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Sueños Lúcidos

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Gabriel Cortés, 16 de Enero de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 1193

  1. Gabriel Cortés

    Gabriel Cortés Poeta recién llegado

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    15 de Enero de 2016
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    Todos se han ido ya, me he quedado completamente solo. Está lloviendo, muy cliché lo sé, pero lo hace y de una forma que hace años no se veía. Miro hacia el cielo, completamente gris y encapotado, mi rostro se refresca, las lágrimas se confunden con las de los ángeles. Miro al cielo, buscado una respuesta…. Nada. La pregunta está acá abajo, en la rosa que veo fijamente hasta ahogarse como me ahogo yo. – Tranquilo – dices, tomando con firmeza mi hombro.


    - ¿Has tenido alguna vez sueños lúcidos? – me preguntó al fin, como respondiendo a mis constantes y esquivas miradas que buscaban romper el silencio que nos ataba el uno al otro en medio del bullicio.

    Los últimos días de clases son difíciles, con frecuencia más de alguien resulta herido a causa del ocio. Es complicado, si quieren no me crean, pero lo es, sobrevivir el día a día levantándose temprano para irse a encerrar en una sala gélida y mantenerse horas sentado en un silla incómoda, siempre respetando al viejo profesor que llega con el libro y la regla bajo el brazo sólo para sentarse, igual que nosotros, a quemar las largas horas del final de semestre. Es como si nos entrenaran para el resto de las vidas, nos aclimatan al hastío.

    Pues bien, en ese escenario lo único que nos queda es aferrarnos a largas horas de conversaciones que pasan por todo tipo de temas, desde las banalidades más superfluas de nuestras mentes pueriles hasta las trascendentes discusiones mediantes cuales arreglamos el mundo con tan sólo unas palabras.

    Pero, esa mañana, todo fue diferente. Lo venía siendo – en realidad – desde hace muchos días. Sentados en un rincón de la sala de clases, atrapados en medio del resonante murmullo que retumba en las paredes del salón, estábamos nosotros dos, los más viejos amigos, en el más completo silencio.

    Era raro verlo por esos días, algo andaba mal con él, y yo más que nadie podía saberlo. Brazos cruzados, sus largas piernas estiradas a más no poder, no dejaba de mirar a algo que el espacio ha perdido. Su pelo había crecido rápidamente, seboso y enmarañado, los mechones caían como muertos sobre su rostro, el cual había perdido de a poco su coloración, su vida. Era ahora un insípido trapo viejo que daba albergue a su mirada perdida, sus pupilas dilatadas y las grandes ojeras que se dibujaban bajo sus ojos. Sus manos tiritaban, estaba nervioso, necesitaba mantenerlas ocupadas, así que no dejaba de jugar con una moneda de 100 escudos antigua entre sus manos. Su rostro se había afinado, parecía haber perdido mucho peso y muy rápidamente.

    Sabía que le pasaba algo, pero no podía adivinar el que. Lo miraba constantemente buscando respuestas que no encontraba ni tampoco me atrevía a preguntar. En realidad, sentía temor de lo que podría escuchar.

    Quizás él conocía mi miedo, incluso mejor que yo mismo, y es por eso que espero un largo rato antes de hacerme esa pregunta que me estremecería, aun cuando se deber haber dado cuenta desde un principio de mis fugitivas miradas.

    - ¿Has tenido alguna vez sueños lúcidos? – Había preguntado. Él ya sabía la respuesta – Yo sí, de hecho creo que ya te lo había contado ¿cierto? – En efecto, lo había hecho – Sí, si lo hice. Tú me miraste raro, como que no me creíste pero igual quisiste hacerlo, quisiste – como buen amigo – creerlo, y al final, créeme lo sé más que nadie, eso es lo importante. Eso sí, tenías razón con no hacerlo, es decir, ya no somos niños que nos tragamos todos los cuentos de fantasías. Es que al final te conté eso, una cuento de fantasía, te retraté mi experiencia – por miedo, supongo – de una forma medio en broma, pueril, superficial, casi de pasada. No, jamás te describí lo profundo y hermoso de mi experiencia. ¿Fue alguna vez hermoso?

