Si persisten las molestias consulte a su médico

Metro Insurgentes.
Diez y media.
Todas las noches,
con cara de salario mínimo,
salgo del vagón
detrás de los últimos murmullos
que corren como endemoniados
persiguiendo a sus dueños.
Camino con el pie derecho
pidiendo permiso al izquierdo,
tropiezo con los mensajes en clave
de dos enormes ojos azules.
Me sonríe
al tiempo de mi huida.
Antes de desaparecer
me percato que su boca
sería el augurio de noches aciagas.

No hubo remedio, regresé.
Ella seguía ahí.
Prometía aliviar el dolor de cabeza
con un par de mejorales.
Y me miraba,
sé que era a mi:
a mis temblores de perro bajo la lluvia,
a mis ojeras de enamorado alunado,
a mis urgencias de su amor.

Un lunes sin luna,
metí en la mochila los miedos.
Saqué el dersarmador,
lo apreté con fuerza.
Cuatro o cinco tornillos,
algunas vueltas y...

No hubo tal.
El anuncio de una enorme coca-cola
ocupaba su espacio.

Nunca más la he vuelto a ver.
Pero por aquello de no te entumas,
recorro de lado a lado el andén.

 

Original como siempre mi querido Vientecito de América, me has sacado una sonrisa imaginándote ahí mirándola hacilendo chirivitas con los ojitos, lástima que te la cambiaran por otro anuncio, pero gracias a quién la puso porque así mira, yo he disfrutado un montón leyéndote..

besos y abrazos

 

SaraInés:
Yo sé que cuando miras un anuncio espectacular, en mi caso en el metro, sientes que el hombre o la mujer del anuncio parece que te mira y te muevas a donde sea, te sigue con la mirada. Pero es un efecto óptico. Aun así, se siente padre que alguien, y más si es bonita, se fije en ti. Y se diría que provoca un revuelo de hormonas. Bueno todo esto es para agradecer tus comentarios y que te fijes, como un anuncio, en mis versos. Hasta siempre.