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Sé quien eres

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 26 de Marzo de 2020. Respuestas: 1 | Visitas: 555

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Un sonido agudo y titilante despertó a Julieta. El sudor caliente que bañaba su frente le dio la bienvenida a un nuevo día, al abrir los ojos y desperezarse, podía sentir el sonido del ventilador viejo que le había regalado su abuela. Éste seguía emitiendo ésa especie de chirrido afónico que puede llevarte a una sordera crónica. Sus ojos cafés se toparon con aquel que ya se encontraba en su taza, la sala de su apartamento mono ambiente estaba gris, solitaria y repleta de ruidos. Desde los que provenían de afuera, hasta los que provocaba el reloj, más el del viento que hacía golpear y crepitar la ventana que daba a la calle.

    Aquel Lunes sería como los demás. Al lavarse los dientes volvió a sentir el sabor metálico que de vez en cuando, trepaba por su garganta y acababa dejando restos de gotas rojo carmesí estampadas en el inodoro. La imagen que le ofrecía el espejo, era una obra de arte, no por líneas perfectamente delineadas ni por un cutis de diosa, sino, por aquellos granos que decoraban sus pómulos. El cabello grasiento que revelaba la misma caspa con la que venía luchando desde los 6 años, más la deformidad de una nariz que se asemejaba más a un morrón que a otra cosa que ella hubiese visto en su vida. Aquel cristal que tenía por espejo, era pequeño, básico, así lo había querido ella desde que decidió mudarse sola. El no poder ver su cuerpo hacia que fuese mejor sobrellevar las cosas. La deformidad de su vientre más la desproporción del ancho de sus hombros, hacían que nada le quedara demasiado a gusto.

    Luego de una ducha y vestirse, emprendió viaje hacia su trabajo.

    No era de los mejores. Trabajaba a tiempo completo en una compañía de seguros. No era la típica muchacha de traje y silueta de ensueños detrás de un escritorio, sino, la persona que se encargaba de limpiar aquel escritorio. Al ser recibida por una represalia a manos de Gloria, la jefa de ese turno, un trapo húmedo dio contra su ropa. Los quejidos de la señora de 55 años, de cabellos rojos mal teñidos, más el recuerdo de unas cuantas cirugías mal hechas esparcidas a lo largo y ancho de su cara, solían ser lo primero que Julieta siempre veía. La mano que había sostenido el trapo que dio contra su ropa, se encontraba repleta de anillos. Su jefa no solía ser mala, o eso mismo creían todos allí. Mientras ella se sumergía en sueños, al bajar la vista hacia el trapo, el olor nauseabundo que emanaba de él le escocia en la boca del estómago, pero había aprendido a tragar saliva, respirar por la boca y continuar. De 7 a 10 limpiaba los pisos de las salas de conferencia, de 10 a 12 los baños y de 12:30 a 19 las oficinas. Su labor consistía en dejarle varios dolores de espalda, y el ardor que crepitaba en su pecho era parecido al que sentían sus manos. Los líquidos que se usaban a la hora de trapear o dejar todo reluciente, solían ser ácidos. Gloria insistía, en que el usar guantes era solo una pérdida de tiempo. Ella solía repetir que a su jefe, el señor Rosales, no era alguien a quien le gustase perderlo. Él creía firmemente, que los minutos en que una empleada gastaba protegiendo manos, que ya se encentraban acostumbradas a tocar 'mierda', son los que se perdían para lograr el dinero que le daba de comer. El escuchar las veces, que esa palabra salía de su boca con olor hediondo, más el color amarillo de sus dientes y el aroma a cigarro y sudor mezclados, hacía dar convulsiones al aparato respiratorio de Julieta.

    Cuando se dirigía a limpiar la oficina de la secretaria del jefe, un preservativo lleno y tirado al pie de la puerta, más la escena dándose frente a sus ojos, hicieron que solo pudiese quedarse de pie. Mientras la muchacha de voluptuosas caderas, cabello color negro y camisa desabrochada intentaba cubrirse la cara y ponerse de pie, el señor Rosales solo se dispuso a acercarse y cerrar la puerta detrás de Julieta. Detectaba los ojos de la chica dirigirse hacia ella. Mientras recorría lo largo de todo aquel precioso cuerpo, pensaba que quizás si ella lo tuviese, no estaría en donde se encontraba en aquellos momentos.

