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Tres meses después de tu muerte

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Évano, 1 de Junio de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 474

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Desde la terraza de Ca la Pilar, con una cerveza y una tapa de ensaladilla rusa que voy comiendo, todavía la veo, tres meses después, sentada en su silla de ruedas, con los grandes auriculares oyendo la tele, a pesar de su sordera; viendo la tele, a pesar de su medio ceguera. Mira hacia mí, pero sigue sin verme, aunque sabe que estoy cerca, allí. Yo tampoco consigo verla, verla realmente.

    Ver, qué difícil es ver y qué fácil decirlo.

    Quizá nunca te vi, madre, pero sabía que estabas.

    Recordaré siempre tu último aliento. Te convertiste en lágrima, en una sola lágrima. Y que pinté con ella una cruz en tu frente. No sabré nunca por qué lo hice.

    El canario blanco se fue el día de tu entierro. Apareció días antes de tu muerte, en el balcón de una de tus hijas. Estuvo libre, sin jaula, en el comedor de su casa y en la habitación donde yaciste moribunda. Anduvo sobre tu lecho, se quedaba en él, o apoyado en el agarradero de la pared que sujetabas cuando te cambiábamos de pañales. Impasible, silencioso, digno. No huía de nadie. Cantaba cuando te encontrabas a solas con él, y callaba cuando entrábamos alguno.

    Más de un mes alimentada con cucharaditas de agua con suero y, cuando no lo vomitabas, con caldo y un poco de arroz hervido. Años, muchos años postrada en silla de ruedas. Del alzheimer a tener más memoria que yo, a veces.

    No estabas sedada ese último mes. Pocas personas aguantan tanto. Pero no aguantabas, te despedías de la amplia familia y recibías a los del otro lado; ellos te recibían. ¡Paco!, exclamabas susurrando y asombrada ante tu hijo muerto medio siglo atrás. Tu Paquito. Nuestro Paquito. El mismo del retrato que colgamos junto a ti, en tu último lecho, del que surgió un halo tenue cuando le pedí que te recibiera.

    El sufrimiento sirve para mostrar. Sabías la debilidad de tus hijos y mostraste que hay otra vida más allá. Allí.

    Te rompiste la pierna y anduve más de un año cojo. Te rompiste el hombro el último mes y voy mal de los hombros. Te adentrabas en el más allá, y yo contigo. Soñé un número hace dos años y salió tres días después de tu entierro, en el primer sorteo de loterías que hubo. Era tu cumpleaños y día de San Valentín. ¿Coincidencia?¿En ese Más Allá se ven los sueños de los otros, de tus hijos? ¿No hay tiempo?

    Te pregunté cuándo fuiste más feliz. Cuando me hice una cabaña con tu padre, me dijiste.

    Nos diste tiempo para un Te quiero mucho. Para unas Gracias. Para cuidarte. Para que asimiláramos. Para mostrarnos que no debemos tener miedo a la muerte.

    Esa no es mamá, exclamé al verte tras el cristal del tanatorio. Nunca había logrado verte y sin embargo sabía que aquella no eras tú. Me miraron extrañados mis hermanos y la poca familia que había debido a las restricciones por la pandemia. Ellos no lo entendían, por lo que no insistí. Insisto en estas letras que no leerán.

    El cuerpo que dejaste era como un hada maligna, como un diablo. Ahora entiendo que tú no volverás a la Tierra. Aquí dejaste el diablo que todos llevamos, y te fuiste con el ángel que todos llevamos. Nunca vimos a tu diablo. Una vida tan dura y jamás lo dejaste salir al aire. Tu alma, libre por siempre, eternamente.

    Ahora entiendo que donde estás se ve al mundo, al mundo por completo, incluidos los sueños y todo lo que pertenezca a él. Ahora entiendo que lloramos por ti, pero más por nosotros y por ese Dios inexorable, si no ves. Ahora entiendo lo de mi cojera, pues sin ella me hubiera marchado, débil, perdido en mí. Ahora entiendo la enfermedad de mis hombros, que no es para nexo de tu hija mayor, nuestra hermanastra que siempre fue hermana, la que me ha llevado a los médicos estos meses. Es para que yo no me perdiera, para que siguiera unido, para que ella hiciera de nexo. Siempre supiste que yo era especial, aun detrás de tanta máscara y apariencia. Ya con cuatro años parecías un viejo, me decías, y lo era. Casi una centena de familia y seguimos unidos. Eso es difícil de conseguir, madre.

    Es difícil mostrar que hay otra vida después de la vida; difícil dejar la puerta de la muerte abierta un instante para nuestros ojos, si quieren ver. Fue difícil ser imparcial ante los problemas de tus hijos con los otros. Cuesta sufrir tanto y no quejarse y continuar con sonrisas y firme, con coherencia. Casi imposible dejar en este mundo a la parte maligna que cada ser lleva en sí, dejarla inerte toda una vida, y por siempre. Y entrar en, llamémosle Cielo, con el alma del ser benigno cansado de hacer el bien.

    Eres mi madre, pero sé que tardaremos en abrazarnos, aunque me muera mañana. Y ello no es culpa tuya, ya lo sabes, como sabes que vine por ti y que tengo otros caminos, caminos que yo no elijo, caminos inexorables. Pero eso, eso ya es otra historia; historia que algún día resolveré, quizá cuando lo decida ese Dios tan inexorable como el camino que nos marca.

    En Paz descansas, en Paz nos dejaste. Pero sigues cerca, allí, aunque algunos no vean.

    Gracias.

    Te sigo queriendo mucho, lo sabes.
     
    #1
    Última modificación: 1 de Junio de 2021

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