Visión de la alegría

Ellos detuvieron la felicidad para comprender la intrusión; es una intrusión, nunca una invasión.

Estaba en el colectivo el exterior, era un ingreso punzante.

El instante petrifica y deja un rumor, un paréntesis cualquiera en la esquina.

Ellos tienen la paradoja: tenerlo todo en una esquina. Gracias a Dios se tienen y quién sabe a cuántos más se deben en la vida. Crecen hijos del sol y de la luna y los dientes ocupan todo el espacio que les resta.

Un efecto deslumbrante le sucede al espacio cuando las sonrisas y la unión traspasan el vidrio. La sonrisa abre la verdad como una autopsia.

Resulta que el presente tiene formas espontáneas y poco tiene que ver con la actitud del observador que detiene el colectivo y el tiempo en el balcón de las circunstancias servidas por el destino.

Las ruedas que hasta allí llevaron al crítico tienen que detenerse en la esquina que sostiene el juego. Después de la cansada rutina de rodar, de consumirse primero sobre el asfalto y el vacío profundo de los estómagos de casi todos los pasajeros, impide que la indiferencia sea el paragolpe, impide que la oscuridad sea el escondite, la maniobra ante el bache. El semáforo se pone en rojo.

El observador tuvo que descender con anticipación, como un halcón calcula el efecto sobre el éxtasis y el orden, monitorea la gracia del espacio conmovido, la complicidad y la libertad se expande en los rostros y en los gestos con una suerte de encrucijada, de muro que retiene un universo paralelo.

Son niños en conjunción con la madurez prematura, están calzados por la sombra y llevan trapos en el cuerpo, el sol en la piel y todo el tiempo del mundo para estrecharse y dar muestras de la pobreza que hay en todas partes menos en la alegría.

Quién puede afirmar que no luzcan bien, que la ropa no enuncie de manera precisa una decisión, la desenvoltura de la palabra que nace en las guerras, las palabras y los gestos que compensan, las palabras que salen a recorrer el peligro. Combatientes de la alegría.

Parece un cuadro sobre los contrastes y los errores, un espejo dirigido hacia las paradojas. Esas águilas sostienen el destello de la comunicación, hipnotizan al pobre crítico, famélico y vulnerable.

Me había deslizado del otro lado del espejo de agua que divide los contrastes cotidianos, parezco indefenso, un huérfano; algo así han sido.

Las ruedas retoman la calzada y me acompaña el recuerdo de rostros ensombrecidos…

Quizás compasivos…

 

Gracias estimado Maroc, tengo varios textos en prosa, pero siempre prevalece lo poético en mi lenguaje. Me alegra que te guste. Saludos.