Réquiem para un sueño

Déjame hambrear con tu ausencia
a los recuerdos que pasean
como charros, por el fenicio
llano de este laberinto,
empujando a contramarcha
su falsía y su sombra;
que su pábulo sea una tarde muerta.
Por todas las veces que se alejaba
mezclando con más espinas
el sufrimiento.
Por saber que su todopoder es oneroso
dentro de mis sueños, como
la moneda prolija
en los secretos, que estás hecha
de resurrecciones y de mientras
y de entonces.
Abalorio de mi muerte,
de un bien deshecho.
Cuando yo mismo no soy
sino por ti, cuando el tiempo
reclama su duración con mi vientre;
en este hecho de verte
que se torna tan precario.
Todas nuestras copias
y la repatriada desdicha,
todas las sonrisas que
nos arrancaron del latido.
Y los adioses
que nos devolvieron el saludo.
Déjame con alguno de los que fui,
como un glaciar meditabundo,
en este cuarto de naderías,
en este hexámetro de mi mente.
No fue mi joven caricia o mi certidumbre
de Heráclito la cuña, después
el polvo, con que se ha escrito
tu epitafio. Sino el Proteo que
aguardaba, de algún modo,
saber por su destino.