    El sentir la respiración del señor Rosales casi dando en su nuca, más la mano que cubría ahora su muñeca, hacía que ella creyese que los latidos de su corazón fuesen tan potentes, que llegasen a ser oídos por todos los que se encontraban en el edificio. Su mirada había ido a parar al suelo, era costumbre dado que así le había enseñado Gloria, debía comportarse en frente de los superiores, obviamente a manos de unos cuantos insultos y bofetadas. Mientras el señor de panza prominente y barba dispareja que se encontraba detrás suyo, la miraba ahora de frente y desde arriba, el sonido brusco de un líquido que dio contra el piso, la despertó de sus ensueños. Todo el brandy que solía beber en las mañanas, se estaba desparramando por el suelo. Mientras la mirada de Julieta observaba la mano enorme del señor Rosales, sujetar la botella en el aire, para finalmente dejarla caer sin tapujos, sentía los miles de pensamientos que se depositaban unos a unos en su mente. Ahora, el aire se encontraba contaminado de un olor fuerte y con toques pesados, que nacían del suelo. Sin darse cuenta, topo su mirada con la de él, la cual solamente demostraba asco, desprecio y algo de diversión. Julieta, en un acto un tanto torpe, acomodo su trapo de piso y comenzó a limpiar aquel líquido que comenzaba a dejar marcas en la alfombra de la oficina. Manchas amarillentas trepaban lentamente por los bordes del gris musgo que poseían éstas, al mirar de reojo, noto como el señor Rosales acomodaba unos papeles en su escritorio, para luego tomar su portafolios. Cruzo unas palabras con su secretearía, inentendibles para la muchacha, dado la lejanía en la que se encontraba ésta de ellos, y luego salió sin decir ni una sola palabra. La chica se acercó, Julieta lo supo porque sintió el golpe de sus tacones deslizándose por el suelo, para luego detenerse. Creía que la amenazaría de alguna forma si lo que había visto, se escapaba de sus labios. Pero la actitud contraria a lo que pensaba ella, la dejo aún más sorprendida. La muchacha que aún seguía en anonimato, simplemente le alcanzo un pendiente que se le había caído, Julieta recordó automáticamente, que quizás hubiese sucedido dado la rapidez con la que se dispuso a limpiar los restos de aquella bebida, que ahora mismo odiaba. Le traía muchos recuerdos desagradables. Los ojos de la chica dieron con los de una Julieta que ahora mismo, contenía sus ganas infaltables de llorar. Fue la mirada de ella la que provocó en la chica de tacones, un sentimiento que no comprendía.

    Mientras Julieta seguía limpiando, escucho como la muchacha se puso de pie y se alejó, dejándola sola detrás de un portazo. En un momento que no diviso, se encontró ideando un plan. Pero no era uno cualquiera, puesto que aquel sería, el responsable de alcanzar esa libertad que hacía años se encontraba soñando.

    Dieron las ocho de la tarde, la noche ya se encontraba de pie. Julieta estaba ahora mismo, frente a la pizarra que se hallaba en la cocina, aquella que estaba destinada solo y únicamente al personal doméstico encargado de la limpieza del edificio. En aquel pedazo de madera, rezaban las siguientes palabras. Julieta Acrox: turno nocturno. La muchacha leyó, para luego elevar la vista al cielo en lo que parecía una plegaria. Se acercó a la heladera en busca de una botella de agua fresca, sentía que su cabeza punzaba salvajemente. Mientras fumaba en la vereda, observaba detenidamente a los empleados que se alejaban en sus autos. Ella entendía mirándolos así a lo lejos, por qué siempre había soñado llevar sus vidas. Los hombres tenían comodidades, sus autos eran casi de últimos modelos y en sus hogares siempre había alguien esperándolos. Las mujeres por otra parte, también contaban con muy buenos seguros, además de tener maridos fieles y zapatos de marcas reconocidas. Julieta por otra parte, llegaba a su casa sin tener nada más que todo lo que en ella se encontraba, y esto mismo era solo lo que recorría sus pensamientos, todas las lágrimas que infundía en su cama en las noches y una cafetera que se encontraba llena las 24 hs. Pero también entendía, que no deseaba volver a la casa de sus padres. Aun con sus 23 años, con un bachillerato y un título en computación, aquel lugar seguía abriéndole heridas. De esas que te desquebrajan la piel y te susurran pesadillas en el oído en las noches. Recordar la última mirada de su madre, el impacto de ésta, la hizo despertar del mal sabor de boca.

