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Venderle el alma al diablo

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Luis Fernando Tejada, 24 de Febrero de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 1471

  1. Luis Fernando Tejada

    Luis Fernando Tejada Poeta reconocido

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    Ofelia se encontraba en una difícil situación económica. Desesperada decidió tomar medidas radicales, con el objetivo de solucionar la pega. Después de mucho pensarlo, y sopesar diversas alternativas, se decidió por la considerada más rápida y efectiva: venderle el alma al diablo.

    Al oír hablar de este negocio, alguien desprevenido, se imaginaría de inmediato un camposanto y ritos donde se involucrarían rezos invocadores al Maestro, Patas, Lucifer, Satanás, Anticristo, Leviatán, Demonio, Patillas, Demontre, Diantre, Ángel de las Tinieblas, Ángel del Mal, Ángel Caído, Negro y muchos otros más o como quieran llamarlo de acuerdo a la inventiva de cada uno, lo mismo que en el sacrifico de algún gato vagabundo, negro mejor, cazado en los alrededores de una caneca de basura, alas de murciélago en polvo, tierra de cementerio, un recién nacido para ser sacrificado, aquelarres, etc.

    Los negocios con el diablo se habían modernizado, junto con el desarrollo y globalización de las economías. El patas había establecido oficinas en todo el orbe, que funcionaban al lado de las Bolsas de Valores de los diferentes mercados organizados del mundo. Vender el alma al diablo, en el siglo XXI, era un negocio como la compra y venta de acciones o de cualquier otro valor financiero. Aunque usted no le da importancia, todos los días presenciamos, como numerosos comerciantes afirman, que llegarían a ese extremo, con tal de maximizar las ganancias o para salir de la quiebra, e inclusive, es común escucharles a los políticos el cuento aquel, de aliarse hasta con el diablo, con tal de triunfar.

    Nuestra amiga logró averiguar adónde quedaba el despacho público de Leviatán, al cual imaginaba de cachos y cola. Acto seguido se dirigió hacia ese lugar a proponerle el aludido negocio, entre otras cosas, el más apreciado por este, de acuerdo a lo sabido, desde siem-pre, por todos los quebrados del mundo.

    Una vez ingresó a la espectacular oficina de todo un piso, en uno de los edificios que bordean la milla de oro, fue recibida como una cliente estrella, pues la eficiencia y la calidad total, enseñada por los japoneses, también había tocado a las puertas del averno, por una bella secretaria, noventa, sesenta, noventa, portadora de una sonrisa diseño de laboratorio. Esta cordial belleza la invitó a seguir a tomarse un café, mientras el Patrón, hombre muy ocupado, terminaba unos asunticos, informándole además, que tan pronto se desocupara, la recibiría.

    Después de una corta espera, nuestra amiga, hecha un atado de nervios y de curiosidad, por conocer al tan mencionado personaje, al fin escuchó la orden de pasarla ante él. Le extrañó el empleo de su nombre de pila por parte de la secretaria. Este y el motivo de la visita, no habían sido mencionados por ella, ni antes ni al arribar a la lujosa oficina. Este detalle la asustó, pero —¡A lo que vinimos! —se dijo antes de pasar ante el famoso patas.

    La imaginación desbordada por las historias ances- trales, le había hecho pensar en una estancia llena de humo, lenguas de fuego y al Negro sentado en un trono, chamuscado por el fuego abrasador.

    La sorpresa de Ofelia, frente al Maligno no tuvo parangón en su vida pasada, pues le fue presentado un hombre de lo más común y corriente: bajo de estatura, casi un enano, con calvicie incipiente y de sonrisa encantadora.

    La oficina elegante, donde atendía a los clientes, para su sorpresa, tenía aire acondicionado; en esos instantes al máximo de enfriamiento ante los calores del verano, todo lo contrario a lo esperado y a lo creado por los prejuicios.

    Sin preámbulos, el hombrecito la mandó a sentar en una de las sillas, al frente de un elegante escritorio, desde donde atendía los diferentes asuntos de interés, en aras del fortalecimiento del Averno, Infierno, Hades, Antro, Tártaro, Fuego Eterno.

    El calvete al frente, para sorpresa de Ofelia, le habló del tema, sin esperar solicitud alguna de parte de ella, sobre los motivos de su visita.