    Tiritaba.


    ¿Te acordaí de esta foto, huevón? ¿Te acordaí? Mira que felices se ven los pendejos de la foto, sonriendo a la cámara, llenos de sueños, de ideales, de amores platónicos. Llenos de secretos que se sabían el uno del otro, ahí estaban, el par de huevones – tu y yo, dirían quienes nos conocen – jurándose amistad eterna e incondicional. ¿Te acordaí o no? ¿Cómo no? Nos fuimos a tomar esta foto a Argentina, a la chucha, en el culo del mundo, con el Nahuelhuapi tras nuestras espaldas y el viento amenazando con llevarse todo. ¿Te acordaí ahora o no? Vo’ gritabaí, te subiste a una barrera para llegar más alto que nadie y querías llegar más alto que nadie para puro gritar ¡Quiero volar! ¡Quiero volar! Ya po’, entonces, ¿por qué no volaí ahora po’ huevón? ¿Por qué justo ahora te da por quedarte mirando morir una rosa?

    Ahora soy yo el encapotado. Las rosa se sigue ahogando bajo la lluvia, pero ocurre algo más, algo que sólo tú, que te quedas mirando fijamente la rosa y eludes mis preguntas melosas, puedes haber visto: La rosa se marchita.

    - Tranquilo – me vuelves a decir, y fue lo único que me respondiste.


    - Creo que sí – continuó – Después de todo, al principio siempre fue hermoso, y de alguna forma, lo sigue siendo.

    No levantó jamás la vista, me había hablado y aquello era un avance, pero su mirada seguía perdida allá donde nadie jamás nada encontraría, ni tampoco miraría. Sólo me atreví a asomar la cabeza a ese extraño mundo donde vagaba su conciencia y baila la inconsciencia, y lo hice con ojos cerrados. Como había sospechado, el miedo a sus palabras se había materializado y encarnado a través del delgado hilo de su voz agónica.

    Todo empezó así de repente – relataba – Yo nunca lo busqué, simplemente llegó a mí de súbito, casi por sorpresa. Al principio fue raro, ¿sabes? Es que para la sabiduría popular es inconciliable la idea de tener conciencia durante la inconsciencia ¿no crees tú? No podía evitar preguntármelo, ¿Era esto de verdad un sueño? ¿En verdad tenía conciencia de este sub mundo aparte de aquel universo donde duermo plácidamente? Entonces me perdía en esas reflexiones y lentamente, y por supuesto sin darme cuenta, me volvía a entregar completamente al cauce caótico del río onírico, ese que es afluente de todos los mares y donde desembocan todos los océanos, y no volvía a cuestionarme jamás si la cascada que emerge desde la tierra y se pierde en el cielo era real o una simple imagen oculta en mi inconsciente…. Hasta que despertaba, y lo hacía en una oscuridad absoluta, rodeado de un silencio perturbador e imperturbable, en un universo que para mi mente confundida era más inverosímil que el de las cascadas invertidas, un universo donde todas los sonidos son palabras y todas las palabras son lamentos, un cruel universo donde todas las figuras son sombras y todas las sombras son fantasmas. Pero pronto me daba cuenta que las cascadas van siempre para bajo y que el mundo terrorífico de mis pesadillas es este, el real. Pero más importante, había tenido consciencia de mi cuerpo y de mi mente durante un sueño, y lo recordaba. Eso venía pasando desde antes, empecé a recordar con completo detalle cada uno de mis sueños, y creo que eso es raro ¿no? Es decir, ¿recuerdas tus sueños? No, no lo haces. Quizás a veces, pero ese más o menos es lo mismo que no hacerlo. Lo que yo te digo me pasa con completo detalle, onda, si sueño que voy subiendo una escalera y veo a tres pájaros negros volar hacia el oeste, yo voy a recordar que el tercero tenía un pluma blanca y que la nube bajo la cual volaban se estaba poniendo gris. Ahora, como te decía, no te preocupes, nadie lo hace, o nadie lo hace ya. El último sueño del mundo era botar el muro y apenas lo hizo se olvidó de soñar, ahora puro consumir y consumir, vivir por el momento pero no en el momento, correr más rápido para llegar último, el que duerme no compra, pegarse todo el día a la tele y toda esa mierda.

