Tapacubo

Incitado al pleonasmo austral de unos ojos viceros,
anodinos inusurpados sin prefijo terrenal,
al vomito del lecho morada sangrienta de una cama,
mis fauces, mis ojos y mis nervios un crisol indómito,
rediviva silueta de la muerte en vida con inicial de mujer al nervio epidérmico,
escucho un recital de cuerdas y alientos de cámara,
escucho su voz de mujer casi asible de madrugada sudada,
escucho sus bemoles y becuadros partitura salvaje,
el tema predilecto de la nochetumba lapidaria,
tumba tumba tumbado decubito apoeta,
un no nonato, un amarillo ahí, una sal de mar en la arena,
ahí mi tumba lengua parca macabra,
hasta el foso de mis huesos dromedarios,
la octogenaria línea de poesía a la mitad de la noche,
hasta mañana y después que sea infinita la recaída caída,
hasta deshilar la nausea vomito a vomito y sus referencias cotidianas,
hasta la rueda centenaria galáctica que tapo y tapo y ruedo y ruedo,
amanecer baboso con la luz del medio día y con sed de perro,
amanecer bólido, o baleado, o boleado,
a disfrazar la amiba angustia de plomo y trigo,
y reventarse como bomba en una barra de metal bien fija hasta la lagrima, la ultima, a desnudarse en la madrugada aunque haga frió y sea plenaria,
a desvariar desvariar variaciones disfunciones,
tomarse de las tripas y alzar el cuello aglutinado en éxtasis dislate absorto,
a recordar mujeres como heridas o caídas de la infancia y reír y aspirar las lagrimas y el nudo en la garganta que es inmunemente inevitable,
a revertir la luna a cero, y las estrellas en puntos de una tinta muy blanca,
a resistir el minuto que le sigue a este y después toda una vida no se si larga,
y cerrar los ojos un rato.