi hermana Isabel se hiciera cargo de nosotros.

    Gracias a su responsabilidad y a la caridad de los vecinos, nuestras vidas no se quedaron a la mitad del camino.

    A pesar de estas ayudas, nuestras penas fueron grandes, y entre sollozo y sollozo no paramos de clamar la presencia de mi madre.

    Aun con todas las riquezas que mi abuelo poseía, a sus nietos le negó hasta el agua que bebían.

    Lentamente la tragedia nos fue ganando terreno y los vecinos reclamaron, la presencia de mi abuelo.

    Éstos le recordaron que así no podíamos estar ya que nuestra situación, era de extrema gravedad…

    Que seria conveniente a sus nietos recoger, ya que nuestra madre, aún tardaría en volver.

    Tras un fuerte discutir y oponiendo resistencia, cedió con la condición de que fuéramos repartidos entre él y mi abuela materna.

    Pero como siempre en mi abuelo, surgieron sus intereses y mi hermana con diez años, ya le podía servir para guardar su rebaño.

    En cuanto a Dolores y Rosa, mejor suerte acabaron por tener, ya que mi abuela materna, era una buena mujer.

    En la convivencia con mi abuelo, mucho podría contar, su tacañería era grande y racionaba hasta el pan.

    Gracias a mi abuela hambre no llegué a pasar, ya que con la harina me hacía un substitutivo del pan.

    Como tenía la tripa llena yo me negaba a cenar y mi abuelo la reprendía, que me tendría harto de pan.

    Mas ella le hacía ver, que el pan estaba intacto, como lo había dejado él.

    Peor suerte tuvo Isabel, ya que según el abuelo, ella tendría que ganarse lo que se pudiera comer.

    Fue capricho o fue el destino ya que todo coincidió con la muerte de mi padre, y el nacimiento Domingo.

    En el último suspiro, y en una larga agonía, entregó su alma a Dios sin nadie de la familia.

    Mi madre con cinco hijos y sin ayuda de nadie, muy difícil lo tenía para salir adelante.

    Aún siendo muy pequeños nos pusimos a trabajar, con explotadores de niños a cambio de casi nada.

    Con el trabajo de mi madre, fuimos mejorando algo, pero un estafador se interpuso, para hacernos mucho daño.

    Con habilidad y destreza supo convencer a mi madre, para que se uniera a él en pareja.

    Según este mal nacido, en Valencia tenía una casa y si todos íbamos con él, nada nos haría falta.

    A las promesas del tirano, mi madre le hizo caso, vendiendo cuanto tenía, con su esfuerzo y su trabajo.



    Subimos a aquel tren que nos condujo a Valencia, menos mi hermano Domingo, que se quedó con mi abuela.

    Creo que fue bien acertado y se hizo lo correcto, él a su corta edad, no hubiera soportado aquel terrible sufrimiento.

    La mayor de mis hermanas fue llorando todo el viaje, ella ya intuía el dolor de aquel desastre.

    Temiendo perder el dinero de lo que se malvendió, se le entregó al villano y fue nuestra perdición.

    Al final de nuestro viaje como, era de esperar, se llevó todas las “perras” y no lo veríamos más.

    Para nosotros Valencia fue un mundo desconocido, acostumbrados al campo, nos encontramos perdidos.

    La situación de abandono a todos nos oprimía, pero a la pobre de mi madre, el mundo se le vino encima.

    Nuestra situación era caótica y no sabíamos qué hacer, sin medios de subsistencia y sin posibilidad de volver.
    No podíamos aguantar más aquellos días de infierno, sin tener para vestir y menos para alimentos.

    Nuestros cuerpos se debilitaban y nuestras lágrimas no cesaban, no teniendo dónde dormir, el suelo era nuestra cama y almohada.

    Al final creímos ver una luz en la oscuridad, nos llevarían a un colegio y todo se iba arreglar.

    Para conseguir el acceso, nos tuvimos que duchar, nuestros cuerpos estaban sucios delatando suciedad.

    Para llevar a cabo la orden, vinieron dos autoridades, ellos nos acompañaron a las duchas municipales.

    Fui separado a la fuerza de mis hermanas y mi madre, y el encargado de las duchas estuvo a punto de violarme.

    A partir de este momento, dejé de ver a mi madre, mis lágrimas no cesaban y mi sufrir era grande.

    Una vez que nos duchamos, dos hombres se nos acercaron, y en el orfanato nos encerraron.
    Medio a rastras me llevaron al pabellón de los niños, y pude ver en sus caras que les faltaba cariño.

    A pesar de mi corta edad, pronto pude darme cuenta, que allí recogían a los niños huérfanos de la guerra.

