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Una tarde cualquiera (jinete en la tormenta)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por jmacgar, 29 de Enero de 2015. Respuestas: 3 | Visitas: 613

  1. jmacgar

    jmacgar Poeta veterano en el portal

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    "Somos un caos entre dos silencios".

    (Samuel Becket)

    Una tarde cualquiera (jinete en la tormenta)

    Fue una tarde cualquiera, una tarde de verano en la playa, cuando la sinrazón y el desvarío parecieron confabularse para jugarle las peores malas pasadas a Sergio “el flaco”; fué entonces cuando comenzó el principio del fin. Si su vida había sido un continuo desatino, eso se iba a hacer patente para él de forma definitiva allí, en esa tarde. No busquemos explicaciones a lo que sucedió porque, al fin y al cabo ¿quien sabe cuantos mundos son capaces de crear las cabezas de los hombres?, ¿quien sabe cual será el que termine prevaleciendo?, ¿quien sabe si esa tarde se dispuso a intervenir además algo ominoso en aquella sucesión de hechos?, ¿quien sabe, finalmente, hasta donde llega la capacidad de sufrimiento de un hombre como Sergio “el flaco”? Pero dejémonos de divagar y vayamos ahora a los sucesos.

    Todo comenzó cuando apareció aquella chica por la orilla de la playa; era una exhibición de belleza paseándose ante él mientras la brisa del mar le daba en la cara; quiso aprovechar ese momento de felicidad de las pequeñas cosas, esos que en su vida habían sido tan escasos; quiso paladear el tibio sol, la suave brisa y esa preciosidad que desfilaba ante él, así que se dispuso a admirarla durante el máximo tiempo posible fijándose en todos los detalles ; un bañador negro con zigzagueantes adornos dorados se le ceñía al cuerpo como un guante ; la melena negra, brillante, caía en mechones húmedos aún por el agua, resbalando sobre los hombros. En la espalda conservaba restos de una zambullida reciente en forma de perladas gotas y destacaba lo que le pareció un pequeño tatuaje pero que, visto mejor, era una especie de lunar ó mancha natural en la piel a la altura del hombro. Su movimiento por la arena era felino, ágil; los dibujos dorados del bañador parecían moverse siguiendo el movimiento perfecto de las caderas. Andaba con un erotismo exacerbante. - Si yo fuese un hombre como es debido,- se dijo - tendría ahora mismo la verga como un palo- Una sonrisa triste le rubricó este pensamiento. La siguió con la mirada allí sentado mientras ella se alejaba. Poco a poco se fue haciendo casi invisible en la lejanía, sin embargo mantuvo la mirada en ese punto en donde apenas ya se distinguía de los otros bañistas que paseaban por la orilla. Le pareció que se detenía y daba la vuelta. Se preparó para no perderse ni un solo segundo de ese regreso. Levantó de la arena su alto y escuálido cuerpo, esa figura desgarbada, de cara castigada por los excesos que delataban sus acentuadas ojeras y su falta de afeitado; cogió la toalla y se fue más hacia la orilla sentándose en un lugar privilegiado, cerca de donde rompían suavemente las olas, para tener una visión de primera fila cuando pasara por allí de nuevo. La figura lejana, casi imperceptible, se fue perfilando conforme se acercaba. No apartaba los ojos de la silueta que se iba haciendo mayor a cada paso que daba, pero... había algo extraño en esta ocasión. No parecía andar de la misma manera ahora, aunque quizá fuera una impresión engañosa pues la distancia era aún considerable. Cuanto más cerca la veía, más le asaltaba la duda de si sería la misma persona. Sí, el bañador parecía igual, y era el mismo pelo que caía sobre sus hombros, pero ahora no había esa gracia felina al caminar; por contra, parecía un andar cansino y casi renqueante; De hecho tardaba demasiado en llegar, como si el regreso fuera mas lento que la ida. La que venía era una mujer mucho mayor que la que había visto antes; La hermosa melena negra que antes mojaba su espalda tenía ahora un tono descolorido, matizado con bastantes mechas grises. -Debo haberme equivocado-, pensó, - allá lejos la confundí con otra y pensé que era ella la que venía. ¡Normal que me pase; si yo creo que estoy perdiendo hasta la vista!.

    A pesar de esta decepción continuó observando a la mujer que venía por la orilla. Había algo que le intrigaba, algo inquietante. El traje de baño era idéntico al de la joven que se había alejado antes, y no era un traje de baño muy común; Incluso había algo familiar en su aspecto con respecto a aquella chica... de alguna manera era la misma, aunque fuera distinta. Cuando la vio pasar casi a su altura se fijó en su cara; era aún una mujer hermosa pero los años marcaban ya de arrugas su piel y los ojos habían perdido la vivacidad que el tiempo va robando a la mirada; Cuando le rebasó y la vio por detrás, un escalofrío le recorrió el cuerpo; aquella mujer medio renqueante que andaba con dificultad por la orilla de la playa ¡tenía la misma mancha en la espalda que había visto antes en la joven que le había erotizado hacía un rato! ¡El mismo bañador y la misma mancha!

    -¿Qué diablos había pasado aquí? – se dijo.

