Redoble en tres instancias

REDOBLE EN TRES INSTANCIAS

I

Nos quedamos mirando fijamente nuestro entorno,
entornamos nuestros ojos ante muchos hemisferios,
ponemos nuestro rostro de pie en una mano
y nos tomamos el alma con la otra
a fin de que no rueden humedades lacrimales.

Una noche, melancolía se nos duerme a los pies de la cabeza
y a la diestra de nuestras aurículas cardiacas;
al día siguiente, viene asombro a concurrirnos las pupilas
y nos deja abismados mirando hacia el abismo
y nos da un miedo espantoso
de no pertenecer a nuestra voluntad lo suficiente
para poder hacer andar otro tris la maquinaria de la vida,
que persiste en gustarnos, sin embargo.

II

Comprendí una mañana
cuantos siglos de edad tiene esta herida
al ver a un mutilado pasar con su muñón a cuestas,
a un sordo escuchar por sus ojos que su pequeño hijo se quejaba
y a un literato llevar la tinta de su pluma en sus venas degolladas.
Pero oí que igualmente un grito simultáneo
partía al medio día de sus bocas:
¡ Viva la vida viva !. . .

¡ Viva la vida ! – el mutilado-, a pesar de la ausencia de mi pierna, tropiezo muchas veces con la otra
pero doy humanos pasos con su auspicio.

¡ Viva la vida ¡ -el sordo-, no puedo escuchar el mundo
por estos mis conductos laterales
pero lo palpo y vivo con mis otros sentidos,
me angustio al cabo y al cabo también sonrío .

¡ Viva la vida ¡ -el literato-, logré abandonar un día mi bufete de plumífero,
desde entonces, escribo los borradores en mi piel.

¡ Viva la vida ¡ -todos- preferimos sufrir a sucumbir,
preferimos vivir, aunque a veces de mala gana,
aun sabiendo que el verdugo es muy grande de bajeza;
viva la vida contra él,
viva la vida delante de los hombres
y al lado de los hombres;
viva la vida por ellos,
viva la vida en ellos.

Esto fue lo que gritaron. . . y todo lo demás,
y nada más.
Porque al momento todo se hizo penumbra
y vi una lluvia de luciérnagas metálicas
atravesando el fuego de esos pechos,
y cuando todo se arrastraba hacia la sombra, di un traspié, y al pie de mi caída oí un resuello
y sentí que un hilito espeso y tibio
cruzaba por debajo de la línea de la vida de mis manos. . .
Lloré cuarenta noches con sus días.

III

Al despertar, en la mañana del siguiente día,
un gallinazo gordo y pesado vino a estrellarse contra mi ventana;
en la mancha de sangre sobre el cristal,
secuela del golpe sordo y seco,
me sorprendió el grito aún sin digerir
de aquellos seres que ya no eran.
Reflexiné sobre algo térreo en mi lecho
y comí queso y pan en dos instancias:
lo uno por piedad a los de al lado,
lo otro por cariño a los de abajo.
Encendí un cigarrillo y le pedí al fósforo que no desfalleciera;
me puse mis atuendos como quien no quiere la cosa,
salí a dedicarme a mis asuntos como quien no quiere la cosa,
hube de sacudirme luego y mi cuerpo de nuevo echóse a andar, mascullando en sus esguinces:
cuántos siglos de edad tiene esta herida.

 

Bienvenido, me gustaron estos versos.
Abrazos
Chepeleon

 

ME GUSTARON TUS LINEAS,ESTOY DE ACUERDO CON TU PUNTO DE VER LA VIDA