    —Mira, no necesitas explicarme nada, lo sé todo y por lo tanto qué vientos te traen por estos lados: estás en una difícil situación económica y decidiste venderme el alma. Y yo, como soy tan generoso, estoy dispuesto a comprártela, de una vez, para que no le des más vueltas al asunto, mujer.

    Ofelia asombrada, perdió el habla durante unos segundos, las piernas se le paralizaron y no le dieron para huir de ese lugar, como lo pensó en ese terrorífico instante; parecía atornillada a la silla. Permaneció inmóvil, con la boca semiabierta y la mirada perdida en un pisapapeles con forma de fauno, presionando un cartapacio de documentos, al parecer contratos iguales, a los por firmar posteriormente por ella.

    El tema tocado por Don Sata tocó una fibra sensible de su alma o más bien de su necesidad, que la hizo estremecer, y al mismo tiempo, le aceleró el pulso y las consecuentes palpitaciones. Su voluntad quedó a merced del Patas.

    Ofelia frunció el ceño, y trató de apartar la mirada de la del personaje al frente. Había algo en esa figura que le fascinaba a morir. A pesar de todo lo guasón, el Diablo tenía su encanto, muy escondido, pero lo tenía. Por un momento sintió pena por haber sentido miedo de una situación tan amable.

    Lucifer continuó con el discurso, sin preocuparse en lo más mínimo, de la cara de terror esgrimida por nuestra amiga. Las manos de dedos regordetes, con uñas bien cuidadas, obra de arte de alguna manicurista, se movían magnéticamente frente a su desconcertada faz.

    —Para nuestra empresa, tu alma está cotizada en la suma de cien millones de dólares. Estamos dispuestos a pagártelos de inmediato y en efectivo, si nos firmas el contrato de venta, formato estándar, ante tus ojos. —Remató dirigiendo la mirada hacia el cielorraso.

    Con una sonrisa sutil don Sata observaba la turbación de la mujer. No hizo más que lanzar una flecha al aire y esta dio en el blanco, sabía por experiencia, que su propuesta, nunca sería rechazada por los ambiciosos humanos.

    Ofelia presenció asombrada, como sobre el escritorio, se materializaban unas hojas, formato de contratos, vistos muchas veces por ella en las papelerías comercia- les.

    Al oír mencionar semejante cifra, dejó de respirar, el corazón se le aceleró a mil de nuevo y estuvo a punto de desmayarse debido a la hiperventilación. El Diablo le pasó un vaso de agua y esperó su recuperación. Estaba acostumbrado a la reacción de los humanos, llenos de necesidades, cuando les mencionan estas cifras exorbi- tantes.

    —Ofelia este negocio tiene sus condiciones. Y debes decirme ahora mismo, si estás dispuesta a cumplir con las obligaciones especificadas en el contrato, pues una vez aceptes, ya no hay vuelta de hoja, las condiciones puedes leerlas en el reverso, en letra pequeña—exclamó Lucifer con voz solemne.

    Ante la mala situación económica, los afectados, y el Diablo lo sabía, no se preocupaban de esas nimiedades y además ¿quién iba a resistirse a semejante propuesta, que involucraba tal cantidad de dinero?

    Lo adivinado por Don Sata, Ofelia firmó el contrato como lo había previsto, sin la lectura de las cláusulas en letra menuda. Era un ejemplo palpable de la irresponsa- bilidad de los humanos, el cumplía con advertirles y ellos por temor a que no se diera el negocio, hacían caso omiso del consejo.

    —A pesar de las advertencias, las gentes no le dedican tiempo a leer la letra menuda, ni siquiera para ven- der el alma, un asunto tan delicado —pensaba el demonio.

    —Bueno amiga, perdón, mi querida socia, primero te haremos entrega del dinero. La secretaria debe estar reuniéndolo para entregártelo, por supuesto, una vez terminemos de organizar lo del papeleo… Ofelia como no leíste la letra menuda del libelo, te voy a aclarar algunos punticos para que después, no vayas a regar el cuento de que soy un tramposo. Nuestras condiciones, a la terminación del contrato, son las siguientes: en este momento son las tres de la tarde del día jueves de mediados de julio, —se lo dijo constatando la hora en un reloj Rolex de oro llevado con elegancia en su mano izquierda—a partir de ahora tienes seis meses para gastarte los cien millones de dólares, lo no empleado en ese tiempo, regresará a nuestras arcas. Otra cosita, de acuerdo a la cláusula 1b, no puedes comprar mercancías por sobre el límite de los diez mil dólares por unidad.