    Igualmente a mis hermanas, dos monjas las secuestraron, no permitiendo que nos viéramos durante aquellos largos años.

    A uno de mis cuidadores le llamaban el señor Ramón, su relación con los niños, era de maltratador.

    Siempre en plan amenazante, y con la porra en la mano, iba gritando de cama en cama: “¿a ver, quién se ha orinado?”

    Si algún niño no lo podía evitar y había mojado la cama, aun pidiendo perdón, de la porra no se libraba.

    Sin embargo de Valentín, no podría decir lo mismo, era una persona buena, y beligerante con los niños.

    Al verme llorar sin consuelo, el señor Valentín me dijo: "no llores y vente conmigo que te daré un traje nuevo".

    Pero de traje no tenía nada, simplemente era un mono y una camisa de rayas.

    Con frío o con calor, éste fue el vestuario que me vi forzado a llevar durante aquellos largos años.

    Carecíamos de los medios para poder asearnos, por no tener no disponíamos ni de jabón para ducharnos.

    Igualmente de los piojos, no conseguíamos librarnos, la mayoría de los niños no parábamos de rascarnos.

    Nunca llegué a olvidar el hambre que allí pasamos, nos comíamos los desperdicios, y las cortezas de los plátanos.

    Uno de los castigos que más llegué a temer, era en el que te ponían de rodillas y te dejaban sin comer.

    De terribles enfermedades no conseguimos librarnos, y algunos las llevaremos para el resto de los años.

    Las enseñanzas de escolarización allí eran inexistentes, lo único que no olvidaban, era rezar constantemente.
    Mi corazón estaba triste y mis lágrimas no cesaban, sabiendo que a trescientos metros se encontraban mis hermanas.

    No tendría que existir esta gente tan cruel, estando ellas tan cerca no me las dejaron ver.

    A las cinco de la tarde el rosario había que rezar, y Domingos y días de fiesta a misa no se podía faltar.

    En la Iglesia me quedé sin poder pronunciar palabra, al entrar un grupo de niñas pude ver a mis hermanas.

    Mi alegría era tan grande que mi corazón se desbordó, intenté llegar hasta ellas y el señor Ramón me lo impidió.

    Ante el escándalo en la Iglesia, me hizo pagar mi osadía, me sacó de un brazo a la calle, y me pegó una paliza.

    En mi trasero y espalda yo recibí el castigo, con aquella famosa porra
    que él llevaba consigo.

    Según este superior, cometí un pecado mortal, además de confesarlo lo tendría que pagar.


    No comía alimento alguno y la tristeza me invadía, caí gravemente enfermo y casi pierdo la vida.

    No sé si fue milagro o pura casualidad, sin médico ni medicinas yo me conseguí salvar.

    Sinceramente yo creo que si puedo escribir aquí se lo debo al señor Valentín.

    Para mí el tiempo se detuvo y el sol no volvió a brillar y durante todos aquellos años, yo viví en la oscuridad.

    Tenía mucha sed de madre y mi tristeza no cedía, deseaba con toda mi alma que acabara mi agonía.

    Lo que yo no percibía, es que se iba acercando el día en el que la vería.

    Un día el señor Ramón me llamó con insistencia, “sígueme y no tengas miedo que te tengo una sorpresa”.

    No me lo podía creer, tras aquella puerta de rejas a mi madre pude ver.

    Quise darle un abrazo pero la puerta me lo impedía, ya que en aquella cárcel de niños, las visitas estaban prohibidas.
    Aquella puerta de rejas nunca la pude olvidar, ya que fue la que impidió, a mi madre abrazar

    Y mi madre me entregó un bocadillo de membrillo, aquello me supo a gloria, y mi estomago quedó agradecido.

    El señor Ramón le dijo a mi madre, que el tiempo se había agotado, que el encuentro coincidía, con la hora del rosario.

    Cuando íbamos a misa y aún no estando autorizado, mis hermanas me daban pan del que ellas se habían privado.

    Aun hoy lo recuerdo y les estoy agradecido, cómo niñas tan pequeñas podían hacer eso conmigo.

    Aunque estaban prohibidas las visitas de familiares, los curas acudían los domingos por las tarde.

    Nos reunían en pequeños grupos y nos daban religión, ya que según sus creencias, todos nos debemos a Dios.

    Al final fuimos cambiados a un nuevo pabellón y allí mejoró un poco nuestra nueva situación.


    Pero aparte de estas mejoras las torturas no cesaron, y por muy poco motivo te pegaban dos guantazos.

    En la nueva residencia lo que más nos benefició aparte de otros “privilegios”, fue la escolarización.

    A partir de este momento los que caíamos enfermos, además de medicinas, teníamos derecho a médico.