    Cuando las nueve en punto dieron en el reloj de su celular, Julieta estaba terminando de acomodar tazas y vasos en la sala de conferencias del lugar. Al salir al pasillo, puso en pie, aquel espectáculo que daría entretenimiento a la larga noche que le esperaba.

    El señor Rosales aparco su Renault Sandero RS, luego de enviar un mensaje de disculpas a su mujer, ésta noche no llegaría a cenar dado que su trabajo le demandaba horas extras. Después de un te amo dirigido a su esposa y esconder en el bolsillo izquierdo de su pantalón, un par de preservativos, se dirigió hacia su oficina. Mientras entraba, dirigió como siempre su vista hacia el escritorio de su secretaria. La muchacha no se encontraba, pero si lo que parecía una notada destinada para él, dado que era una hoja en la que rezaba una marca de un beso, con un labial que reconocía, más su dulce favorito, un bombón Ferrero Rocher. Luego de oler aquel papel y devorar de un simple bocado el dulce, se encamino ahora sí, hacia su despacho. Mientras saboreaba el gusto de los últimos restos de avellana que quedaban en su paladar, se topó con que su puerta se encontraba bajo llave. No recordaba haberlo hecho, pero si que siempre llevaba consigo una de repuesto. Al abrir, intento encender la luz, pero al presionar el interruptor, éste no funcionó. Comenzó a maldecir a Gloria, ella sabía muy bien cuanto odiaba él tener que llegar y ver su oficina en total oscuridad. Había cosas demasiado importantes allí.

    Rosales se dispuso a encender la luz de la lámpara sobre su escritorio mientras tomaba asiento. Mientras encendía su computadora, comenzaba a abrir los programas de las cámaras que había mandado a instalar a lo largo del edificio, debido a los recientes robos que se habían sucedido hace un par de meses.

    Julieta ahora mismo, observaba apaciblemente y escondida detrás de un mueble que poseía estantes y carpetas, el acto que se desarrollaba lentamente frente a sus ojos. Los sonidos, la imagen, todo se complotaba para que los puños a sus costados se presionaran con furia y su estómago comenzara a batallar, por retener la tostada que había comido anteriormente. Rosales se encontraba metiendo su mano derecha dentro de su ropa interior, mientras veía a través del monitor de su pc, a dos de las muchachas del turno nocturno, orinando en el baño. Sabia de sus perversiones.