    El treinta y uno de diciembre del presente año, a las doce de la noche en punto, pasaré a recoger tú alma y debes devolverme el dinero sobrante. Desde ese momento, serán mi alma y mi dinero, sin discusiones, de acuerdo al contrato legal, firmado sin presiones, por las partes.

    Ante semejante aclaración, Ofelia fue presa de una persistente tos, producto de la impresión causada por semejantes condiciones.

    —¡Seis meses no más! Usted está loco, es imposible gastarse ese dinero en tan corto tiempo, ni en cien vidas lo podría hacer, a no ser regalarlo, pero según me dice, eso tampoco se puede, bajo ninguna circunstancia —replicó compungida la pobre Ofelia.

    Como nuestra amiga era buena para hacer cuentas, calculó que gastándose diez mil dólares mensuales, se demoraría decenas de años para enajenar el dinero y eso sin contar los intereses. Le habían podido pagar con muchos menos dólares y el resultado sería el mismo. En definitiva, Lucifer seguía siendo un tramposo irredento, igual a como lo pintaban en las historias.

    Ante los últimos argumentos, esgrimidos por Ofelia, Lucifer le enseñó el contrato firmado, diciéndole con voz ya no tan zalamera, como antes de firmarlo:

    —No es problema mío, mi querida socia, contrato es contrato, nos vemos en la fecha especificada. A las doce de la noche, del próximo treinta uno de diciembre, pasaré por tu alma y el dinero, estés donde estés y te advierto, para evitar problemas, no podrás esconderte de mí, ni lo intentes, ¡Este punto debe quedarte bien claro! —Le dijo el Patas con grosería.

    Ofelia compungida abandonó el lugar, pero a la vez decidida a comenzar una nueva vida y a intentar gastarse todo ese dinero. Como era obvio de acuerdo a las cuentas hechas someramente, no se podría lograr, sino en una mínima parte.

    Llegado el treinta uno de diciembre Ofelia todavía tenía gran parte de los dólares en su poder, como se había previsto, y de acuerdo a la costumbre en las personas malas pagas, había olvidado el pacto con el diablo.

    Una revista ojeada, mientras se hacía un tratamiento de belleza, en una elegante y cara peluquería del centro de la ciudad, preparándose para las fiestas de fin de año, le enseñó, en una de sus páginas, la figura de un demonio, publicidad de un producto para desobstruir cañerías. En ella aparecía la figura de un diablo, de color rojo, armado con un tridente, recordándole de inmediato el terrible pacto a cumplir ese día a la media noche, a la hora en que las gentes del mundo, llenas de esperanza, se abrazaban para saludar la llegada del nuevo año.

    Decidió no cumplir con los acuerdos y planeó huir en un avión particular hacia la selva amazónica, con las intenciones de internarse en ella, bien lejos, donde el diablo no la pudiera encontrar jamás.

    Dicho y hecho, hacia las cuatro de la tarde estaba en Leticia, ciudad limítrofe con la manigua colombiana, brasileña y peruana.

    Compró de inmediato varias mulas, amarró en su lomo las grandes maletas con el dinero restante, y se internó en la impenetrable selva virgen.

    Después de caminar varias horas, hacia los once y cincuenta de la noche divisó una cabaña. Calculó estar a las doce en punto en ese refugio, donde le era imposible a Lucifer encontrarla.

    Al abrir la puerta, en el fondo de un corredor, frente a un espejo estaba Don Sata, peinándose las pocas me- chas. Al ver a nuestro amiga le dijo con voz de admiración:

    —¡Ehhh Ofelia, tú si eres la mujer más cumplida del mundo, considerada y honrada, trajiste tu alma y el dinero sobrante. Me estaba peinando para salir a buscarte y vaya sorpresa, viniste sin nadie obligarte, así si da gusto hacer negocios!
     
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