    En fin, como te iba diciendo, al poco tiempo abandoné las preguntas y pude distinguir casi sin ningún problema cuando estaba soñando. El más mínimo detalle abría mi conciencia, la guitarra que empieza a hacer sonidos de piano, el reloj que indicaba que eran las SF:R3:UD, o la foto del lugar desconocido, o el hombre que pone un perfume que huele a genitales femeninos, o la voz mi abuela muerta y entonces ¡bang! Me daba cuenta que estaba soñado y entonces ¡bung! Despertaba, siempre con una sonrisa en la cara, como te decía, era algo hermoso. Sin embargo, la sonrisa no era de satisfacción, no, algo faltaba. Es que apenas podía ser un observador pasivo, ¡y en mis propios sueños! Te juro, apenas intentaba participar en la acción me volvía a hundir y perdía la consciencia. Eso me causaba frustración, yo quería llegar más allá.

    Así empecé a visitar foros en internet que hablasen sobre el tema y saqué desde la biblioteca cualquier libro que contuviese información sobre el control de los sueños. Leí mucho sobre su historia, sobre como la practicaban – y aún practican – sabios budistas, que estaban ligados estrechamente con la meditación y que en los últimos años los científicos se han interesado mucho en investigar este fenómeno que ha sido dado ya como verdadero. También encontré testimonios de personas que relataban su experiencia teniendo lo que llamaban “sueños lúcidos”. Las maravillosas palabras con que describían su práctica, sólo ayudó a avivar más la llama que tenía adentro, lo convirtió en una necesidad, en una obsesión. ¡Imploraba ser el amo y señor de mis sueños!

    Finalmente, encontré algunos consejos y técnicas para lograrlo. Durante largos meses me aboqué devotamente a realizar cada noche los ejercicios. Cerraba los ojos, trataba de pensar en nada, respiraba profundo, soltaba mi cuerpo, contaba hasta cien y me preguntaba ¿Estoy acaso soñado? La respuesta era siempre no, estoy despierto, oculto en la oscuridad de mi habitación. Repetía la rutina cada vez, y cada vez la respuesta fue la misma: No. La frustración seguía su curso junto con la obsesión, que seguía aumentando sin poder encontrar salida.

    Un día simplemente lo dejé, sencillamente – ya llegada la noche – me encerré entre las sábanas de mi cama y me entregué por completo, después de largos meses, al capricho de los brazos del sueño. Y fue entonces cuando ocurrió la magia…. 96…. 97…. 98…. 99…. 100…. Abro los ojos…. Oscuridad…. ¿Estoy acaso soñando?.... Mis ojos están abiertos nuevamente, ¿Cuándo los abrí? Miro alrededor, el entero paisaje se había iluminado entonces. Mi reflejo sobre el manantial se ve tan nítido como mis pies que tocan la superficie del agua, como la cascada de emerge desde las raíces y se extiende hacia el cielo. ¿Estoy soñando? Pregunto nuevamente. No respondo, sólo salgo corriendo sobre el agua del manantial hacia la cascada, hay una luz escondida entre su torrente y ¿qué es eso? ¿Acaso una voz? Un murmullo, un susurro, ven, ven, me está llamando, voy hacia ella…. Oscuridad…. 101, 102, 103. ¿Estoy acaso soñando? Me pregunté nuevamente riendo, y llorando también. No pude aguantar la emoción, simplemente corrí y sin embargo lo sentí, en mi cabello que se desordenaba corriendo y en mis plantas que percibían como se escapaban del agua, sentí esa hermosa e indescriptible sensación que tanto alardeaban en los foros de internet, que tanto quise, que tanto busqué. Seguí llorando y riendo, sentí ganas de gritar, quizás lo hice, mas la noche ahogó mi voz. Lo he logrado.

