Tertulias con el tiempo

De distancias no sabré yo
que tengo en dos
dividido el corazón,
de nidales bajo la lluvia,
de guaridas bajo la viga,
de arena delgada
en la cintura del tiempo,
de manejarme decente
con las cosas remotas
cuya habilidad radica
en invisibilizarme con los años
mientras quedan tertulias
derramadas a medias por el desdén,
como un vendaval
de memoria inusitada
poniéndome de pie de cuando en cuando
para enfrentar mi pequeño vicio
de ser adicto a no tener edades.


Mi regreso con el tiempo
tiene que ver
con que he envejecido
con prontitud de alerce,
con hacerme piadoso
con la intolerancia,
con dejar el pudor
desclavado tras un beso,
con decaer como una tumba
en un cuarto vacío
en un cementerio
de ascensores para el infierno,
envejecer como plato único
a la media noche
de los cambios de turno
con el pie pegado
al pedal de los sueños,
envejecer diplomáticamente
con los errores
tras una cabalgata de arrepentimientos
que ya no valen
ni su peso en oro ni la pena.


Me he gastado
con la pereza
de los acontecimientos,
sucediendo como otra cosa
y otro caso,
malherido a través
de esta prédica lingüística
sin linaje ni predecesores
que maltrate la vida
a la medida justa
con que nos lleva.


Estoy vestido como quiero
en este traje permanente
y descalzo para ser recibido
con homenajes
en el muelle de tus brazos,
mi querido tiempo,
como el hijo pródigo
malparido y bastardo
que dejaste olvidado
en medio de tanta eternidad
agarrotada.