Sociedad Canibal. Capítulo 17.

CAPÍTULO 17​

El humor de Ed había mejorado considerablemente desde que había subido a inspeccionar la colina donde el viejo moribundo había señalado que aquellos dos habían huido.
Un nítido rastro de huellas pertenecientes a dos pisadas distintas surgía de un agujero en el suelo, probablemente la salida de uno de los múltiples conductos subterráneos.
Recordó aquel lugar para volver más adelante a por toda la mercancía humana que podía permanecer aún en los túneles.
Ahora era el momento de preocuparse en satisfacer los caprichos de su patrón, el niñato rico de la ciudad.
Escupió al suelo y ordenó a toda la tropa que reanudara el paso. Quizá tuvieran suerte y mañana, o a lo sumo pasado, hubiesen capturado ya a sus presas.
Debido a la escabechina propiciada por aquel cabrón suertudo que asaltó su campamento sólo disponían de dos motos, que utilizaban para cargar los fardos con las armas, el combustible y los víveres y de ese modo avanzar más rápido.
La generosidad de Frank se había limitado a entregarle las dos cajas de explosivos que necesitaban para llevar a cabo el plan.
Según él ya era más que suficiente, puesto que escamotear ese tipo de material del arsenal de la ciudad, por lo visto, era de lo más comprometido.
Lo cierto era que Ed había esperado que todo aquello se hubiese resuelto de un modo más sencillo, pero últimamente nada lo resultaba, y eso lo ponía nervioso e irritable. No le gustaban las sorpresas.
Tras andar algo más de tres horas de pronto el rastro de pisadas se extinguió. Revisaron bien la zona para ver si descubrían algún indicio que explicara la súbita desaparición, pero no descubrieron nada revelador.
Finalmente, uno de sus hombres, que según tenía entendido había trabajado previamente como explorador para una caravana comercial, descubrió restos de una mata de esparto diseminados de forma poco natural. Su teoría era que estaban ocultando sus huellas con alguna clase de calzado especial elaborado con esparto.
Al parecer aún era posible seguirles la pista, pero el rastro era mucho menos evidente, y el viento podía acabar de borrarlo del todo.
Ed tenía ganas de golpear algo. Estaba anocheciendo y se encontraba en un inmenso páramo salpicado de formaciones rocosas en las que sus presas podían ocultarse.
Había perdido la pista y desconocía hacia dónde se dirigían, si es que estaban intentando llegar a algún sitio en concreto.
Se sintió tentado de abandonar aquella estúpida búsqueda y afrontar la ira de Frank.
Sin embargo aún poseía una importante ventaja táctica que le hacía desechar la idea.
Su banda estaba mejor pertrechada que aquellos dos fugitivos. Tal vez, con un poco de suerte, acabarían sucumbiendo a la sed o el hambre, y él sólo tendría que encontrar sus cuerpos moribundos... o tal vez sus cadáveres.
Solo que Frank nunca le perdonaría que le entregase muerta a la homínida.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Maldito sea ese cabrón y esa puta!

Pero sabía muy bien que toda aquella rabia no conducía a nada. Tenía que serenarse. Tras pensarlo detenidamente un rato llegó a la conclusión de que, dado que no poseían vehículo alguno, por muy rápido que hubieran avanzado no debían encontrarse muy lejos de allí.
En cuanto llegara el alba mandaría a patrullar la zona a sus hombres en las motos, y con un poco de suerte quizá darían con ellos. No podían permanecer ocultos eternamente.