    Gradualmente los sueños se hicieron más largos, y entre más se extendían estos, también pude alcanzar mayor control sobre ellos. Llegué a lograr, con suma frecuencia, pasar noches enteras deambulando por mi inconsciente, saltando de sueño en sueño, de sueño a pesadilla y de pesadilla a fantasía. Era el amo del universo, un pequeño dios que construyó grandes mundos y que destruyó otros. Era el poeta diciendo lo imposible. Era el carpintero haciendo de la madera el reflejo de sus ojos. Era lo que era, lo que fui, lo que seré y todo lo contrario. Controlé el ritmo del baile cósmico, hice que todos los seres de la tierra tuvieran la misma frecuencia cardiaca, hice de la naturaleza mi mascota; de la física, un extraño recuerdo, una herejía. ¿Qué eso que viene a mi reino a limitar con reglas y fórmulas los ires y venires de mi universo? ¡Nada es imposible! ¡Todo lo hecho está aún por realizarse!

    Volar era lo mejor de todo. Esa sensación de libertad es inigualable, el viento en tu cara, el mundo mirándote hacia arriba, tan pequeño, tan miserable, cegados por un sol que sólo yo me atrevo a mirar los ojos.

    Las primeras veces fue difícil. O sea, ¿has visto Matrix? Sí, obvio que la has visto, si nos encantaba. Seguro recordarás la escena cuando Neo trata de volar ¿No? Qué va corriendo hacia la cornisa sólo para caerse y despertar antes de tocar el suelo. Bueno, pues créeme, es completamente igual. Vas, saltas, sientes que lo lograrás y al final simplemente ves al suelo acercándose a tu cara y justo cuando el choque parece inevitable ¡bang! Despiertas. Pero cuando lo logras, no tienes idea.



    97…98… 99… 100… He estado aquí antes. Mi reflejo en el manantial se ve algo borroso. Ven, susurra el viento. Miro alrededor, buscando la fuente del sonido. Por acá, agrega. Entonces desde el suelo emerge nuevamente la cascada que se alarga hasta el parnaso de los dioses. Una luz se enciende en medio de la cascada y ven, repetía constantemente la voz, ven, pequeño dios, ven a ver la corona de tu reino. Y me convencí, y lo seguí, y corría hacia el destello que me seducía, y mientras corría la voz seguía susurrando que todo era una ilusión, que toda libertad era mentira. Sentí el agua en mis manos cuando la luz encandiló mi mirada. Todo fue inmaculado por un segundo, hasta que sentí esa brisa de viento frío chocar con mis manos húmedas ¿Estoy soñando? Pregunté, no hubo respuesta. Abro los ojos y me encuentro al borde una cornisa flotando sobre nada, y veo a los ojos al vacío y la inmensidad me hace sentirme tan pequeño. Vuela, susurra la voz….


    Oye, ¡Oye! ¿Qué estás haciendo ahí? Miras hacia atrás, tienes agallas para hacerlo, me trajiste acá y tienes agallas para mirarme a los ojos antes de hacerlo. El frío viento ha despedazado a la rosa ya marchita, esa que ahora flota en el aire y revolotea alrededor tuyo. Hay algo de angelical en tu figura, como un presagio, pero eres mortal, y lo sabes ¿lo sabes, cierto? Sonríes, ¿por qué lo haces? ¿Qué es tan gracioso? – Tranquilo – dices, tu voz parece lejana – Todo es una ilusión.


