Velos de gasa negra

VELOS DE GASA NEGRA



(Crónica bastante cínica y provocadora de una celebración pequeño-burguesa, en un pretendido ambiente del gran mundo.)



Queríamos, una vez más, ser originales. Nuestra “peña” no aceptaba encajar en el limitado molde de los vulgares. Queríamos ser diferentes y teníamos cualidades y medios para serlo. Aquel grupo de hombres y mujeres, liberales, “bon-vivants” y refinados decidimos que la Nochevieja sería una buena ocasión para modificar los vectores de nuestra peripecia vital, oscurecida, gris y anodina por lo que la gente llama la crisis y que, en nosotros, no fue más que una relajación de nuestra fuerza de imaginación, un inadmisible abandono de nuestras herramientas de placer y dominio sobre la rutina y la vida amorfa.



La fiesta se organizó en la soberbia mansión de Quinín, a quien llamamos “el renacuajo”, por lo menudito que es y por su afición a la metamorfosis; no a la novelita de un tal Kafka (que no se qué encuentra la gente en ella, la verdad) sino porque continuamente se transformaba en su indumentaria y en sus opiniones políticas; una auténtica masía del S.XVIII, primorosamente restaurada, situada en pleno Ampurdán, en medio de una naturaleza incontaminada y con accesos restringidos a los comunes por servicio privado de seguridad y otro, exclusivo, a una cala privada: un paisaje de ensueño. Claro que también se propuso el fabuloso ático de Memé, en pleno Paseo de Gracia, frente a La Pedrera, pero temíamos que la algazara pueblerina y zafia de aquellos pobres que tienen que celebrar la llegada del nuevo año en plena calle nos distrajese de nuestro ambiente de gentes privilegiadas. Hay que tener en cuenta que entre la gente vulgar y nosotros hay una distancia, y no es precisamente la que existe entre el nivel de la calle y el ático de Memé. No es cuestión de apabullar a las buenas gentes; al fin y al cabo son las que pagan impuestos... ja, ja, ja...



Acudimos las ocho parejas habituales y yo, que iba por libre, como siempre, para actuar de fedatario de los hechos, inimaginables antes de la fiesta y, posiblemente, increíbles después. No me importaba, porque casi siempre, bajo la capa de mi misoginia y ambigüedad sexual, era yo el que solía pescar la mejor tajada (y no tajada en el sentido de curda, pítima, merluza... no; ji, ji, ji..., sino a la moza mejor provista de esas rotundeces que están dejando de ser moda para dejar paso a la perversión de la talla 36.) Previamente convocamos la preceptiva tormenta de ideas (la “brain storm”, como siempre nos recuerda con mucha urbanidad la cursi de Pochola, que es “master” por Lovaina (¿pilláis el doble sentido? Lo-vaina... ji, ji. Es que hay estar muy “in” para captar ciertas expresiones, ja, ja ja...) y que a-dooo-ra mantener nuestra jerga de gente bien en esos niveles tan permeables a las expresiones extranjeras. Cosa que parece que está empezando a interesar a nuestros académicos de la Lengua (española, of course) que nos están dejando el Diccionario hecho unos auténticos british zorros.



El juego trataba de cambio de parejas; no es nada original, pero esperabámos que improvisaciones súbitas aportasen el hechizo y la transgresión necesarios para que la noche resultase inolvidable. La decoración, ideada, como siempre, por Alberto-Luis, consistía en desdiafanizar el espacio, manteniéndolo, sin embargo, transparente y sutil; crear, en definitiva, pequeños núcleos abiertos y limitados, donde los juegos adquiriesen la doble y ambigua dimensión de intimidad y provocación. La iluminación, a base de enormes falos de poliéster translúcido de diferentes colores ayudaba a la compartimentación de los espacios, pues, al final, ya se sabe: cada oveja con su pareja y nada de jun tos pero no revueltos. Lo que demuestra lo lejos que estamos todavía de alcanzar nuestras más cotas de perversión. Y mira que visionamos y revisionamos los filmes de Visconti... Y esto de la compartimentación diáfana lo consiguió A-L con la magia de sus gasas negras.



Pues en ese ambiente elegantísimo y superselecto, el champán, ciertos polvillos blancos y algunos de los otros sirvieron para caldear lo que habría de ser una de las fiestas más sonadas (por lo “sonados” que acabamos todos, que por lo demás fue de lo más discreto) de la que me ha tocado dar cuenta.



Sería prolija y, además indecente, la descripción de los detalles de la noche, muchos de ellos demasiado escabrosos para ser aceptados por un público poco “habitué”. Valgan como muestra los gorgoritos-orgasmos que, entre uva y uva, emitió la prodigiosa garganta de Maíta Ekberg, pseudónimo de Julita, la secretaria de dirección del papá de Memé (bueno, si yo os contase... sólo deciros que es una especie de híbrido entre Mae West y Anita Ekberg, o sea.) Pues esos gorgoritos fueron los sustitutos de las chabacanas campanadas. O la plebeyez de los guardias jurados, que estaban de vigilancia y aturdidos por tanto lujo y desmadre, se empelotaron y con las linternas atadas a sus virilidades enhiestas (huisss, que sonrojo, señor...) alumbraron nuestra reedición de la “dolce vita” superburguesa. El inicio del nuevo año no fue más que una prolongación gratuita y nada original de nuestra vacuidad del año difunto; el hastío y el repelús de las caricias repetidas “ad nauseam”, las chicas que a la quinta copa de champán (sucedáneo del cava, claro) se empeñaban en pedir compromisos escritos de las posibles consecuencias de las coyundas sin protección; alguien recordó... recordó... ¿que carajo recordó alguien? Ah, sí; que Julita la secretaria del PDG papá de Memé tenía que reservar billetes para el vuelo de Air France AF-765, ur-gen-te-men-te, para la reunión que el día 2 de enero se iba a celebrar con determinados políticos para hablar de … (uy, casi lo digo, qué indiscreto...)



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Para los improbables lectores de allende los mares:

“Masía”.- Casa rural catalana, hoy muy de moda entre las clases pudientes, que se suelen gastar un dineral en restaurarlas y acondicionarlas.

“Ampurdán”.- Comarca de la provincia de Gerona, de fértil agricultura y muy bellos paisajes. La llaman la Toscana españ..., esto, catalana, con perdón.

“La Pedrera”.- Edificio emblemático de Barcelona, obra de Antonio Gaudí, situado en lo más céntrico, caro y granburgués de la Ciudad Condal. Merece la pena visitarlo.

 

Muchas gracias, Miguel, querido amigo. Tu visita ha alegrado la soledad aburrida que tras la fiesta se ha abatido sobre los invitados. En su nombre y el mío te lo agradezco. Un cordial saludo,
miguel