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Viernes sangriento: Dead man walking

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 19 de Junio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 442

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Dianely, una chica de Cuentas por Pagar, fingía que todo iba de maravilla. Llegaba temprano y se ponía a trabajar arduamente en un proceso repetitivo y monótono. Tenía calculados los tiempos de los procesos y los días fuertes. Ideó un mecanismo para facilitarse la vida, el amado Microsoft Excel, es un bendición se decía aliviada. Una macro aquí, un buscarv por ahí, unas tablas dinámicas por allá y listo. Estaba entusiasmada con la aprobación de su crédito automotriz, sería su primer carro. Está lindo ese color, le cuelgo a Hello Kitty en el espejo retrovisor y se verá chulísimo. Siendo soltera, con veinte y cuatro años de edad, un metro sesenta de estatua, cuerpo delgado, ojos marrón y cabello largo castaño, tenía un futuro prometedor por delante, o eso se creía. Socializaba con sus compañeras de departamento y salían, de vez en cuando, al antro. Sus padres estaban orgullosos de ella y de su prominente carrera de Contadora Pública.

    Las circunstancias del destino son impredecibles. Del plato a la boca se cae la sopa. Del eminente crecimiento de la empresa se derivó una reestructura organizacional en todas las áreas. Llegó el día para Cuentas por Pagar. Una empresa especializada en reestructuras y procesos organizacionales empezó con las entrevistas. Un poco con miedo y otro a regañadientes, todos fueron explicando sus cargas de trabajo y los procesos del día a día. Dianely, orgullosa, detalló sus macros y tablas dinámicas. Con ésta información se validan los depósitos a los proveedores y los cruces con los estados de cuenta de la empresa. Se detuvo en los reportes que le solicitaban los contadores y los de comercialización y publicidad. Son una serie de reportes que se les envía cada cierre de mes, todos ellos se hacen de manea semiautomática. El entrevistador anotó semiautomático y lo resaltó en color rojo. Le dieron las gracias al terminar y se fue contenta a seguir con sus labores.

    Estaba nerviosa, pero tenía la esperanza de que todo saliera bien. Mente positiva, se decía para calmar las ansias. Llegó la primera mensualidad del carro y lo pagó con gusto. Un rosario de madera acompañaba a Hello Kitty en el espejo retrovisor. La oficina parecía un hervidero con los rumores. Habrá despidos me dijeron por allá, a mí me contaron que van a automatizar los procesos menos críticos, dicen por ahí que contratarán a más gente. Para calmar los chismes, el Gerente General de la empresa convocó a un par de reuniones multitudinarias en el comedor. Se dividió en dos grupos a los empleados. El discurso fue bastante rápido. Los cambios son para bien de todos nosotros, hablo de nosotros porque somos un equipo, una sola empresa. Sé que hay resistencia al cambio, pero no tengan miedo. La palabra miedo retumbó en la cabeza de Dianely. En ese momento le cayó un balde de agua fría que la sacó del ensueño. El carro, la mensualidad de Sears, la de Liverpool, la tarjeta de crédito Oro de Santander, el viaje a Europa con su amiga Carla. Su mente divagó varios minutos. Eso esto todo, buen día.

    El hervidero cobró más fuerza. La espada de Damocles pendía oscilante en la oficina. Pasaron seis agónicos meses. Unos ya se había resignado, otros seguían preguntándose si su trabajo era crítico y primordial, si dejaba ganancias a la empresa o simplemente le darían más carga de trabajo para compensar su sueldo. No existe peor estrés que el esperar que tu jefe decida tu destino. Te saltan hasta las más recónditas indecisiones. Sientes los ojos puestos en tu espalda, crees oír: dead man walking. Es una agonía indescriptible, una zozobra espantosa y cruel. Aunque existe la muerte súbita. Llegas una mañana a la oficina y recibes la noticia de que ese es tu último día y tu cheque te espera, sin muchos ceros, en Recursos Humanos. No sé cuál es la más jodida. Una por la agonía y la otra porque ni las manos puedes meter. Invariablemente, la noticia de la dan un viernes, para que saborees la salinidad de la derrota desde la comodidad de tu hogar.

    Ese viernes le llegó a Dianely. Un robot realizaría su trabajo. Tienes que validar que el proceso esté correcto y la información bien validada, le dijo su Jefe. Después de eso, ya veremos qué pasa. Hecha un mar de llanto se fue al baño. Pesó que los faros de niebla, qué tanto le había recomendado su compañero Adrián, no eran necesarios ahora. Todo pasa por algo, todo pasa por algo, se decía entre sollozos. Una compañera le enjugó las lágrimas y le dio un cálido abrazo. Vamos, la vida sigue. Tienes una vida por delante, estás joven todavía.

    Cuatro meses después, el robot funcionaba de maravilla, superó las expectativas. Los Gerentes, y Jefes de Áreas, sabían que el camino era ese: robotizar, más que automatizar. Felicitaron a Dianely por su excelente trabajo en conjunto con los Consultores. Las recibió sin muchos ánimos. Le quedaban tres días largos, y tediosos, antes de su último viernes en la empresa.
     
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