Tarde de hotel

El fuego del yesquero
entre tus dedos
encendió mi cigarrillo
y supe que manejabas
energías del tiempo
y del espacio.

Llovía tras los vidrios
y el dios que no existe
fue tan bueno:
pintó de gris
el cielo
para que
vengáramos
lluvias tristes
de la juventud.

Era un feriado, un domingo
o algo así
en el calendario,
y tus manos fueron
lo más tierno
que hubo en este mundo.

Fuimos dos espejos
enfrentados,
y dos abismos al desnudo,
y dos que por momentos
fueron uno.

Y aunque goteaba el tiempo
lentamente y sin apuros,
debió llegar la hora
de la ropa,
de las cuentas,
de la calle
y el paraguas
y el olvido.

Luego pasó un segundo
lleno de años
y de cosas sin sentido.

 

Tiene tu poema ese sabor a recuerdo que todos alguna vez hemos experimentado,
un placer llegar , buenos versos, kisses.

 

Una belleza, divinos versos preciosos muy bonitos.

 

Te visito de nuevo, bellas letras, preciosa obra.