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Simplemente Buk

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Fina Simón, 13 de Septiembre de 2019. Respuestas: 2 | Visitas: 440

  1. Fina Simón

    Fina Simón Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    22 de Agosto de 2019
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    Mujer


    S I M P L E M E N T E B U K


    Donde no hay amor,

    pon amor y recibirás amor.

    San Juan de la Cruz


    BUK es la triste historia de la corta vida de un perro foxterrier abandonado por sus dueños en la carretera. Yo tuve el enorme placer de conocerlo, de ganarme su confianza y afecto por un corto periodo de tiempo. Suponía, con enorme tristeza, que otro ser humano sin entrañas ni conciencia, decidió abandonarlo, provocándole gran sufrimiento.

    -----0-----



    Como cada mañana, en mi paseo diario, enfilé por una de las salidas del pueblo, la Avenida de la Violeta que, a su término, enlaza con la carretera Buñol a Godelleta. Ésta es una de mis rutas preferidas porque en ella tengo la posibilidad de admirar desde distintos puntos la belleza de éste singular y “frondoso valle” que es Buñol.

    Era una mañana, casi de madrugada, del mes de junio. Comencé mi andadura con desmesurado afán, en la necesidad vital de cumplimentar la cita con la madre naturaleza, donde ambas éramos cómplices de lo bello, sutil y armonioso que Dios puso al alcance del ser humano para su contemplación y disfrute. Hasta el kilómetro uno el ascenso es considerable. No obstante y acostumbrada a la marcha, llevaba el ritmo aeróbico adecuado a mis posibilidades y, sin experimentar esfuerzo alguno, llegué a la cumbre donde me detuve unos instantes para contemplar el paisaje. Después de un breve descanso, reanudé la marcha, esta vez llaneando por una recta hasta más allá de la subestación de Hidroeléctrica. Un poco antes de la misma, a unos cien metros a la derecha, existe un camino de acceso a la montaña (Alto Planell) donde se encuentran varios chalets rodeados de parcelas de secano, con olivos, algarrobos… Precisamente allí, muy próximo a la carretera y un tanto escondido entre la maleza, asustado, desorientado y ¡qué sé yo cuantas cosas más!, se encontraba el protagonista de nuestra historia, “Buk”.

    Antes de seguir con el relato de nuestro “fiel amigo”, y para mejor comprensión de los hechos, me remontaré a meses atrás en el tiempo, cuando mis salidas a “cielo abierto” las hacía acompañada de mi marido Samuel.

    Salíamos todos los días, de común acuerdo, desde su jubilación y recorríamos grandes trechos a pie, entre otras cosas, para mantenernos en buena forma física… Pero un buen día, para mi sorpresa, me planteó cambios de horario sin venir a cuento ya que ello suponía darnos el consiguiente madrugón sin necesidad alguna. Aquella nueva situación se hizo difícil adecuarla a sus pretensiones que, por otro lado, no tenía lógica explicación y, como no venía a razones, decidí continuar adelante en solitario, cada uno por su lado, en la esperanza de que entendería la sinrazón y “volverían las aguas a su cauce”.

    Qué lejos estaba yo de sospechar en aquellos momentos, que aquel comportamiento absurdo de Samuel, era el inicio sintomático de la enfermedad de Alzheimer que más tarde padecería, tan galopante que en un año se lo llevó para siempre.

    Pero volvamos al inicio de la historia de Buk. Como decía, Samuel y yo salíamos por separado. Al principio y durante mucho tiempo, tuve que acostumbrarme a prescindir de su compañía.

    Llevaba casi siempre el mismo itinerario, carretera Buñol a Godelleta. Al comienzo bastante baja de moral tratando de descifrar el enigma que correspondía a mi situación de abandono y soledad por parte de mi marido. Enfrascada en mis pensamientos, en aquella espléndida mañana, llegué al lugar exacto citado anteriormente, donde nuestro “amigo”, seguramente desde un buen rato me vendría observando. De pronto escuché un ruido en aquella dirección, ruido característico de la maleza al ser removida por alguien o por algo que hizo llamar poderosamente mi atención. Fue entonces cuando pude entrever la silueta de un perro grande, de color canela, que trataba de huir temeroso de mi presencia. Me detuve un tanto sorprendida por el hallazgo observando al animal y comprendiendo con tristeza su situación de abandono aunque presentaba buen aspecto, por lo cual deduje que hacía pocos días del mismo. Crucé la carretera llamándole, dirigiéndome a él con suma cautela y, por una asociación de ideas, recordé uno de los protagonistas de un libro de Susana Tamaro, “Donde el corazón te lleve”, en el que un perro llamado Buk compartía con una anciana la soledad de sus días. En un breve impulso, pronuncié aquel nombre con voz tierna y suave, cosa que pareció gustarle, y lentamente, con precaución, se acercó permitiendo que le acariciara pasándole las manos por su cuerpo todavía tembloroso y, dando media vuelta, desapareció por el mismo lugar.

