Trinchera Presente

Los cometas de la sangre aún heredan la desdicha. Hay tanta cavilación en las hebras
de este bosque que los pájaros destierran las madreselvas de nuestro cielo más terrestre.
Porque los párpados pulidos con el agua, que una vez estuvieron en los portales de la noche,
levantan tu lluvia de harapos con las manos de un Dios solitario,
suspendido entre el plato y la gangrena, entre los enjambres de un palacio que recuerda nuestra duda.
Y ese mar de torbellinos que dispara la fragancia más difusa de mi sueño,
todavía desviste las ventanas donde naufragaron los besos de un Judas bondadoso,
donde los caminos quedaron desechos en el triste polvo de la arena muerta,
de la ráfaga presente en su pálido juicio y del canto de alcohol que se derrama en esa nube
para atormentar los faroles que alumbran con oscuridad nuestro patio trasero.

Y los barcos, dónde se fueron los barcos de este mitin de palomas desaguadas,
de ese invierno caluroso en que los relámpagos despintaban las parcelas de tu olor,
de tu mirada más injusta, tendida sobre el arpa de nuestro paso nocturno.
Por qué se van los cuerpos de las estaciones borrosas que limpiaron la maraña detrás de mi puerta
y desnudaron las estrellas como hojas de papel que se pierden en el cuarto de los ojos placenteros.
Tal vez la negra pluma que me encuentra esta mañana
sea nuestra sombra que se esconde en otra sombra
para evitar los alaridos de una trinchera que no cesa.