1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Un extraño avatar

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 14 de Diciembre de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 343

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

    Se incorporó:
    14 de Octubre de 2012
    Mensajes:
    4.930
    Me gusta recibidos:
    5.624
    UN EXTRAÑO AVATAR


    Como cada año volvió a su ciudad natal para pasar unos días de descanso, recuperarse del estrés que cada vez con más insistencia y angustia le extirpaba su vida propia para que se la entregase a instancias ajenas. Alienación, le dijeron que se llamaba esa extraña depredación de su personalidad. Volvía a aquella vieja ciudad medieval por cuyas calles y plazuelas había discurrido su infancia y parte de su juventud. Ahora, ya en la madurez y con una formación bastante sólida, pretendía descifrar el colosal legado que guardaban aquellas piedras milenarias, aquellas callejuelas a las que la vigorosa luz del país eliminaba cualquier apariencia de sórdidas. El avance imparable del progreso, con sus destrozos inevitables, había respetado, no obstante, el ambiente medieval de la ciudad antigua. Y las autoridades y el vecindario en general estaban imbuídos de aquel respeto y procuraban limitar y reducir al máximo las agresiones que los nuevos tiempos comportaban a la vieja ciudad.

    Por eso, nuestro personaje encontraba el sosiego en aquellas calles y una especie de paz aureolaba su deambular pausado, meditabundo, soñador, que le llevaba, sin embargo, a los bulliciosos tiempos de su infancia, cuando con su pequeña pandilla de zarrapastrosos amigos, muchachuelos de la calle como él, perseguían gatos, alborotaban a los perros adormilados y hacían salir a las ventanas a las pacíficas vecinas que les arrojaban cazuelas de agua fría.

    Aquel itinerante regreso a la ensoñación del pasado era, al mismo tiempo, fuente de inspiración para él. Autor no demasiado prolífico ni popular de guiones publicitarios, las historias de violencia, de inimaginables monstruos, de hermosas mujeres que sucumbían a los efluvios de perfumes embriagadores, todo aquel mundo de belleza artificial estaba para él agotado, sin recursos. Cada vez que tenía que sentarse ante el ordenador para realizar sus creaciones parecía que el sistema informático se le rebelaba, que cada vez que lo conectaba era menos flexible y le costaba más responder a sus mandatos. Y es que aquel era un mundo ajeno para él, a pesar de su dominio del medio y el prestigio que tenía entres sus compañeros y clientes. El mundo, la sociedad, que lo alimentaba y lo reconocía como un brillante creador publicitario le resultaba cada vez más ajeno y nebuloso. Necesitaba habitarse en un nuevo yo, un avatar en lenguaje cibernético o, mejor aún, en el que proponían ciertas religiones orientales. El hinduísmo, por ejemplo. Según esta doctrina avatar sería, para él, un ser divino que desciende a la tierra en forma de persona, animal o de cualquier otro tipo de cuerpo, con la finalidad de restablecer el dharma, o ley divina, y salvar al mundo del desorden y la confusión generada por los demonios. Salvar al mundo, casi nada.

    Fatigado por el paseo (hay que hacer saber que en la vieja ciudad, como en otras muchas de su época, el trazado de las calles era accidentado y con desniveles muy pronunciados) se sentó bajo un hermoso castaño que se erguía, a despecho del tiempo, en el centro de la plazuela. La Plazuela de las Monjas, la llamaban. Y es que adosada a una de sus lados se alzaba desde los tiempos lejanos del Renacimiento, un modesto convento de monjas de clausura. Un convento alrededor del cual se tejieron muchas y variadas leyendas de amores frustados, de vocaciones forzadas, de enclaustramientos de doncellas que dejaron de ser tales. Un convento ahora famoso por la calidad de sus dulces y repostería, que el vecindario, y cada vez más el turista, compraba a través del viejo torno a una vocecita tímida y frágil, la de la monja tornera. Con el aroma de aquellas delicias celestiales en campo terrenal, nuestro paseante se adormiló agradeciendo el frescor de las viejas piedras del muro.

    Pero su sueño no fue tranquilo. Los monstruos que eran sus personajes habituales lo zarandearon, las bellas maniquíes que anunciaban los provocativos perfumes se le insinuaban coquetas. Todo aquel mundo que deseaba dejar atrás le golpeaba incesantemente, agitando su sueño y proponiendose como el único, el inevitable, paisaje por donde debería seguir discurriendo su vida.

    Dando un violento respingo se despertó sudoroso, trémulo y alterado. Se levantó para dirigirse a la antigua fuente que ofrecía sus frescas y claras aguas a los viandantes; necesitaba refrescarse y olvidar aquel mal sueño. Entonces lo vio. Era él, su avatar que algún dios piadoso le enviaba para resolver su crisis. Un estrambótico personaje vestido con los ropajes de los ancestrales espadachines que, sin duda, habitaron algún día aquellas calles. Un personaje enteco, alto, desgarbado, arrebujado en una raída capa y tocado con un sombrero astroso adornado por una pluma carcomida. Un tremendo espadón pendía de su cinto de cuero, que también exhibía un puñal de dimensiones respetables.

    Pero, naturalmente, su fe no era tan grande y pensó que sería algún figurante de alguna de las muchas películas de época que se rodaban en aquellos inigualables escenarios naturales. Volvió a sentarse y sonrió al desconocido. Una voz como proviniente de algún lejano paisaje surgió entre las barbas descuidadas del personaje. “Y, sin embargo, Don Miguel, soy yo; el avatar que deseas para vivir una nueva vida. Los dioses han respondido a tu demanda. Desde ahora desaparecerás de este siglo y ocuparás mi lugar en aquel del que procedo: vuestro siglo XVI, vuestro famoso Siglo de Oro. Allí vivirás aventuras muy distintas, conocerás personajes reales que ahora son de tu invención. ¿Podrás ser feliz, Don Miguel?”

    No lo sabemos, claro está; pero desde algún lugar remoto han nacido Rodrigo de Acevedo, Miguel de Ursúa, Juan de Ulloa... y varios etcéteras más, mientras que de manera súbita y misteriosa, el publicista de fama dejó de acudir a su despacho, de responder a las llamadas, de frecuentar los eventos de los que era habitual; desapareció y nunca nadie supo más de él. Hecho que a nosotros nos permite suponer que nuestro defraudado paseante disfruta, en otros universos, de buena salud y mejor inspiración. Que así sea.


    [​IMG]
     
    #1
    A José Ignacio Ayuso Diez le gusta esto.

Comparte esta página