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Visión panóptica de Roma desde el Castillo de Peñíscola

Tema en 'Poemas Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Pessoa, 11 de Enero de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 361

  1. Pessoa

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    VISIÓN PANÓPTICA DE ROMA

    DESDE EL CASTILLO DE PEÑÍSCOLA



    (Homenaje intemporal a Benedicto XIII,

    Don Pedro de Luna en el siglo,

    llamado el Papa Luna)

    [​IMG]


    En su útero calizo, ausente de toda mondanité,

    se oculta la última luna.

    El mar en medio y al fondo Roma, su amante enajenada por los otros.

    Pero él no conoce ya Roma, esta Roma que ahora yace

    en los lechos candentes de cárdenas frazadas,

    revueltos los cabellos, profanados sus secretos,

    brillando de sudores clandestinos por los esfuerzos de lúbricos amores.


    No conoce la Roma envenenada por el Tíber,

    por el ronco sollozo de quienes mueren al alba.

    Las fuentes de Roma recogen ya purificadas

    las lágrimas del noble anciano

    y en la Fontana de Trevi Mastroiani y Anita hecha cuerpo

    trocan en amor ingenuo aquellas que el Papa no bebe.

    Oh, Roma. Hecha de lascivia y amaneceres sagrados,

    con tus gatos opulentos pernoctando entre basuras.

    Pero a él no lo dejan, es demasiado puro

    para vivir en blasfemia.


    Desde el óculo en la piedra del Castillo,

    abierto a amaneceres y esperanzas,

    brotan mariposas de cristal que aletean sobre las olas.

    Y allí, tras el horizonte en sombras, resuenan

    sus límpidos estallidos en la Roma cortesana.

    Horas dañinas como siglos o guadañas

    acompañan las monocordes veladas

    deshojando la inútil vastedad de la tiara.

    Sólo el mar, arrullo permanente, acuna el sueño inminente del caído.


    Llegan sutilísimos venenos hasta la mesa de Pedro,

    pero riegan una sangre heroica, insensible a la humana muerte.

    Vienen emisarios desgajados de los monumentos antiguos

    trayendo hasta el ascético vivir su encargo de crimen y sangre.

    Pero Pedro, que es voluntad y augurio,

    sigue mirando hacia Roma,

    esperando el regreso de las vítreas mariposas,

    ignorándolas en las profanadas moradas del pecado.


    Las olas lamen blandamente los cimientos del Castillo

    como un tibio fuego, trasunto del ardor romano del Ausente.

    Laten pulsos de Aragón en esas sienes que habitan

    lejanas calles, que son cópula entre piedras y claras fuentes,

    pródiga simiente de otros llanos asolados por el hambre

    que quisieron ser fértiles entre brocados y mármoles.

    Pedro es arrebato y fuego,

    no cabe en las suaves carnaciones de los salones romanos.


    Dejémoslo aquí, en su dormitar de bronce,

    soñando su sueño eterno que algún día será cierto.

    Desde su majestad estática, con la mano amenazante

    dirige incógnitos devenires, ejércitos claudicantes,

    u orquestas imaginadas,

    mientras en el bar de enfrente, ignorantes del viejo drama,

    bebemos frescas cervezas, tratando de alegrar

    al Antipapa demente.

     
    #1
    Última modificación: 11 de Enero de 2017

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