Requiem

Hay cartas que se escriben con dolor, otras con nostalgia y algunas otras con alegría… esta vez se escribe con ideas. Las hojas no van manchadas de tristezas, extrañares o melancolías de ausencias o pesares, hoy solo quedan letras que compartir o, mejor dicho, quitar. Porque esta carta es eso, un quitar de la cabeza.

La vida es el camino más corto a ninguna parte, a un destino desconocido que nadie quiere verificar pero que se termina aceptando en pro de una buena historia. Habemos quienes no la tenemos, quienes aun yendo en línea recta siempre terminamos curvados en alguna singularidad de la gravedad. El destino es lo menos real y a la vez lo más determinante, sobre todo cuando se desconoce que existen trampas en el andar.

Pasé tiempo buscando, algunas veces fui encontrando y otras tantas fui perdiendo. Hubieron lágrimas, risas e ilusiones. Unas tantas veces caí mientras otras tanta no supe levantarme, alguna vez amé mientras que en otras creí que amaba. Ahora ya no quedan nada de esas historias y tampoco ganas de escribir otras, solo queda el tedio de la normalidad, de la playa sin olas y de los climas secos y templados.

Ella fue la primera, un huracán. La canción sin letra que arremetía como una detonación en mi vida. La primera ilusión y la mejor o la peor, aun no lo sé. Fue lento, mágico y largo. Un amor de época en donde nada queda a la suerte y la pasión se termina torciendo ante los designios del corazón. Tal vez alguna vez nos caímos de la cama planeando las cosas, aunque algunas veces supimos dejar de naufragar. Ella era todo lo que quería hasta que quise más, y fui queriendo y queriendo hasta que ya no supo de donde dar. La historia se dejó de escribir y no supimos de donde más sacar tinta. Intentamos con otros líquidos y otras formas, pero nada se escribió igual… al final decidimos que las cuatro manos no bastaban para una palabra más.


Luego siempre hay una segunda opción, y llegó ella. Como una brisa, como una luz, como el ángel que se posa en la torre más alta para admirar el mundo con su infinita piedad. Y una vez más latió, volvió como al tercer día de entre algunos muertos. Fue todo mágico, todo perfecto. La noche en sus cabellos y el viento que rozaba su piel (¡se podía ver!), todo era tan fuera de este mundo que nadie podía discutir el nacimiento de una intención. Pero esta historia sería tan corta como este párrafo, no hubo más que desilusión y miopía de a dos.


A veces uno debería dejar de hacer, elegir las cosas que salen a flote y que no hay que pescar. Dejarse llevar. Pero vino la tercera, la última oportunidad… la vencida. La historia que se debía escribir con sosiego y ternura, con una lágrima de alegría y sin calor. Fue otra historia larga, que se debió acabar por exceso de soledad. Las cercanías no garantizan la compañía. Se puede estar muy lejos mirándose a los ojos. Un amor que se acabó por falta de todo, habiendo todo para ser perfecto. No sé si fueron las ganas ausentes o simplemente la química de los elementos no estudiados, pero siempre queda bien un poco de drama cuando una relación se acaba. Te hace sentir importante.

En el camino hubo una burbuja, una sarta de besos llenos de pasión y cotidianeidad, una luz en el camino o al final del túnel. Una consecución de pecados bien vividos que supieron calar para latir una vez más. Fue rápido y casi indoloro, una historia de amor en un verano atemporal. Las cosas que se caen de maduras suelen terminar con la magia y nadie puede romper los lazos que el amor no sabe construir. Como los pecados se pagan en el infierno y no en el cielo entonces también se tuvo que acabar. Un corto y perfecto círculo del que solo quedan anécdotas para contar.

Como dije al inicio, es solo una descripción, una fila de letras y oraciones que se concatenan para contar una historia que quizás nunca se debió contar. No hay ganas de volver atrás, solo de volverse para mirar.