    Anteriores veces en las cuales le había tocado limpiar aquel lugar, y presa de su curiosidad, pudo ver las videocámaras que el señor contenía en su computadora y a que lugares específicamente apuntaban. En aquel momento, lo maldijo con todo su ser, inclino la cabeza como siempre e intento ignorar lo que sabía, pero en aquel momento, lo que había visto con sus propios ojos, no dejaba de golpearle en los recuerdos. La imagen de ese flácido miembro, deslizarse violentamente sobre el rostro lloroso de la muchacha de tacones, había activado un interruptor en Julieta. De pronto, un sonido comenzó a impulsarla a salir de su escondite. Frente a ella, Rosales presionaba su pecho, y respiraba entrecortadamente mientras su cuerpo, omitía movimientos violetos que hacían que su silla rechinara salvajemente. Ahora, su mano derecha golpeaba la mesa. La luz alta se encendió, la pantalla de la pc se oscureció y aquello que contemplo Julieta frente a sus ojos ahora mismo, era la viva imagen de lo que tanto había ansiado, sucediendo en estos momentos. El rostro gordo y lleno de arrugas, más la barba de varios días y asquerosos vellos de su jefe, se había vuelto totalmente rojo. Las venas en su frente sobresalían, el iris de sus ojos parecía reventar y sus escleróticas se estaban tiñendo de rojo. Rosales presionaba violentamente su pecho, al mismo tiempo que con aquellas mismas manos, intentaba arrancar sus prendas. Al mirar hacia adelante, vio el frio reflejo que le devolvía el monitor. Detrás de su silla, estaba una muchacha, no podía ver bien de quien se trataba, luego de unos milisegundos la reconoció. Era aquella chica que lo había encontrado con Alexandra esa misma mañana. La mirada y los ojos de la muchacha, emitían todos esos sentimientos a los que ahora mismo él, quería rehuir. El pecho se le oprimía al mismo tiempo, que en el sentía como cientos de carbones en llamas se depositaban, no podía respirar, le hormigueaban las manos, las plantas de los pies y los oídos le zumbaban. Su alrededor se estaba tornando borroso y su miembro, aquel que había estado tocando momentos atrás, sentía que ahora mismo le iba a estallar. Podía percibir su dureza. Sintió algo frio y esponjoso introducirse en su boca, a medida que intentaba abrir los ojos, cayó en la cuenta de que se encontraba en el suelo.

    Julieta miraba a su víctima ahora mismo sacudirse en el suelo, sus manos intentaban sujetar lo que fuera, aunque lo único que sujetaba débilmente era la pantorrilla que ella ahora mismo presionaba sobre su pecho, mientras que con el pie derecho, oprimía la base del aparato que se salía y se volvía a introducir en la boca del hombre. Rosales pudo ver de qué se trataba, a medida que intentaba calmar sus respiraciones que cada vez eran menos ordenadas. Dentro de sus labios, se encontraba un dildo de plástico con forma de pene. El miembro artificial llenaba su boca, y comenzaba a deslizarse hasta llegar a su garganta. Algo lo presionaba con ímpetu, sus brazos y manos no poseían fuerza, su pulso le estremecía cada célula y parte del cuerpo, que ahora estaba caliente, rodeada de sudor y con venas dibujadas que sobresalían al mismo tiempo que sus gritos ahogados llegaban a los oídos de Julieta.

    Ella misma disfrutaba verlo así, desde arriba, justo como aquella misma mañana él la había mirado anteriormente a ella. Los pies de Rosales daban sus últimos esfuerzos por derribarla, mientras el agudo incesante de su voz le provocaba lagrimas que iban a dar a la alfombra que ella había tenido que limpiar. El pie izquierdo de Julieta se depositó sobre el miembro duro de aquel hombre, mientras que algo blanco salía de él y lo volvía a elevar. Tomo el bolígrafo favorito que el siempre utilizaba, y lo introdujo lentamente en su uretra. El cuerpo flácido de él se retorcía, el que sus fuerzas hubieses disminuido gracias a las drogas que le había dado con anterioridad, le era de ayuda. Su repulsión trepaba cada vez con más furia entre sus tripas, pero Julieta lo mezclaba, lo digería con la excitación que aquel momento provocaba entre sus entrañas, y la elevaban al goce. Sentía aquel calor que trepaba por su espalda y se instalaba en su ropa interior, dar de lleno con su lujuria. Mientras continuaba disfrutando, sonriendo, pudo detectar el momento exacto en el que en un susurro, se acercó al oído de su jefe.

    -Ahora mismo es un deleite poder verlo desde arriba, pero sabe señor que es más fascinante? Pensar que es usted quien me mira desde abajo.

    Y así, con baba saliendo de entre el consolador, mezclándose con la mucosidad que se encontraba bajo su nariz, la mirada perpetua del señor Rosales se perdía en algún punto que jamás descubriría. Al pisar el suelo bajo sus pies, simplemente se dedicó a observar las miles de sensaciones que le ponían la piel de gallina, la llevaban por caminos que jamás creyó recorrer.