    Aunque la mejora más grande, fue que yo cada quince días, podía ver a mi madre.

    Pero aquellos quince días, se me hacían interminables y sólo disponía de una hora, para disfrutar de mi madre.

    Aunque tendríamos que tener cuidado con la disciplina tan estricta, porque por muy poco motivo te dejaban sin visita.

    Siempre pedí a mi madre amargamente llorando, que si de verdad me quería me librara de aquel calvario.

    Mi madre lloraba y decía, que algún día me sacaría, pero aunque lo deseaba, los medios se lo impedían.

    Gran parte de aquellos niños no recibían visita, habían perdido a sus padres en aquella guerra fatídica.

    De la comida que nos traían, una parte la requisaban, para dársela a los niños que por desgracia no tenían nada.

    Ya no tendríamos que desplazarnos para oír misa en vieja Iglesia, ya que allí teníamos capilla y podríamos oír la misa.

    Para mi aquella capilla fue motivo de tristeza, porque no podía ver a mis hermanas igual que en la vieja Iglesia.

    A los cuatro meses de clase, yo ya sabía escribir, creo que aquello fue la causa, de simpatizarle al señor Valentín.

    Quiero reflejar aquí, que las asignaturas de más valoración, siempre fue la religión.

    Los más adelantados en los temas de religión, aquel mismo año, harían la comunión.

    Pero no todos aprobaron, yo creo que tuve suerte, e incluso me felicitaron.



    La tristeza la dejé atrás, y mi moral se puso muy alta, la comunión la íbamos a hacer donde estaban mis hermanas.

    Estrenamos ropa nueva, una camisa y pantalón, aquel día para nosotros fue todo satisfacción.

    Después de la comunión regresamos muy contentos, y al llegar nos encontramos con un suculento almuerzo.

    A todos nos recogieron la ropa que nos compraron, ésta tendría que servir para los niños que no aprobaron.

    Los días se sucedían, y mis ojos se iban secando, porque lágrimas ya no tenían.

    Cuando más falta me hacía, me privaron de mi madre, sólo recibía castigos, y no me quería nadie.

    En mi corazón de niño sólo reinaba ansiedad, al no poder encontrar el amor y mi libertad.

    Lo que yo no percibía es que en aquella cárcel de niños me quedaban pocos días.

    Grande fue mi alegría, cuando al fin pude caminar sin murallas que lo impedían.
    En todos los años vividos, siempre he sentido un vacío al no poder recuperar aquellos años perdidos.

    Acompañado de mis tres hermanas, atrás dejamos la cárcel, más el mundo que nos esperaba era también degradante.

    Mi madre nos inculcaba que nos tendríamos que mentalizar, que el mundo que nos esperaba, no había mas que pobreza, y falta de libertad.

    Pronto pude darme cuenta que mi madre tenía razón, en la casa que íbamos a vivir, era de lo malo, lo peor.

    Era una simple barraca, construida con desperdicios y trozos de hoja de lata.

    Aún se agravaba más al tener que convivir tres familias hacinas.

    Pero no sólo había una, había cientos de ellas, a lo largo del río Turia.

    No teniendo apenas espacio, lo tuvimos que repartir, por no tener no teníamos ni camas para dormir.


    Las tres madres eran viudas con siete niños que alimentar y para no morir de hambre, se veían forzadas a robar.

    Para conseguir los alimentos, nos dejaban durmiendo, hacían el recorrido a pie, y los sustraían de los huertos.

    Desafiaban el peligro y confiaban en su suerte, porque si les pegaban un tiro lo pagaban con la muerte.

    A sus espaldas transportaban aquel exceso de peso, no librándose alguna vez de la rotura de un hueso.

    Si antes de que saliera el sol no habían venido nuestras madres, las buscábamos por aquellos pueblos y las encontrábamos en la cárcel.

    En sus cuerpos se podía ver, que habían sido torturadas por robar para comer.

    Con un número excesivo de niños para un espacio tan pequeño, la convivencia era nula y parecía un infierno.

    Pero pronto hubo un poco más de espacio, ya que a mis hermanas mayores mi madre les buscó trabajo.

    Todavía siendo menores, fueron explotadas al máximo por aquellos que se hacían llamar “señores”.

    Las hacían comer en la cocina, sobre todo bien uniformadas, para que en todo momento se supiera que ellas eran las criadas.

    Su salario siempre fue trabajo por la comida y en sus caras se veía la falta de su sonrisa.

    Aunque estaban a bien con su conciencia, ya que el cura las perdonaba, con dos oraciones de penitencia.

    Sólo conocí injusticias y sobre todo maldad, pero aun preferí todo esto a la cárcel que dejaba atrás.
     
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