VIOLIN

Viajás en el subte. Un chico con brazos enormes y tatuados con serpientes varias sube al subte con un violín.
Las lágrimas del violín no caen en el piso.
Su llanto es un grito en caída libre. Una lágrima interna le atraviesa el hueco de su corazón.
La melodía perdura y no se pudre en el cielo como cualquier otra.
Es una melodía empática, como si sonara dentro tuyo.
Es la música del universo (el grito agudo) lo que suena, el latido del planeta, el latido de tu soledad.
Te dan ganas de llorar. Como ese día que miraste al atardecer, como tomándolo por sorpresa, y encontraste las huellas de tu infancia escritas en la caída anaranjada del cielo.
El violín nunca suena en los oídos, siempre suena mucho mas adentro.

Todo alrededor es indiferencia.
Los pasajeros se ocupan de sus celulares y el libro de turno.
Y vos sabés, la música te hace entenderlo, que desde la mañana ensayamos posturas. Preparamos deliberadamente nuestra entrada al subte. Somos como seres subterráneos de grandes ojos negros y expresiones rígidas. Nos concentramos en algo para no ver.
Y vos entendés, solo por un segundo, lo que el violín canta con esa voz triste y profunda. Canta que subimos escaleras, que fingimos que las personas son maquetas, acompañantes ficticios, imágenes perdidas en la calle, en los túneles, en las veredas. Partes del escenario de un nuevo día. Canta que somos seres tristes y siempre andamos con la cola entre las patas, que tenemos miedo, que estamos llenos de miedo.
Canta que, después de un largo día laboral, nos encojemos en camas desiertas. O abrazamos un cuerpo desconocido. Nos tapamos de silencio y nos acostamos a morir.

Y vos querés gritar. Gritar y despertarlos a todos. Despertar a todos los violines del mundo para que hagan la revolución.

 

Muchas veces la cotidianidad hace que desviemos nuestra atención de la música permanente e infinita del Arte. En este caso un violín que está permanentemente en la sensibilidad del narrador. Quizás se me vino a la memoria los conciertos de Antonio Lucio Vivaldi o los conciertos de Nicolo Paganini. Es un buen relato que tiene un mensaje permanente. Felicitaciones.