Un ejercicio de luz...

En la entrada la luz ejerce de puerta, y la osadía con que penetra se ve disuelta en las paredes de la casa.
Y como ejerce de puerta abre el camino de la visión de las cosas, hacia el salón, hacia el rincón preferido por la sombra, especie de cortina rasgada, del polvo que acariciado da un velo de color, nieve dorada, que reposa en los objetos cotidianos, en la mesa, las sillas doblegadas por cuerpos marchitos, por cuerpos malditos, carcomidos por los antojos de los tiempos que son malos conductores para la madera y la carne.
Y las ventanas disipan, criban con el amarillo lo que en un tiempo fue blanco, atenúan, envuelven, se pierden en el espacio intransitable donde se acuestan las tinieblas, como ojos dispuestos a mirar o cerrarse con las cortinas parpados, no, parpados persianas que echan el cerrojo cuando la noche se cierra puertas adentro y es entonces cuando la luz de dentro se asoma a la noche...
Y a la mañana entra de nuevo la luz invitada que ejerce de puerta, siempre cerrada a la ilusión de una vista provocadora.