    Continué mi camino condolida, pero en esta ocasión, nada tenía que ver con mi situación personal sino con la mala suerte de aquel pobre animal que, sin lugar a dudas, cruelmente habían abandonado.

    Durante el camino de vuelta, traté de quitarlo del pensamiento sin apenas conseguirlo, pues adoro a los animales, los respeto y admiro; de hecho siempre tuve perros y gatos y hasta un periquito que llenaba con simpatía la soledad que más tarde me impondría la vida.

    A la mañana siguiente, cuando llegué al mismo lugar, Buk me estaba esperando. Corrió hacia mí y apoyó en mis piernas sus grandes patas, dispuesto a acompañarme en el habitual recorrido.

    En los primeros días se limitaba a acompañarme un cierto trecho, y cuando le parecía, bien porque consideraba muy largo el trayecto o cualquier otra razón que yo ignoraba, se daba la vuelta perdiéndose por los campos, entre la maleza.

    No sé realmente cuanto tiempo transcurrió hasta que el animal depositó su confianza en mi persona, aunque con ciertas limitaciones, y decidió dejar a un lado sus temores acompañándome los ocho kilómetros, más o menos, que distaban entre ida y vuelta hasta casa aunque él se despedía antes, en el lugar exacto donde nos conocimos por primera vez. Me dedicaba una mirada profunda y se alejaba con resignación. Era su forma de decirme adiós.

    Así uno y otro día, quizá meses, no recuerdo con exactitud, él me esperaba fielmente a la misma hora y en el mismo lugar, como si de un ser humano se tratara, cumpliendo puntualmente su cita, y ya juntos, carretera adelante, pegados el uno al otro en solidaridad, caminábamos disfrutando del paseo y del paisaje.

    Con el paso del tiempo llegamos a compenetrarnos tanto que, por mi parte, llegué a considerarlo mucho más que un animal, el mejor compañero, querido y respetado que nunca tuve.

    Como los enamorados, nos bastaba cruzar las miradas para entendernos. Obviamente, él no podía expresarse de otro modo ¡pero tampoco era necesario!, pues como respuesta a mis palabras de afecto, sus miradas y halagos iban acompañados de lamidas en mis manos sobre la marcha.

    Desde el primer momento me preocupaba el hecho de cómo se las arreglaba el resto del día, sin agua ni alimento, aunque pensaba, un tanto aliviada, que el instinto de supervivencia le obligaría a encontrar la forma. Tal vez por la noche aprovechando la oscuridad se acercaría al pueblo perdiendo el temor a ser visto y seguramente estaba en lo cierto. Según pasaban los días, Buk salía a recibirme más cerca de la población, provocando cierto malestar entre los viandantes. Así, mi preocupación por él y por su seguridad, iban en aumento.

    Lo cierto es que, entendiendo las necesidades básicas del animal, que por otro lado cada jornada se hacían más patentes en su cuerpo, decidí llevarle comida de casa para evitarle la mayor parte del problema y riesgo. Al principio aceptó devorando hasta la última migaja, y los días posteriores la rechazó rotundamente a pesar de mi insistencia. Aquel comportamiento suyo me desmoralizó; era evidente que lo que Buk quería de mí, no era precisamente “comida”, sino venir conmigo a casa, que lo adoptase. Y lo pensé en más de una ocasión, porque le quería y consideraba imprescindible su afecto y compañía, pero habían varias circunstancias que me impedían dar el paso: Ya había en casa una perra, Yaki, dos gatos y, lo que era peor, mi futuro personal incierto bajo la sospecha de que algo grave le sucedía a mi marido, dado que su extraño comportamiento, en general, iba en aumento.

    Cada noche al acostarme, me acordaba de mi fiel amigo Buk, donde y de qué modo las pasaría él en su precaria situación. Deseaba se hiciera de día para salir a su encuentro y comprobar, una vez más, que seguía vivo aunque fuera de milagro.

    Así, día tras día, pasaba el tiempo para ambos, él abandonado y yo en casa preguntándome como acabaría todo aquello, hasta que una mañana, al abrir la puerta de la calle para iniciar la marcha diaria, cual no sería mi sorpresa, que allí estaba Buk esperándome y, a partir de entonces, todos los días. Lo peor para ambos estaba por llegar.