    Se sintió mal, como si alguna mano le estuviese apretando las entrañas. Recogió rápidamente su bolsa raída, se puso la toalla sobre los hombros y se fue hacia el coche. Los pasos por la arena hacia los aparcamientos se le hicieron eternos. Sentía un peso insoportable en la boca del estómago. Es como si algo estuviera fallando en la lógica de las cosas, y esa sensación le descomponía. Le sorprendió también la lentitud de sus propios pasos. Parecía que el andar de esa mujer se le había contagiado a él mismo. Le costó una eternidad llegar al coche; Abrió la puerta y se sentó al volante poniendo la llave en el contacto no sin cierto nerviosismo. Sólo tenía ganas de irse de allí. Lo arrancó, puso la marcha atrás y miró por el retrovisor interior para salir del aparcamiento. En ese mismo instante dio un respingo, soltó el embrague de golpe y el coche se paró bruscamente: ¡El individuo que había visto en el espejo era un hombre canoso considerablemente mayor! ¡Esa persona no podía ser él! No daba crédito a lo que estaba pasando. Bajó del coche aterrorizado y se apoyó en la puerta, con una mano en el retrovisor exterior, respirando agitadamente; su mente estaba sumida en la confusión más absoluta. De repente, se dio cuenta de que se aferraba a aquel pequeño espejo del coche; Ahí tenía, al alcance de la mano, una herramienta para salir de dudas. -¡Al fin y al cabo, el espejo interior del coche puede engañarlo a uno!-, pensó. Solo tenía que agacharse y mirar. - ¡Vamos, hazlo!-, se dijo. Se inclinó con temor, poco a poco, en una maniobra que se le antojó interminable; cuando se acercó al espejo vio una cara treinta años más vieja, con arrugas en la piel y abundantes canas en el poco pelo que le quedaba.

    -Pero ¡Qué coño mierda es esta!-, exclamó asustado.

    La sensación de terror fue aumentando. Se volvió a meter en el coche, movió el retrovisor para no verse y encendió nerviosamente un cigarro. Tumbó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos intentando relajarse. El cielo se fue cubriendo de gruesos nubarrones; se oyó el estallido de un trueno que anunció la descarga de una tormenta de verano sobre la playa; comenzó a llover de forma intensa. Cuando escampó ya no había nadie por los alrededores y no quedaba ningún coche en los aparcamientos, pero es que además se había hecho casi de noche de forma repentina. -¿Qué le pasaba hoy al tiempo?- se preguntó.


    Un silencio ensordecedor dominaba aquel desolado y oscuro lugar, un silencio como esos que barruntan una gran desgracia. Encendió la luz interior del coche; La sensación de angustia y desazón que le comía por dentro no había remitido. Prendió otro cigarrillo, dio un par de catadas profundas y lo colocó en el cenicero; Sacó de la guantera su grabación favorita, "L.A. Woman" de los Doors, y se puso a oír a Jim Morrison. Tanteó con la mano bajo el asiento hasta encontrar aquella caja metálica que había convertido su vida en un infierno, pero también la que en momentos de soledad suprema como estos, cuando el miedo y el dolor atenazan, le abría las puertas del cielo. Repitió el ritual que tantas veces había hecho. Se ató la goma al brazo sin apretarla excesivamente, tumbó el asiento y tiró de los extremos; antes de continuar se incorporó para resolver una última intriga; de pronto había perdido el miedo; cogió el espejo y lo volvió hacia sí; la cara que vio ahora era la de un moribundo, pero ahora no se asustó, lo esperaba; le mantuvo la mirada al zombie del otro lado del espejo, sacó de donde pudo su sentido del humor y exclamó : - ¡chiquito cadáver estas hecho, “flaco”!- ; luego buscó la vena y se introdujo la hipodérmica, se desanudó la goma del brazo, cogió el cigarro, a medio quemar aún, para dar alguna catada más, se recostó en el asiento mirando al cielo, ahora con algunos claros que dejaban ver estrellas entre las nubes, y empezó a navegar por el espacio infinito; sumido en ese éxtasis, aflojó los dedos con los que sostenía el cigarro que cayó sobre el asiento de al lado. Sonaba "Riders on the storm", la hermosa canción que cierra “L.A, Woman”, cuando el desvencijado volkswagen "escarabajo", que tenía tanta historia como él mismo, comenzó a arder con fuerza iluminando el aparcamiento solitario de la playa mientras un espeso humo se elevaba al cielo, un humo que parecía dibujar, al tomar altura, la figura de un caballo con jinete…

    Descanse en paz Sergio “el flaco” que, cabalgando hacia las puertas del cielo, fue devorado por el fuego del infierno.


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    #1
    Última modificación: 6 de Febrero de 2015
  2. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

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    un cierre profundo, al final ese es el destino , que nos mueve a muchas raras aventuras, saludos
     
    #2
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  3. lomafresquita

    lomafresquita Poeta que no puede vivir sin el portal

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    Ayyy Jmacgar, contenemos el todo en nuestro fuero interno, se dan tormentas dentro de nosotros y se dan los claros de esperanza cuando nosotros queramos, en ese preciso momento en que confundimos espacio con tiempo, en que confundimos lo que queremos con lo que somos, en que nuestras dudas nos acechan golpeándonos la cabeza y dejamos de profundizar y de investigar y ya no queremos cambiar nosotros y por consiguiente nada cambiará... La lectura de tu bella prosa me ha atrapado entera, manteniendo el suspense hasta el final, haciendo al lector protagonista de tu historia, por momentos he sentido esa angustia metafísica de Sergio "el flaco"... Ayyy me ha encantado leerte. Besazos con cariño y admiración.
     
    #3
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  4. Eratalia

    Eratalia Con rimas y a lo loco

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    No sé por qué he dado con esta prosa, que me ha llamado la atención por ser tuya, pues creo que no te había leído ninguna.
    Aunque al final el suspense del lapso de tiempo esfumado no se resuelve y te quedas pensando qué pasó para que treinta años se le pasaran en un ir y venir (aunque ya decía el tango que veinte años no es nada, pues treinta tampoco), pero mantiene el interés de principio a fin.
    Y la combustión espontánea del coche también es un buen final.
    Resumen:
    Hay que escribir más prosas, aunque solo te la lean tres gatas.

    Abrazos.
     
    #4
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