Violinista.

En el mundo existe una especie de frio que sin quererlo es cálido…

Las notas del violín interpretaban la canción que hacia estremecer mi corazón, lo llenaba de calor y venían de tu frio interior en una extraña contradicción.

Como un simple espectador contemplaba cada uno de tus movimientos, picaros, locos, sensibles, sexys sin llegar al erotismo…

Yo era uno más en el recital, uno más en la multitud estupefacta, uno más, una sombra a la expectativa, una sombra que se perdía en las notas de un violín, y en la danza de la intérprete.

Vivías cada nota, sentías lo que tu violín quería decir, y con una sonrisa lo transmitías, combinabas cada paso, entre la picardía e inocencia de una adolescente y el sexy movimiento de un cuerpo maduro, por momentos se te notaba perdida y asustada, a la siguiente nota salías de ese estado con una sonrisa.

Libre y de manos atadas, libre y sutil en cada movimiento, y cuando comenzaba a pensar que el violín servía de cadenas que limitaban tu libertad a la hora de danzar, comprendí que no estabas atada, simplemente te aferrabas a él, como un hombre a su amada, como mi mirada a tu danza, como este poema a ese recuerdo.

Cinco minutos, cinco minutos fue lo que duro tú puesta en escena, cinco minutos que culminaron con una sonrisa, una reverencia y tú espalda llevándose el momento en el que estuve en el cielo.