Tú, mi herida más amada

C.

He abierto una vez más la herida. Hay un dolor placentero que abarca todo el espacio y me sumerge hasta el fondo de un abismo sin salida. En cada pared, como huellas inmensas, escucho tu risa, y no sé cómo toda la oscuridad deja de ser ausencia para convertirse en un lugar plagado de paz.

Tengo un sentimiento que me abraza cuando cierro los ojos, porque al cerrar los ojos tu rostro me acompaña, me conduce. Tu semblanza me la he aprendido de memoria, y la reproduzco en el aire dibujando tu ceño fruncido, y el hogar tan cálido de tus brazos. Sigues siendo mi camino y mi luz.


El día que te vi, C., tú no me viste, estabas sentada en la banca de aquel parque. Escribías a toda prisa y hablabas en voz baja. No miraste a tu alrededor, y cuando te levantaste para irte, caminé de prisa para poder ver tus ojos... y los vi. Los guardé en mi memoria y tiempo después, los convertí en poesía. Tu mirada se volvió inmortal.


Que no se cierre esta herida y que tu recuerdo permanezca, aunque doloroso sea, que la herida de tu nombre no desaparezca de mi ser.