Su Dios

Su Dios

Hete ahí que fui, oí, y me marché. Pasó el tiempo y se cumplió la profecía. Era lógico en aquel momento tener miedo, y más al imperio y sus autoridades. Dentro de la normalidad, la negación fue algo previsible; lo contrario hubiera sido un acto temerario no acorde a lo que se esperaría de un discípulo con uso de razón y precavido. La afirmación hubiera dejado lugar a la duda de la locura; y si era la razón y la verdad, parte de la enseñanza del maestro, flaco favor se hubiera hecho al propósito premonitorio de una humana condición. El acierto del maestro no fue algo divino, sino la probabilidad inmediata a unos hechos culpados de traición. Pero lo cierto es que todo se escribió mucho más tarde, y es dudoso que lo sucedido no forme parte, o de un cuento, o de una novela de ficción con miras a acomodar, voluntades y estilos, a la naciente euforia de unos judíos perversos, que no encontrando una salida por la vía diplomática, y viéndose cada vez más esclavos del sistema, (de sus propios rabís y de la autoridad gobernante), decidieron hacer uso de la virtud, o vicio del pobre de mí, para justificar su incompetencia respecto a la mano que manejaba los hilos de su propia historia… Su Dios.

 

Y así les salió esta novela que se contradice cada dos palabras.