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un viaje

Tema en 'Poesía realista (sin premios)' comenzado por jose villa, 20 de Diciembre de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 351

  1. jose villa

    jose villa Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    2 de Julio de 2008
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    aquella vez que cogí el coche a mediodía
    y manejé por horas
    -contento, alegre, desenfadado-
    a lo largo de la carretera que bordea la costa
    hacia el norte
    deteniéndome cada dos o tres poblados
    a comprar cerveza helada, cigarrillos
    y a tirar las aguas;
    un bonito día
    brillaba el sol
    la temperatura rondaba los 30 grados
    las palmeras agitaban sus hojas suavemente
    yo empinaba el codo a buen ritmo
    la cerveza bajaba por mi garganta produciendo un agradable
    gorgoteo cantarín
    el mar se extendía hacia mi izquierda
    como una lámina de metal brillante hasta perderse
    en el horizonte
    del lado opuesto, hacia tierra, distantes un par de kilómetros
    las montañas se alzaban imponentes como guerreros samurais a punto de asaltar una fortaleza
    o una pendejada parecida
    de vez en cuando yo me ponía a canturrear una cancioncita
    o gritaba alguna estupidez -no sé ¡que te den por el culo, beatriz! o
    ¡soy el último de los mohicanos!-
    cualquier estupidez; a nadie, ya estaba borracho;
    y bueno, resulta que
    al tomar una curva un tanto pronunciada, poco antes del crucero de san blas
    perdí el control del coche y me salí del carril
    justo cuando del otro lado, en sentido contrario
    un enorme camión de 18 ruedas venía a mi encuentro como una exhalación
    -estos traileros andan siempre puestos hasta el culo de anfetas-
    entonces ocurrió una cosa curiosa: el tiempo se detuvo
    pude contemplar perfectamente la expresión azorada del camionero
    allí sentado en la cabina, dos metros por encima de mí
    con las manos aferradas al volante y la boca medio abierta
    pude contar cada una de las 8 barras horizontales
    que conforman la parrilla característica de un tractor freightliner
    pude ver en el espejo retrovisor mis pelos de punta
    e incluso pensar "necesito un corte de cabello"
    antes de que, repentinamente,
    la radiante luz de aquel esplendoroso día se apagara
    y su lugar fuera ocupado por una espesa y terrible negrura
    invadida por un silencio sepulcral;
    que, sin embargo, unos instantes más tarde
    se deshizo de forma milagrosa como si nunca hubiera existido
    y el maravilloso día soleado retornó de entre las sombras
    y otra vez estaba yo sentado al volante de mi destartalado datsun del 71
    conduciendo con una mano y con la otra sosteniendo una lata de cerveza
    y de nuevo la línea infinita de la carretera se proyectaba ante mí
    sin ningún puto gigantesco camión a punto de incrustar su trompa en la mía a través del
    marco del parabrisas
    "su reputa madre" me dije "soy un puto campeón de la fórmula 1"
    y le eché un buen trago a mi cerveza y seguí manejando;
    un poco más adelante salió a mi encuentro un letrero de desviación
    y una flecha, grande, roja, inconfundible
    que indicaba hacia una brecha de tierra que arrancaba al lado de la carretera
    y se internaba entre los matorrales y los troncos de algunos cocoteros
    rumbo a una zona densamente cubierta de vegetación tropical;
    me detuve y metí primera y giré el volante
    y me adentré por la brecha a vuelta de rueda;
    las palmas de los cocoteros sombreaban el camino
    había plátanos y eucaliptos y otras especies de plantas cuyo nombre desconocía
    pero todo era muy verde y fresco y agradable
    como uno de esos anuncios de "visita nuestras mágicas selvas";
    el camino avanzaba en línea recta y casi no había baches
    -aunque ocasionalmente remontaba una pequeña cuesta-
    por la ventanilla abierta del carro entraba una multiforme variedad de cantos de pájaros
    la brisa era dulce y fragante y evocadora
    y la atmósfera tenía un... resumiendo: era ese tipo de tardes perfectas
    bajo cuyo influjo bien puede uno llegar a pensar
    que los viejos amores que en tiempos nos aplastaron los huevos
    a lo mejor ni siquiera existieron:
    un momento luminoso, eterno
    que en realidad duró alrededor de 20 minutos
    y que acabó cuando llegué al final de aquel camino
    y me encontré frente a un grupo de casitas construidas con hojas de palma
    apiñadas en un claro entre los árboles
    entonces detuve el coche, apagué el motor, abrí la portezuela
    y pensé "quizás vendan cerveza"
    al oír salir de una de las chozas las notas de una cumbia de los ángeles azules:
    ...cómo no acordarme de ti, de qué manera olvidarte...
    al oírla me dieron ganas de bailar
    aunque fuera a solas, aunque fuera con el aire
    -o a lo mejor agarrado a una palmera-
    me sentí animado y confiado y lleno de un poderoso empuje animal
    eché a caminar siguiendo la música
    llegué a una puerta, crucé, entré al jacalón:
    el lugar parecía cantina y no valía una mierda
    había una barra de cemento a mano izquierda
    unas pocas mesas, unas cuantas sillas
    y dos tipas que jugaban baraja en una mesa al fondo
    gordas, chaparras, feas, viejas
    como dos sapos con minifalda y en tacones
    -50 pesos por una cogida, cuando mucho-
    otra; delgada, joven, tetas enormes,
    y hermosa como un dios eyaculando una galaxia,
    me hizo una señal desde detrás de la barra para que me acercara
    -¿qué hacía un bonbón como ella en aquel puto cuchitril de mierda?-
    intrigado, caminé hacia la chica
    llegué a la barra, me senté en uno de los bancos
    la mujer era todavía más hermosa a 20 centímetros de distancia
    su cercanía me la puso tiesa como un riel de vía de ferrocarril en menos de dos segundos
    pregunté "¿qué se supone que sea este lugar?"
    la chica me clavó aquellos ojos... amarillos
    brillantes, incandescentes, arrojaban
    pequeñas chispas que flotaban un momento en el aire
    antes de desvanecerse sin dejar huella alguna
    -por alguna razón me recordó a mi ex-
    una serpiente de hielo invisible bajó reptando por mi espina dorsal
    y entonces, de aquella boca perfecta,
    surgió una voz que me hizo sentir los huevos en la garganta:
    "aquí es, querido josé, donde acaba tu viaje:
    yo le digo casa, los demás

    le dicen infierno..."

    .
     
    #1
    Última modificación: 20 de Diciembre de 2016
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