Reflexión estelar

Siempre he estado enamorado de la luna, su presencia en el cielo me hace sentir que voy poco a poco despegando del suelo los zapatos y acercándome a ella.


Platicando un día con Rogelio Consejo, me dio la noticia de que el sol era mujer y que éramos insensatos los que creíamos lo contrario. Decía que su aplastante belleza nos deslumbra y sin siquiera esforzarnos a ver, le atribuíamos el sexo que, por costumbre, creemos que es de alguien poderoso.


Una vez convencido de la teoría del Maestro Consejo; llegó a mi mente la idea de que si el sol, por ser estrella, es mujer; la luna, por ser satélite, es hombre.


Antes de poner en duda mis preferencias sexuales, decidí preguntar al insigne Dr. Rogelio Consejo sobre la veracidad de mis pensamientos.


El elocuente Físico-Matemático, Químico-Farmacodependiente, me explicaba, intentando disimular esa sonrisa de quien se jacta de la ignorancia ajena, que el error que todos cometemos, es de estricto carácter lingüístico.


Se quejaba de que los humanos éramos de carácter tan egocéntrico, que nos creíamos capaces de adjudicarle el sexo a la luna o al sol y que no importaba si era el luna o la satélite; lo importante consistía en que unos ojos como los de la luna sólo podrían ser de una mujer, que los cabellos plateados que descansan en los mares, las lagunas y en las copas de los árboles, no podrían ser de un hombre. Esa energía tan potente que te cautiva, sólo de una mujer que sepa volar.


Me dejó bastante convencido la premisa del Excelentísimo Señor Don Rogelio Consejo. Juntos prendimos un cigarro y nos sentamos en la banqueta contemplando la luna.


Él siempre ha estado enamorado del sol, su pequeña estrella; y yo, sinceramente prefiero a mi luna, que es mía, que en las noches más nostálgicas me hace compañía, que es mi diosa, que es mi musa y mis canciones son para ella y la obedezco al vivir tan libre y la amo y le lloro en las noches y ella me escucha… todo el tiempo.