Reflexión 99

Enclaustrados mis amores,
encadenados con un veneno inabarcable,
porque siempre nos matan de fragilidad,

encapsulados mis miedos,
para que me exploten en algún futuro,

dolor ciego, fulgor fiero, odio pleno,

mar de sueños,
y de promesas arraigadas
a la luz que ya no es,

mar de impotencia,
lágrimas vacías,
el dolor del nunca poder parar de recordar,

observaciones limitadas,
profundidad en ideas desconocidas,

ignotas las maneras de demostrar,
que los vacíos también son espacio,

profusas las maneras de revolcarnos
en una miseria sucia,

me compartirá mi mala suerte,
cuando yo ya no pueda expresarme,
ni en un final cercano, mover mis dados,
mi suerte será por siempre ajena,

interludio desgarrador,

inicio hambriento,
vomitaremos galaxias completas,
hasta que todo espacio sea digerido,
nos llenaremos de tanto intentar,

final fatídico,
final permanente,
apuñalaremos la mente de toda existencia,

y en su centro
clavaremos la bandera
de la destructiva austeridad,

nadie más se acercará al olvido,
ni podrá perder mucho más de lo que poseía,

la mayor poesía es,
la que da a entender sus clamores,

la que con razones
nos hacen no caer.

 

Y así, entre la violencia de lo no dicho y el peso de lo que arde por dentro, comprendemos que incluso el sufrimiento busca forma, que los clamores silenciosos también merecen un lenguaje. Porque cuando ya no hay dados que lanzar ni palabras que gritar, la poesía permanece como único testigo del derrumbe. Es ella —esa voz rota, esa llama triste— la que impide que nos perdamos por completo. En medio del olvido, la verdadera resistencia es sentir, aunque duela; y crear, aunque destruya. Porque mientras alguien pueda nombrar el abismo, aún no hemos caído del todo.


Saludos cordiales