    …. Y volé, me lancé a la oscuridad. Todo se iluminó de súbito, tuve la sensación de estar despierto, ¡todo se sentía tan real! De repente la luz dio paso a la gran ciudad y yo empecé a caer sobre está caótica y puta ciudad, con los autos viniendo de aquí para allá, con la gente transitado cabeza gacha y pensando en toda la basura que traen en sus bolsas de plástico. Y yo seguía cayendo sobre esa ciudad que construimos sobre las cenizas de nuestros muertos, un cementerio del pasado que también es nuestra tumba. Y yo seguía cayendo sobre esa tumba que repletamos de rascacielos y envolvimos de concreto que guardasen en su frialdad nuestros secretos. ¡Y el concreto se veía tan real! Y yo seguía cayendo, y el cemento se acercaba cada vez más a mi rostro. Mis cabellos se esforzaban por no ceder ante la gravedad y se entregaban al viento, al frío viento que chocaba contra mi cuerpo y reía, cantaba, susurraba, vuela. Pero yo seguía cayendo. Traté de calmarme, de convencerme a mí mismo que todo era un sueño, que – como siempre – despertaría antes de caer, y que lo haría sobre mi cama, sudoroso, asustado y agitado, pero, al fin y al cabo, sano y salvo. Pero no podía mentirme, ¡todo se sentía tan real! Yo seguía cayendo. Pensaba en que despertaría, respiraría profundo y que pronto volvería a dormir; jamás lo hice. Pero entonces pensaba que cerraría los ojos y lo haría hasta que por el horizonte, allá por sobre la cordillera, se asomara el sol anunciando que el amanecer había llegado; nunca llegó. Nada había sido un sueño, todo fue cierto. Eso fue lo último que pude pensar antes de golpearme contra el suelo, no desperté como siempre, no, sentí el golpe como si hubiera sido real, sentí mi cabeza azotándose contra el pavimento, explotando, desparramándose como también se desparramó la sangre por el frío concreto. Oí el golpe seco de mi cuerpo impactando contra la tierra, oí el profundo ruido de mis doscientos y tantos huesos resquebrajándose al unísono. Y por sobre todo (mi cuerpo tirita al recordarlo) sentí el dolor, sentí el dolor de la muerte entrando a mi cuerpo, llevándose mi vida. Quería despertar. ¡Es todo un sueño!, ¿Era todo un sueño? De pronto me di cuenta que las bocinas de los automóviles seguían sonando, apurando para que me barrieran del camino. ¡Había caído desde el cielo y estrellado contra el concreto y el mundo salvaje seguía girando insensiblemente! Recuerdo haber llorado, sin duda aquello era indicio de que todo había sucedido en verdad. Las bocinas seguían sonando, ya no lo soportaba más. - ¡Cállense! – Grité enardecido - ¡Estoy muerto! – Y todo se callaron. Todos lo hicieron, sólo el frío viento continuaba riendo, cantado, susurrando, vuela, pequeño dios.

    Sólo entonces desperté, agitado, pero aliviado. Respiré profundo, me dolía la cabeza, veía todo borroso, hasta la verdad la veía borrosa. Estaba cansado ¡Todo se había sentido tan real! Pero ya había pasado, fue sólo un sueño ¿Lo fue? Entonces me doy cuenta que un fluido espeso mancha mis sábanas, sangre, negra y densa sangre manando desde mi cabeza.


    El hombre se sienta en la orilla de la playa cada tarde a ver el sol caer, sin duda, se maravilla con el espectáculo. El gigante crece aún más, todavía más furioso se vuelve su semblante. El hombre ve a un rey majestuoso sentándose en el cielo, su trono, y desea tocarlo, poseerlo, como el mismo Ícaro mirarlo a los ojos. El sol y el cielo son como el inconsciente humano.

    Pero tú conocerás la historia del joven Ícaro, ¿cierto? Su vuelo se vio interrumpido, sus alas se derramaron derretidas sobre el océano. Entonces el mar se hace necesario, la conciencia, para mantener alejado al hombre de sus profundos deseos que, probablemente, y tal cual Ícaro, terminarán por matarlo.

    Pero aún queda un problema más. El hombre no ve al océano como una amenaza sino como una fuente de la cual todo ser vivo proviene, pues, ¿por qué no volver? Entonces el hombre se echaría a nadar hasta surcar el mar por completo y ver al fin sus anhelos cumplidos. La simple advertencia de muerte no basta para persuadirlo a dejar su empresa, pues en el fondo todos somos Quijotes y no nos suele importar si frente a nuestros ojos hay molinos o gigantes. Por lo tanto, se vuelve necesario establecer un límite, un horizonte, aquella línea que percibimos y sin embargo no existe. Aquella que por mucho que nademos será inalcanzable y sin embargo es menesteroso cruzarla para cumplir nuestras aspiraciones.

    En resumen, Conciencia e Inconsciencia separadas por un horizonte intangible, y nosotros parados en la orilla.

    Pero yo no pude soportar ver la vida parado desde la arena. No, yo tuve que adentrarme al océano y nadar y eso hice hasta el día en que aquello tampoco me pareció suficiente. Decidí, entonces, explorar las aguas más profundas de mi persona y conocer las maravillas que en estas se ocultan. Y lo disfruté más que ninguna otra cosa en mi vida.

