Viernes con pies de palabras

El viernes se disfraza de sí mismo,
como quien espera un autobús
que nunca lo llevará a lunes.
Habla en paréntesis,
como si el día quisiera escaparse de su gramática.

Despierta la ciudad en modo subjuntivo,
con cafés que prometen
una eternidad de cinco horas.
La gente camina como puntos suspensivos
en busca del final de una frase que no escribieron.

En los buzones, las cartas lloran noticias viejas.
Un semáforo pestañea en código Morse:
“la rutina también sueña con vacaciones”.

Viernes es un espejo donde los relojes
se visten de gala para ir al cine de los deseos.
Ahí, los minutos se deshacen en sílabas tibias,
como versos que no caben en ningún poema
pero igual se sienten vivos.

Y yo,
con este lápiz lleno de dudas,
anoto la sombra del día
antes de que la noche la borre sin permiso.