Sentirse realizado

Hoy es el día —pensó— de sentirme realizado: he tenido un hijo; he plantado, no uno, sino al menos una docena de árboles; en el viaje a Capadocia subí en globo; y el libro, aquí estamos en su presentación . Bueno, falta algo, pero creo que no es relevante.

—¡Hola!, me firma el libro, por favor.

—Por supuesto, ¿cuál es su nombre?

—Wifredo.

—Nombre poco habitual, de linaje godo... ¡Para Wifredo, con los respetos de Roma y las salves de Hispania!

—Original, poeta. Mil gracias.

—A ti, gracias por la elección, y espero sea de tu agrado, Wifredo.

—¡Hola!

—Ejem... ¡Hola! —treinta y pocos años, metro ochenta, rubia (de bote, pero no importa), falda corta y entallada, escote justo, aunque de refinado gusto— ¿A quién tengo el honor de firmar?

—A Íngrid. —Sonrisa, mueca con resalte en los hoyuelos de sus mejillas y, trenzadas en sus dedos, adornados con nacaradas uñas rojas, las guedejas onduladas llevadas con delicado feminismo hacia la nuca.

—Íngrid, nombre de musa escandinava —nueva sonrisa y silencio—. Bien ¡Para Íngrid, a quien Báltico, Noruego y Bóreas se postran a los pies de su belleza!

Rubor, sonrisa larga placentera y cierto estado de nerviosismo.

—Muchas gracias —el aliento, cercano y seguido de una brisa mentolada atrapa—. Soy una apasionada de la poesía y su obra me cautiva, me encantaría que nos volviésemos a encontrar e intercambiar pareceres.

—Perfecto. No soy muy dado a comentar mi poesía, pero toda regla tiene una excepción, ¿podría ser hoy? Creo que el día transcurre genial.

—Mi tarjeta con la dirección y contacto, le estaré esperando. Adiós.

...

—¡Hola...! ¡Hola...!

—Perdone, a quién debo el honor...

—Tranquilo, soy Andrés. No me extraña su ausencia transitoria... ¡Pedazo de pibón!

—Observo que ambos nos hacemos cargo; pero..., vamos a la dedicatoria: “Para Andrés, de onomástica helena y «gusto refinado»”.

—Gracias, y suerte en todos los sentidos.

—A usted, Andrés, y mis mejores deseos.

Pasadas todas las dedicatorias... “Sigfrid, quiromasajista-esteticista”.

—Esto suena raro —se preguntó—.

¡Ding, dong!

—Hola de nuevo, ¿ha habido éxito con el libro...? —Bata blanca hasta las rodillas, cordón de algodón en la cintura y balcón con el ventanal demasiado abierto—.

—Esto..., te parece que elijamos otro momento para hablar de poesía, igual estás ocupada.

—Para nada. Es la forma poética que he elegido para agradecer tu apasionante obra, ¿te gustan los masajes?

—La verdad es que no he precisado del quiromasaje nunca, no sé qué decir.

—No digas nada. Quítate la ropa y sal con la toalla solamente.

Luz tenue, música relajante y la belleza desnuda de cintura para arriba.

—Relájate, voy a recitarte mi poema, se titula “Sin palabras”.

Sugerente título, pensó, al tiempo que notaba en las cuencas de sus ojos un tintineo mullido y delicioso.

—¡Diossss!

—¿Te gusta...?

—¡Auténtico Parnaso!

—Lo celebro. Ahora mi obra maestra, dobla la toalla, cubre tus ojos con ella y arrodíllate.

—Lo espero con toda mi alma, ¡qué delicia de poem...! ¡Glup...! ¡H...tias!

—Sin apenas vestirse, tocata y fuga, y el sentido de la realización... ¡Totalmente completado!