    Estaba muy claro, Buk había perdido el miedo o sus necesidades eran tan acuciantes que se dejaba ver con frecuencia por el pueblo, siguiendo a cualquiera que le prestase un mínimo de atención, en su afán por conseguir que alguien se apiadara de él y lo adoptara.

    Y como todas las historias, unas acaban bien y otras mal, incluso trágicas, como por desgracia la de Buk.

    Después de una larga noche de lluvia, que descargó una tormenta con gran aparato eléctrico, me levanté más preocupada que de costumbre pensando donde habría pasado Buk aquella noche infernal. Me arreglé con rapidez para salir lo antes posible en su búsqueda…, pero no hizo falta; al abrir la puerta me quedé de una pieza, de nuevo estaba allí mi fiel amigo, echado en el umbral, mojado de la cabeza al rabo y temblando de frío. Entré corriendo a casa sin saber muy bien lo que hacer por él animal, pensé ¡secarlo lo primero!, sin lugar a dudas, y darle algo caliente de comer, pero en ese instante se dio la casualidad de que salía mi marido Samuel con nuestra perra, y Buk echó detrás de ellos sin atender a mi insistente llamada.

    Esperé toda la mañana el regreso de Samuel, que por otro lado, sabía perfectamente lo que aquel animal significaba para mí puesto que desde el principio de conocerle salía el tema de Buk a relucir en todo momento en la esperanza, de solucionar su problema de abandono de algún modo. Al verle aparecer, le abordé con impaciencia, con recelo y lo que es peor, con el presentimiento de que algo trágico se cernía sobre mi fiel y querido amigo. Samuel trataba de encontrar la fórmula para narrarme los hechos de manera que me hiciera el menor daño posible, pero ante mi insistencia por conocer la verdad por dura que ésta fuera, me dijo con cierto temor: A Buk no lo volveremos a ver más, se lo han llevado los municipales a la perrera, lo siento por ti y también por mí, porque lamentablemente he tenido que intervenir para que se dejase coger sin emplear la fuerza.

    Cuando se me pasó el disgusto, me contó con más detalle como habían sucedido los hechos: Ocurrió, me decía, nada más salir él de casa aquella mañana con la perra y seguidos de Buk hasta la esquina de la calle donde sucedió lo inevitable. Según le dijeron los municipales, iban tras él mucho tiempo porque varias personas habían denunciado su presencia deambulando por el pueblo, originando algún que otro incidente.

    Me quedé estupefacta escuchando el triste final del mejor amigo que tuve nunca, “Buk, mi fiel compañero”… Me sentí sucia por dentro, culpable de su cruel destino; cobarde, muy cobarde por no recogerlo, y lloré, lloré mucho de rabia y arrepentimiento, pero ya era demasiado tarde…

    Tuvo que pasar mucho tiempo para que volviera a pasar, en mi paseo diario, por aquel lugar donde en otro tiempo Buk y yo teníamos una cita cada mañana de compañeros, de cariño mutuo sin condiciones…; dos corazones solitarios, el de un animal noble y el de un ser humano con carencia de afecto que juntos encontraban la paz en el corto plazo de un paseo, poniendo el punto de armonía la madre naturaleza que nos acogía en su seno.

    Todavía hoy, mi querido Buk, escribiendo la breve historia de tu vida a mi lado, después de cinco años, cuando la mía la llena la soledad, el dolor de haber perdido a mi marido Samuel, a Yaki mi perra, y mucho antes a ti, mi fiel amigo…, me cuesta creer que ya no estáis conmigo; por todo ello y por que no te olvido, cuando en mi paseo llego al lugar exacto donde tú y yo nos conocimos, me ilusiona pensar que de un momento a otro vas a aparecer como entonces, por algún recodo del camino…

    Sé que nunca volverás, mi querido Buk, y no quiero pensar en lo que no fue y pudo haber sido, y desde lo más profundo de mi corazón te pido perdón y te digo que encontrarte en mi camino y conocerte, ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido.

    Fina





    Buñol, Febrero - 2010
     
    #1
    A Gustavo Cervantes y silveriddragon les gusta esto.
  2. Aplausos para ti Fina... Lei tu historia con mucha attention y con paciecia...
    Creo que todos en nuestras vidas hemos tenido, no solo uno, pero various buks, que no son necesariamente perros, podr an ser incluso humanos... Que nos han gritado desde su alma, y no los escuchaba.
     
    #2
  3. Fina Simón

    Fina Simón Poeta recién llegado

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    Muchas gracias querido Gustavo por su lectura y bello comentario.
    Sin duda que los animales nos dan grandes lecciones de afecto... Buk fue un ejemplo de amor hacia mi persona y no pude corresponder en su totalidad... y eso me pesa en el alma.
    Un abrazo.
     
    #3

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