Reflexiones de madrugada

Quisiera saber dónde van los años perdidos,
los días de desconcierto, las horas interminables,
los minutos llenos de silencio,
los segundos de equívocos ensueños.
En la mitad de mi vida, me pregunto, como debió ser,
aquel espejismo, perseguido sin desvelo
y alcanzado sin consuelo.

La consistencia de la realidad, de lo vivido, de lo actuado,
cae hoy pesadamente sobre mis espaldas,
y siento el interminable peso de la realidad,
haciéndose plomo sobre mis huesos.
Y hoy, mis pupilas miran sin ver,
ya no siento la yema de mis dedos
y dibujo en mi cara una sonrisa que es tan solo una mascarada,
una fantasía inventada, para el agrado de los demás.
Y el futuro, como un negro cuervo,
espera paciente mi llegada,
taciturna, ya cansada,
para devorar mis ojos, para poseer mi alma.

Pero me resisto, como último sobreviviente,
de la última batalla, de esta guerra desatada.
Y nuevamente subo,
muy despacio, pisando con cuidado, los peldaños flojos
de esta escalera calada.

Y recibo con anhelo, los regalos que la vida me señala,
con sorpresas esperadas, a la vuelta de la esquina,
en la cara de esta triste madrugada;
y entonces me rehago,
porque estoy hecho de acero, de vidrios rotos, de llantos,
de ruidosas carcajadas,
de gritos en silencio, de puños cerrados y dientes apretados,
de óxido, de humo de cigarros y de vino malo,
de pastillas, de soledad por las calles del desvelo,
de fiestas negras, de impunidad, de desgano,
de mentiras y verdades,
de amor, de sexo, de engaños,
y de correr carreras, por caminos que no van a ningún lado.

Pero todo sigue, acaba y comienza.
Por suerte, mi vida también.