    Mientras terminaba de acomodar su imagen, tomo su bolso, su abrigo y se dispuso a irse. Había desactivado las cámaras del lugar, todo iba de acuerdo al plan. De pronto, un olor dulce capto su atención, detrás de ella, a unos cuantos pies de distancia y al pie de la oficina que anteriormente había abandonado, se encontraba la chica de tacones. Reconoció su vestimenta casual, su cabello aun húmedo escondido detrás de una capuchaa gris y aquellos ojos color ámbar que no se había atrevido a mirar. Sus manos a sus costados comenzaron a moverse, al igual que su cuerpo, se acercaba lentamente, se arrastraba sutilmente y con un deje de sensualidad, Julieta lo reconocía. Al detenerse frente a ella, reconoció que su altura era unos centímetros más pequeña que la suya, comprendía el porqué de sus zapatos altos. Miro su piel, era pálida, poseía una mirada que escondía una ternura que anteriormente no recordaba haber visto, escondida detrás de una cejas perfectamente pobladas y un par de pómulos bien maquillados. Poseía aretes con forma de mariposa. Remera que se adhería a sus pechos, eran grandes, ya los había visto esa mañana. Un pantalón de jean color celeste con roturas y unos tenis negros. Luego de observarla detenidamente, su voz fue quien la saco de sus pensamientos.

    -No sé qué sucedió, solo sé dos cosas.

    Acto seguido se acercaba aun mas, para luego finalizar todo, apoyando su diminuta mano en el cuello de Julieta.

    -Sé quién eres y que quiero ir contigo.

    La muchacha no emitía emociones, estaba aún de pie, con una mochila sobre su hombro, el teléfono en su mano derecha y una duda que se había plantado desde que había visto a la chica de tacones, de pie frente a la oficina del hombre que había asesinado minutos atrás. Muchos pensamientos comenzaban a nublar su mente, pero solo uno la impulso. Se acercó acortando la poca distancia entre su rostro y el de la chica, apoyo su frente en la suya, para luego percibir el perfume de ella, rodearla. Seguía sin saber su nombre, pero no fue impedimento para que la chica apoyase sus labios sobre los de ella, implorando con su lengua atención. Julieta se sorprendio, tomo su cintura sin premura para finalizar todo presionando su cuerpo contra el suyo. Después de recobrar la compostura, recordó donde se encontraba, y lo que debía hacer. La muchacha sonreía, la admiraba como ella anteriormente se había encontrado admirando a todos esos empleados y sus perfectas vidas. Elevo su mano izquierda para luego decir.

    -Tengo mi auto afuera, iré a donde sea contigo.

    Mientras tomaba las llaves y se conducían por el estacionamiento, aquel rodeado de luces, la muchacha subió al asiento del acompañante, Julieta por otra parte fue quien condujo. Las estrellas las recibían en la ruta lejana que las esperaba, que las rodeaba y que ahora mismo exploraban. Julieta manejaba con la vista puesta en el camino, ella por otra parte solo interrumpió la paz para decirle.

    -Me llamo Alexandra por cierto.

    Julieta la miro por un segundo, sonrió de costado y respondió.

    -Bueno Alexandra, tu si ya sabes quién soy.

    Alexandra sonrió, sabía perfectamente quien era, y de no hacerlo, no le interesaba. La había visto matar a ese nombre sin ningún atisbo de duda, sin miedos, sin emociones que nublaran o se dibujaran en su rostro, simplemente concentrada en su elaborado plan. Eso le bastaba, le era suficiente. Le encantaba.
     
    #1
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  2. Javier B

    Javier B Poeta fiel al portal

    Se incorporó:
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    Bueno, he devorado el relato de principio a fin. Tienes un estilo narrativo único que engancha al lector y lo encuentro mas fresco que muchos de los escritores comerciales. Te felicito por ello, seguiré al pendiente de tus trabajos.

    Un final inesperado tal como debe ser.

    Nota: Te recomiendo que revises algunas omisiones de letras (violeto, secreataría) y acentos en algunas palabras. Por lo demás excelente.

    Saludos

    Javier
     
    #2
    A Nat Guttlein le gusta esto.

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