    Así fue hasta el día en que estuve a punto de ahogarme y me vi forzado a luchar por mi vida y a emerger desde las profundidades para llenar mis pulmones de oxígeno. El paisaje había cambiado; el horizonte, desaparecido. Cielo y mar se habían fundido en un único e infinito manto en donde yo flotaba errante en medio de la nada.

    Sueño y vigilia se me hicieron como dos iguales; el paso entre uno y otra se me hizo imperceptible. En cada momento, en cada lugar, cada vez que me entregaba a las circunstancias convencido de estar despierto, me asaltaba la duda si lo que veía, sentía y sucedía era real o era otro artificio de mi mente. Es por eso que decidí, comprendiendo el peligro de no poder descifrar lo falso de lo real, traer conmigo siempre esta moneda, un viejo recuerdo de mi abuela y sus épocas de militancia. Así, cada vez que me entra la duda, la echo a rodar. Si se detiene, esto es real. (En ese momento pone la moneda sobre la mesa y la hace girar. Ambos nos quedamos viendo por un rato como gira, como expectantes a la respuesta, hasta que empieza a tambalear, entonces continúa con su relato.)

    Funcionó en un principio, pero pronto no fue suficiente. Al poco tiempo, mi mundo – que ya para ese entonces era sueño y vigilia a la vez- se repletó de sombras que me seguían, que me tocaban la espalda en forma de escalofrío, que me susurraban algo, algo tenebroso. Algo, lo único, que no quería escuchar.

    De pronto me vi convencido por el murmuro ininteligible de las sombras. Ya no lo soportaba más, todo aquello era un sueño y debía despertar.

    Con los ojos cerrados disfrutaba sentir al viento jugando con mis cabellos, calando con su frío en mis huesos. Las sombras se habían tranquilizado, ahora escuchaban, expectantes. Entonces abrí los ojos y me encontré en la cima de un edificio, con el gran cielo – que también era mar – frente a mí y con el sol a mis espaldas, tratando de derretirme. Mirar hacia abajo puso en mí la duda. Empecé a temblar y eso disgustó a las sombras, que se pusieron a susurrar al unísono, formando un único y grueso grito imposible de comprender. Temblaba, mi corazón se había acelerado y mis ojos pronto empezarían a llorar. Recordé la moneda yaciendo oculta en mi bolsillo. Traté de sacarla para hacerla rodar en alguna parte, mas mis manos se encontraban demasiado torpes, cayendo la moneda hacia el vacío. Las sombras seguían protestando mientras yo observaba la moneda caer lentamente al pavimento gris. ¡Cállense!, grité, respondieron en silencio. Así, en un último ataque de sensatez, bajé del edificio, primero caminando, tranquilo y brioso, luego corriendo desesperado y enajenado.

    Entré a un baño. Era pequeño y húmedo, con un espejo de medio cuerpo justo por sobre el lavamanos. Me lavaba la cara cuando sentí un peso en mi bolsillo derecho, la moneda, pero, ¿Cómo era posible? La puse a girar y no le quité un ojo de encima hasta que la vi al fin detenerse sobre el lavamanos, de forma que pude respirar más tranquilo.

    Pero mi tranquilidad duró hasta levanté la vista y no encontré mi figura reflejada en el espejo, sino la de una bestia monstruosa que me observaba desde el otro lado fijamente con sus ojos furiosos que parecían llorar sangre. Decía algo, yo no lo escuchaba, con su boca cuyo aliento mataba mariposas y marchitaba los claveles. Yo no lo escuchaba, dije, pues me esforzaba en girar una y otra la vez la moneda sobre el lavado para convencerme que todo era un sueño, pero una y otra vez tuve que ver la moneda tambalearse y luego caer. Todo era real, y la bestia se reía de mí con sus carcajadas que sonaban como trompetas infernales, dejando entrever sus dientes afilados entre los cuales manaban gusanos que se revolcaban en la muerte.

