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Sueños

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 8 de Febrero de 2020. Respuestas: 1 | Visitas: 428

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Mujer
    La noche refulgente se aplaca en cada rincón del lugar, las sirenas a lo lejos anuncian que la ciudad aún sigue despierta y los autos avanzan en quietud por las calles, él los siente. La luna refleja farolas que penetran las cortinas, se derraman por el suelo y llegan a sus pies, el humeante cigarro de cada noche descansa en el plato que antes había estado lleno de bote a bote, el ronroneo de la gata que ahora duerme plácidamente en su cama, llega a sus oídos, el pelaje del animal se vuelve brilloso en compose al aro de luz que parece llover sobre el mismo. Iris vuelve a ponerse de pie, camina por el corto tranco que le permite aquel lugar dar, sus pies besan en suelo gélido bajo sus dedos pálidos, en contraste con los negros de su vestimenta parecen los de un vampiro. Su madre era quien siempre se dedicaba a admirar aquel detalle en ella, o en la pequeña deformidad de su tabique, aquel que lo hacía lucir de más años de los que ya poseía. Los puños del muchacho se aprietan sobre sus costados, de brazos y contemplando hacia la nada, solo puede admirar con desgana todo su presente extendiéndose sin premura sobre su vida. La remera negra con palabras inentendibles dibujadas en el pecho, se desliza y da sobre la silla que se encuentra al lado del ropero, su espalda ahora es dibujada por la misma luna que antes admiraba en silencio, se extienden los músculos rígidos y cubiertos en cicatrices ínfimas, y dan paso al baile.
    Conjunto de curvas, de siluetas que se desdibujan a medida que el cuerpo se contorsiona, manos que vuelan, piernas que ahora se pegan sudorosas a la tela del pantalón, suben y bajan, aletean y parecen emprender un vuelo mágico. La música no suena, pero el sentimiento viaja sin necesidad de melodía alguna, la luz vibrante devora gemidos, busca en los senderos de aquel cuerpo, que ahora mismo solo poseen el poder de atrapar cualquier alma. Un cuerpo capaz de aniquilar un sentimiento, o comerse sin permiso, cientos de fantasías. La oscuridad negra del cielo refulgente, no se compara con el cabello que ahora se mueve sobre el viento imaginario que revolotea cuan mariposas en pleno verano, por un par de brazos que parecen arquearse como un cisne. Trazos de tinta, bañados en un esplendor que deja en vergüenza el cabello de un mismo ángel.
    Mi respiración da respingos, me sujeto a lo que sea, me trepo sin cesar y con esfuerzo, a las oleadas que mi pecho confronta, que lucha por atravesar. Aquel rostro, ahora también bañado en infinitas gotas, llega a mí como flechas. Cejas pobladas, rasgos elegantes y capaces de aniquilar al mismo tiempo, me llaman hasta en sueños, pesadillas, o quizás hasta en las horas del reloj que a veces me mantienen cautiva. El silencio nos come vivos, las respiraciones trepan y mueren, la vida adquiere otros tonos y la brisa quiere colarse nuevamente y someter el poco juicio que nos queda. Mi silla, sobre la que me encuentro ubicada, vuelve a ser mi refugio, un cuerpo femenino atraviesa la puerta a mi izquierda, y nace entre las manchas azules, provocadas por los dibujos de la cortina, que dan sobre el lugar. Pequeño, de siluetas más definidas y aniñadas, comienza el ritmo. Se mueve, se desliza, capaz de imitar a la perfección el andar de una serpiente, ambos cuerpos igual de pálidos comienzan a charlar, a comunicarse a entregarse uno al otro en total magnitud latente. La muchacha quien responde al nombre de Laura, ahora solamente posee ojos para su acompañante. Él por otra parte sostiene su cintura, se mueven en total aplomo, encendidos, entregados solo y únicamente al momento. Al escenario que se abre paso solo para mí, en cierto momentos quedan suspendidos, las manos femeninas y jóvenes de ella, sobre los brazos fuertes de él, sujetándose con fuerza mientras se contornean en un acto que refleja el de total intimidad, como lo sería un sexo espontáneo, de esos que suelen ser los favoritos de muchas otras personas. Las caderas de Laura se mueven salvajemente, la pelvis de Iris se refriega sin temor y los ojos solo se corresponden en total silencio. La danza los obliga a separarse, nuevos movimientos los mantienen alejados, inertes, expectantes. Admiro sus ojos desde donde estoy, puedo ver en las sombras, como ahora mismo piden, suplican en torno a mí. Mi labio inferior tiembla, ellos lo ignoran, si, ignoran lo significativo que es que a alguien como yo le tiemble una parte del cuerpo y que ellos puedan verlo. La luz proveniente de la ventana se apaga, los sonidos de la vida nocturna sucediéndose afuera, parecen extinguirse en un lento degradé. Cuando el minutero del reloj sobre la repisa se detiene, un par de manos se sumergen en mi pecho, no puedo moverme, mi único don es el de admirar, el de contemplar aquello que ante mis ojos se va narrando. Ahora las manos aprietan, rompen tejidos y una voz dulce se acerca a mis oídos. La desconozco. Al mirar con dolor hacia adelante, los cuerpos aparecen, Iris ahora está en compañía de dos siluetas femeninas, tres seres que se contorsionan levemente y en éxtasis, la música sigue en modo mute, la realidad ya se ha fraccionado conforme a la fantasía, lo que veo no es algo que haya podido leer en todos mis años de lectora. La tercera y última en aparecer, llamada Nina, se acerca a ambos, los toca, los roza, los explora. Las obras de teatro tienen un trasfondo, las películas un fin, pero aquello ante mí, no tiene ninguna de ambas cosas. Nada que me permita sospechar o siquiera decidir si amo lo que veo o no.
