Señorita C.

Señorita, C.:

He caminado por diversos tiempos y espacios, pensando cuán afortunada era por observar la grandeza de la vida en todas sus formas. Tuve amores en cada esquina y todos ellos eran iguales a los anteriores. Cada ausencia me quitó una parte de mí, aquella que debía irse para poder crecer y dejar una huella entre la memoria de quien fuera, y sin embargo, cada hueco vacío volvía a florecer dentro de mí.

No había dejado nunca antes una carta cubierta de mis más verdaderos y profundos sentimientos, y aunque sean estos pequeños en comparación a lo que mi mente me demanda, los dejo en tus manos para que hagas de ellos lo que más deseas.

Querida mía, no sé si volverá a florecer la llama dentro de mi otra vez, mucho menos sé cuánto tendré que soportar sin descubrir en cada parpadeo el reflejo de tu alma. El temor crece en mí y se esparce rápidamente por todos y cada uno de mis poros. En cada paso que doy se va desmoronando una parte de mí. Ya casi no queda nada…

Créeme cuando digo que no había llegado a pisar el mismo suelo y a respirar el mismo aire antes de saberte, ni mi corazón, dejando de ser zalamero ante otros corazones, latió tan fuerte como cuando tus manos lo encontraron. Estoy segura, C., que las heridas se callarán algún día, y ya no habrá necesidad de demandar a los oídos que se queden sordos, porque aun estando sordos los oídos, el silencio no se calla tan fácil.

He leído algunos libros que inspiran al lector a sembrar en los más profundo de su ser, la hermosa ilusión de quedarse para siempre con ese amor, mismo que trasciende infiernos, tempestades e incluso la muerte, y ya no sé si son esas mismas líneas las que arrebatan de la misma carne la esperanza de permanecer entre todas esas páginas y no salir nunca más de allí.

Si la vida nos regala un milagro más, todos aquellos recuerdos respirarán por cuenta propia a lo largo de nuestras vidas. Que no sea el capricho de nosotros morirnos aquí y ahora, esperarnos uno al otro y así morir de jóvenes pero siendo enterrados de viejos. He de irme, y dejar atrás las andanzas del camino que trazamos sin conocer realmente una dirección. He de irme, C., y posponer el encuentro eterno de tu mirada y de su fulgor en su más grande expresión.

No te olvides, C., del amor que te profeso y del incesante deseo de no olvidar cada parte tuya. Tú fuiste mi camino y mi luz.

He visto las cosas más hermosas de la vida pero nunca antes vi tu sonrisa, y esa, es sin duda la más bella revelación de amor que descubrí. El amor nació contigo, y mi amor florecerá y permanecerá sujeto a tu nombre, porque tu nombre es la expresión más loable que mi boca puede pronunciar.


Por siempre, C., por siempre yo. ​