Un amor de hoz y martillo

El traqueteo metálico volvió a sonar para que el tren rasgara el invisible Telón de acero.

Solo en un compartimento de un convoy casi vacío, fantasmagórico, enfilaba mi imberbe verano hacia Budapest.

Se sentó enfrente tras devolverme el pasaporte, controlado y sellado. La gorra verde de plato, una blusa blanca y un recio pantalón caqui no lograron desviar mi atención de sus esclavizantes ojos eslavos y de ese mechón dorado que escapaba, imprudente, de su prisión militar.

A medida que pasaban los kilómetros me convencí de que su mirada se enturbiaba al insistir, sin rubor, en mis vaqueros y mi Fred Perry.
Entendí sus deseos y me dispuse a vivir un sueño de amor frenético con interrupciones para la lucha de clases, una pasión roja y proletaria, con besos de guerra fría y abrazos de Gulag congelado, una fantasía de camaradas, o lo que hiciera falta, revolucionarios.

Pero salió del compartimento sin despedirse, ultrajando, desalmada, nuestro romance como si de un propietario de medios de producción se tratara.
Budapest, triste y ordenada, me recibía.

 

Muy interesante y grata lectura.

Saludos

 

Gracias, caballero.
Cyrano