Voces desde las Dimensiones del Espejo

En el cielo, te bordo nubes como quien desenreda un viejo cassette con un lápiz, la plata de tus cabellos antiguos tejidos en la memoria de un ángel descarriado. Tú, que juegas a escondidas con la luz y la sombra, donde cada estrella es un guiño de tus ojos cerrados demasiado pronto.

Bajo un cielo punteado de luciérnagas eléctricas, las noches no duelen tanto; su luz se filtra, caprichosa, como tus risas que aún resuenan en los platos viejos de la casa. Esos destellos, carcajadas suspendidas, son eco de un amor que el tiempo no sabe olvidar.

Madre mía, madre ausente, te conviertes en brisa. En cada soplo, en cada hoja que cae, se escucha un susurro tuyo, casi imperceptible, como el sonido de una página que se pasa sola en un libro abandonado en un parque.

En el plano terrenal, otra madre extiende sus manos, raíces profundas en la tierra fértil. Sus dedos, pinceles vivos, pintan días nuevos en el lienzo de mi rutina. Sus brazos, como ramas, sostienen el techo de un mundo que, sin ella, sería cielo abierto a todas las tormentas.

Tu risa se disuelve en el aire, transformada en viento que acaricia las cortinas. Una melodía que no se detiene, vibra en las cuerdas del universo, enlazando pasado y presente en un lazo que ni la muerte se atreve a desatar.

Reflejada en cada superficie, en cada charco, madre celestial, tu imagen baila sobre el agua, siempre al borde de la evaporación. Tus ojos, faros que guían aún en la bruma de los días más grises.

A mis pies, la tierra. A mi alrededor, el espacio infinito. Entre estos dos reinos, tus manos me levantan, me elevan, desafiando la gravedad de la realidad, como si todo el cosmos conspira para mantenernos unidos a través de un cordón umbilical de estrellas.

Camino a través de un laberinto de luces y sombras, donde cada paso resuena con el eco de tus enseñanzas. Madre del cielo, madre de la tierra, en cada esquina del día, en cada curva del sueño, tu presencia se desdobla, multiverso de amor en cada respiración.

Tus rezos, tus versos, escritos en la condensación de las ventanas en invierno, cada palabra un suspiro, cada frase un abrazo. En el cielo y en la tierra, firmas con el aliento del amanecer y del atardecer.

Debo mi ser a dos esferas, una suspendida en el firmamento, otra arraigada en el barro. Ambas se entrelazan, tejido de lo etéreo y lo tangible, y en este entramado, encuentro mi lugar.

En cada rezo, en cada poema, invoco a ambas: madre en las alturas, madre en las profundidades. Tus voces se funden en el aire, dos mitades de un amuleto partido que solo juntas forman el todo.

Entre dos luces, oscilo, pendular. Una mirada desde el cielo, vigía eterna; otra desde el suelo, refugio y santuario. Madre de los reflejos, madre de las sombras, en cada espacio, en cada tiempo, tú me abrazas.

 

Un canto desde el corazón a una madre.
Grata lectura.

Saludos