    De pronto, aquella mano que sujeta mi pecho, baja hacia mis costillas, las mueve, las va corriendo de lugar y empuja. Los cuerpos chocan, Nina cae al dar contra la pared y sus ojos me golpean, Laura parece arrastrar una pierna que ahora lleva una forma extraña y refleja sus ojos en los míos, Iris se arrodilla con un par de manos ensangrentadas y su espalda dibujada en un rojo carmesí. Seis ojos acicalando los míos, comiéndome con ansias, con hambre. La quietud vuelve a ganarme, las manos que me revuelven las tripas, ahora mismo me rompen los pulmones son uñas filosas, los intestinos están aplastados y los ovarios totalmente cortados con furia, como cuando un pedazo jugoso de carne, entra en la boca de un roedor que intenta descolgar un par de riñones de su presa. La sangre cae y me hace cosquillas, los brazos a mis costados duermen al mismo tiempo que las piernas, los oídos están sordos y la lengua totalmente seca. El despertar me espera, aún la pesadilla continúa en vela.
    La luz del mediodía me golpea el pecho, el calor trepa por cada extremidad y los huesos parecen haber sufrido una tempestad, me levanto y vuelvo a la rutina que conlleva cepillarme los dientes, intentar domar mi cabello, esquivar el reflejo en el espejo mientras lo hago y nuevamente volver a mi refugio de cuatro paredes y una ventana de extensa altura. El ventilador retumba levemente, los libros se encuentran en el mismo lugar, la última remera que use ayer sigue colgando del mismo cajón y la cajonera sigue teniendo el mismo polvo. El silencio y la monotonía sistemática que significa coexistir conmigo misma sigue de pie. La miro, la recuerdo, el estómago me vuelve a dar un vuelco. Me muevo y la cama rota vuelve a quejarse debajo de mí, las sábanas continúan desordenadas, la luz del velador roto que siempre se apaga, cede. Aquel cuerpo que anteriormente me había inspeccionado en sueños, vuelve a reflejarse, vuelvo a encontrar esos ojos que me hacen llorar sin premura, sin pensarlo, sin siquiera tener una razón certera para saber el porqué de aquellas lágrimas. Como cuando un moretón aparece en tu cuerpo y no recuerdas que fue aquello que lo provocó. Eso era ella en mí, una herida que había nacido de la nada misma, de esa misma nada que se alimentaba de angustia, de desesperación, que se arrastraba hasta mis pies y los ataba al suplicio. Era ese monstruo que mis relatos se dedicaban a describir, aquellas letras que besaban la verdad que nadie más se atrevería a ver en mí. La criatura cautiva dentro de mi ropero, la que yo misma día a día me encargaba de apresar entre esas paredes de madera y cubiertas de humedad.
    Aquel esperpento de metro sesenta y seis seguía estático, con ambas manos a sus costados y dedicándome palabras en total silencio, carcomiendo mis pensamientos, metiéndose por mis ojos como agujas. Cuando la realidad cae como bomba, sus manos apresan mi cuello, la voz se me congela y sufre, grito pero nadie me escucha, sus uñas se entierran, la mano que ahora se encamina hacia mi cuerpo con total libertad me sostiene un seno, lo aprieta para luego hacerlo reventar, la piel se vuelve violeta y las carnes rojas se derraman, la punta de mi feminidad ahora no es más que un pedazo marrón que cae a mis pies. Su mano fuerte sigue rompiendo, desgarrando cada rincón de mi piel que quede vivo, palpando mi interior y todo lo podrido que en él se halla. La bestia me mira y no sonríe, su cara esta cubierta de una oscuridad que siempre en sueños me solía visitar, siento esas manos seguir despedazándome, tirando hacia un costado, desde mis costillas vacías hasta el hígado. Ahora el colchón posee varias pinceladas, ahora aquella habitación tan aburrida tiene una decoración delicada. Las horas pasan en el reloj que sigue colgando en mi muñeca izquierda, aún mi cabello se suelta en mi nuca y despide olor a shampoo. Aún la vida se sigue viniendo sobre mí y la observo destruir mi cuerpo ahora, pestilente. Siento los sonidos líquidos detenerse, las uñas han dejado de cavar y su rostro me observa, ahora de pie, ahora mismo y en otra pose, miro y no entiendo, las imágenes que hace minutos sentía tan reales como la realidad misma se desvanecen, se queman y vuelven cientos de cenizas, miro mis brazos, los arañazos, miro las palabras escritas en mis cuadernos, miro los dibujos pegados en mi pared, dos ojos llenándose de significados y el espejo reflejándome al monstruo que me exploró, a los cuerpos que vi danzar, y a todos aquellos que voy a seguir anhelando volver a padecer en carne viva.
    Porque así se vive como una adicta, contemplando la realidad desde mi lejanía y esperando, anhelando la vuelta al dolor, a la frescura desierta de volver a encontrarte con aquel demonio que se viste como tú, lleva tu nombre y apellido, y parece caminar dentro de tus zapatos, sonriendo, bailando y actuando una obra que se acaba cuando la crueldad de existir te vuelve a besar.
     
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  2. dragon_ecu

    dragon_ecu Esporádico permanente

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    Es mejor despertar de una pesadilla, que vivirla en sueños.
     
    #2
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