    Todo era insoportable, pronto perdí el control y, sin pensar en nada, cerré el puño y lo estrellé contra el vidrio que ocultaba mis tormentos. Mas éste no se rompió como yo esperaba, sino que, por el contrario, mi brazo lo atravesó como si fuera agua y no espejo lo que veía.

    Los gusanos de la bestia se empezaron a apoderar también de mi brazo. Todo era real, podía sentir nítidamente a las lombrices retorcerse como con placer en mis manos y subir lentamente por mi muñeca, luego por mi antebrazo, el codo y así hasta, finalmente, apoderarse de mi extremidad entera. Salí corriendo, aterrorizado, la bestia continuaba riéndose con carcajadas que semejaban los alaridos del mil infiernos.

    Pero no siempre por correr se avanza más rápido. De pronto, no sé cómo (hace rato que no sé nada), me encontré en una pieza completamente oscura, la cual se iluminó de súbito. Cerré los ojos, cegado por la potencia de la luz que parecía provenir de todas partes. Al abrirlos, me encontré rodeado por grandes espejos, cada uno con su respectiva bestia riendo a carcajadas, susurrando lo que no quería escuchar.

    Me tiré al suelo, me coloqué como un bebé, agarré mi cabeza y estallé en llanto. De pronto, todas las voces se callaron, a excepción de una, la cual susurró como un escalofrío: Escucha, Pequeño Dios.

    Y un viento fresco se escabulló entre mis dedos y me besó tiernamente mis cabellos. Abrí los ojos y me encontré en el paraíso con que tantas veces ya había soñado. Ese donde no me mojaba y las cascadas ascendían hasta el cielo. La bestia se paraba frente a mí, se veía completamente distinta, era la bestia atemorizante de hace un rato y lo supe al instante, era lo único que en ese momento podía saber con completa certeza. Se presentó ante mí como un dios plateado, apenas perceptible y, sin embargo, imponente, y yo tan pequeño. Lo observé con mis ojos hinchados, él me respondió con sus faroles acogedores. Susurraba aquello que yo no quería escuchar, pero entonces sí lo hice.


    ¿Por qué te detienes? ¿No vas a decirme lo que te dijo la bestia? ¿Me has traído hasta aquí, ya tan inmerso en tu historia, para dejarme colgado en el final?

    Tu vista está perdida, empieza a soplar el viento.

    ¡Vamos! ¿Qué te dijo? ¡Dime!

    - Tranquilo – respondes – Todo estará bien – Ahora tienes una rosa marchita en la manos. Juegas con ella, hueles su aroma ya perdido en el tiempo, la observas. Observas, con la detención de un sabio, como lentamente sus pétalos se siguen ajando en tus manos.

    Me desesperas, necesito saber, necesito…. Escuchar, lo necesito. ¡Dime!, por favor, por lo que más quieras, ¡Dime!

    Y levantas, por primera vez en la mañana, la vista para mirarme con tus grandes ojos de muerto, llenos de calma y sin brillo, precisamente, como los ojos de un cadáver. Mis vellos se erizan, un escalofrío recorre mi espalda, el viento sigue soplando y se vuelve cada vez más frío. – Tranquilo – repites, y lloras sangre, transpiras sangre, escupes sangre, todo tu cuerpo está lleno de negra y fresca sangre. Ahora me doy cuenta que la moneda sigue girando, nunca dejó de hacerlo, y que el viento se vuelve cada vez más helado, y que si miro hacia abajo podría caminar sobre el agua, y que si observo a mi alrededor notaría que las cascadas caen hacia arriba. Y te pregunto, por última vez, te lo imploro, ¡Dime! ¿Qué fue lo que te dijo? Sonríes. Me dijo – respondes – Despierta….


    …. Y despierto. Lo hago en la soledad que sólo el alba puede entregar a los hombres, nervioso, empapado en sudor. El primer haz de luz se asoma a mi ventana, iluminando los pétalos despedazados de aquella rosa marchita que yace sobre la sonrisa de dos adolescentes despreocupados, riendo a la cámara, disfrutando de la indescriptible sensación de estar en la cima del mundo. Allí está la rosa, despedazada sobre el recuerdo roto de quien fue mi mejor amigo.
     
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