Un domingo cualquiera

Suenan las campanas, se oyen a lo lejos
como bisturís del sonido.
Para algunos
los campanazos pueden ser muy poéticos
pero para mí
son tormentas que confunden la palabra,
la visten de santurrona
para luego, en un oscuro pasillo, ofrecerla como puta.

Suenan las campanas
y todos deben ir a misa. Aunque también están
los que como yo
prefieren quedarse en silencio
contemplando sus en llagadas cicatrices.

Hoy como todos los días de los santos
me quedo en casa
escribiendo para mis íntimos demonios,
tirando un poco de vinagre para el mal de ojo
y convirtiendo el silencio en mi puñal preferido.

“Porque alguien alguna vez dijo que los dogmas y las normas están para romperlos”
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