Reflexión 98

Recuerdos perdidos,
en la vastedad de una locura ordenada,

cielos que son murallas,
y pensamientos que son nubes navegables,

navegantes en el espacio,
perdidos por nunca detenerse,

vidas pasadas, dolores nuevos,
la verdadera tortura,
es siempre volver a nacer,

risas que son condena,
cuando el cielo sonría,
los días serán noches,
entre últimas lunas,
el fuego del sol se desangrará,

estrellas intermitentes,
sollozos mudos,

truenos estrambóticos,
ceguera inconmensurable,

todo umbral empieza a caer,

vidas negadas,
el silencio camina sin dar pasos,
el tiempo se ahorca,
y la muerte parece nunca descansar,

páginas transparentes,
de una vida insuficiente,
insignificante eternidad,
porque como seres no valemos,

cruento anochecer visceral,
negruras corpóreas
inundan como océano
los vastos mares del abandono,

amanecer tardío,
luz que gime por espacios cálidos,
la gelidez de nuestras tumbas
otorgan quietud,
hasta cuando uno no tiene cuerpo,

y volveremos al instante inicial,
aún cuando todo final prometa libertad.

 

Y al final, cuando todo parece deshacerse —la forma, el tiempo, incluso el alma— solo queda el murmullo de lo que alguna vez fuimos. No hay redención clara, ni promesa cierta, solo el retorno a un origen que nunca comprendimos del todo. La libertad, esa idea luminosa, se disfraza de final, pero no es más que otro principio disfrazado. Volvemos, una y otra vez, al mismo abismo, al mismo suspiro, como si la eternidad fuera un eco interminable de lo que jamás supimos detener.

Saludos cordiales