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Vuelta, vuelta y vuelta

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Cris Cam, 8 de Abril de 2019. Respuestas: 3 | Visitas: 707

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Vuelta, vuelta y vuelta

    – - Aquí, comandante Gutiérrez... hola... hola... base... hola base... aquí Pucará III... me escucha base... cursamos una emergencia...

    – - Aquí Base Argentina... perdone comandante, tiene hora...

    – - Perdón no entendí la pregunta...

    – - Si tiene hora, comandante...

    – - Mundial o Argentina...

    – - Argentina... comandante... Argentina

    – - ¿Para que me lo pregunta base?... estamos en una emergencia, acaso hubo algún problema de relojes.

    – - ¿Sabe o no sabe?, Comandante.

    – - Sí las 15hs, hora argentina.

    – - Bueno comandante es hora de siesta, el sindicato de operadores espaciales tiene el derecho de dormir la siesta... aparte me estoy comiendo un especial de mortadela...

    – - Base, no jodan, estamos en una emergencia, páseme con el Brigadier López...

    – - Lo siento el brigadier López ya no es el director de la misión, fue relevado por el ministro Jauja de Arena, luego de la renuncia del ministro Robatini.

    – - ¿Y eso cuando sucedió?... ¿Quién está a cargo, entonces?...

    – - Durante las tres horas de silencio de comunicación tras de la luna. Está a cargo el Dr. Metini, quien fue designado por el presidente De la Cabeza, luego de la renuncia del ex presidente Aburreli

    – - Base, usted me está tomando el pelo, el Dr. Metini es abogado, no sabe nada de misiones espaciales...

    – - Bueno comandante, expiró su tiempo... conecte el ingeniero de fallas artificial...

    El comandante y su compañero, el oficial Méndez, se miraron perplejos. La nave estaba 1 grado salida de curso en espiral abierta alejándose en cada giro 100 km. de la luna. Una falla en el panel izquierdo, un atasco en la tobera número cuatro y una fuga de oxígeno por la ventana panorámica.
    El libro de bitácora flotaba entre sus barbas perplejas. Pronto serían una historia olvidada.
    Se sintieron nuevamente abandonados a su suerte. Méndez no lo pensó mucho, se calzó la escafandra y se preparó para un paseo. Gutiérrez trataría de evitar el final de asfixia.

    El sonido mecánico de la bomba de vacío, que chupaba el aire del habitáculo, se diluía con la presión. Pronto el silencio ganó la nave y los hombres sólo se comunicaban por medio de sus sistemas de escafandra como buzos atrapados entre los cascos de un naufragio.

    Méndez se ató el cordón umbilical de acero al gancho de su espalda, abrió la gaveta de herramientas. Sacó dos pinzas de sus encastres y trabó el clip de los cordeles en su cintura. Abrió la escotilla principal, se paró en el umbral hacia el oscuro infinito, miró por encima de su cabeza, el reflejo negro mate del panel izquierdo. Pegó un pequeño impulso hacia la ausencia de arriba abajo, usó la técnica salto de gato, para girar 180 grados y ponerse frente al panel. Con su guante de aluminio fue recorriendo uno a uno los cerámicos hasta que encontró uno perforado por un prolijo proyectil, un pequeño errante meteorito. Si en este momento, pensó, esa piedrita cósmica le perforara el guante, él saldría por el orificio como pasta dentífrica hacia la nada. Inutilizó el cerámico y lo arrojó como basura hacia atrás, en sentido inverso a la rotación de la nave, tarde o temprano caería sin paracaídas posible, hacia el polvo lunar. La hueca base de titanio le devolvía su imagen como un espejo ante la ausencia de todo otro reflejo. El sol brillaba blanco y persistente sobre su escafandra. Se sonrió al verse asimismo mascando su eterno chicle detrás del vidrio templado y fuertemente polarizado. Unió torpemente los terminales filamentosos para restaurar la tensión serie de toda la hilera de compañeros cerámicos.

    Lento y seguro como un pez en un lago. Se movió hacia la tobera dañada. Un compañero de la piedra anterior se hallaba incrustada en la parábola cónica, salida del motor número cuatro. Pegó un fuerte mazazo, le respondió el silencio, y el cascote hijo de otro sol salió despedido con rumbo recto hacia la derecha de la órbita, rumbo a Júpiter.

    Fin del paseo. Tirando del cordón de acero volvió a la nave.

    Gutiérrez seguía discutiendo con el ingeniero artificial que no le contestaba nada concreto desde la pantalla led. Méndez cerró la escotilla y comenzó el bombeo de aire hacia el ambiente. Una hora después la presión indicaba una atmósfera y un sensor de balance neumático indicaba fuga. La luz roja de emergencia activó el tanque de aire comprimido de reserva.
    Ambos hombres se miraron de cristalinas cabezas. Se quitaron las escafandras con mesurada desconfianza. El sonido directo les volvió a los oídos. Gutiérrez usó el viejo método de la llama para identificar el suave viento que les indicara el lugar de la fuga. Finalmente detectó una pequeña hendidura en uno de los Orings de la escotilla panorámica, muy pequeña pero suficiente para matarlos de asfixia ese mismo día. Se alzó de hombros, le hizo una mueca resignada a su compañero y le tendió la mano supina.

    – Dame el chicle – le dijo.

    Méndez obedeció sin esperanzas. Gutiérrez pego la pasta extranjera sobre la hendidura, la presión del habitáculo empujaba la goma hacia dentro de la rajadura pero milagrosamente al final se detuvo. El sensor se estabilizó.

    Aún no reventaremos compañero. Intentemos el regreso.

    Los vetustos controles del Pucará III comenzaron a responder. La tobera número cuatro escupió fuego durante 3 segundos y la nave cambió de trayectoria, desde la escotilla frontal entraba la luz de Sirio. Se prepararon cuando la estrella apareciera sobre la pequeña ventana de babor, dispararían el motor principal intentando despegarse de la atracción lunar. Apostaron las espaldas sobre sus butacas. Gutiérrez desconfiando del piloto automático, pulsó con su dedo pulgar izquierdo el mando manual. Sintieron el golpe y se hundieron en la espesa gomapluma. El corazón les latía desbordado. Méndez olvidado de sus viejas bravatas rezaba en voz alta. Gutiérrez se jugó la última carta, como en sus viejos días de piloto en la guerra de la segunda independencia, no tenían trayectoria factible, ni tendrían ángulo de ingreso pero enfocó la nave en el curso 114. Les esperaban dos días de viaje, invitó a su compañero al desafío de dormir. Luego de tres días sin hacerlo este aceptó.

    La costa de Africa se veía agradable. El ingeniero artificial de fallas le daba 1% de probabilidades de éxito. Llenó la pantalla de datos negativos que Gutiérrez se negó a corroborar. Desde tierra hacía largo rato que los llamaban. Los informes de InterGlax les asignaban la muerte como destino. Méndez apagó toda comunicación.

    Como los días infantiles del tierra, papel y tijera. Los hombres jugaron un rato al rebote, estallido o agua de mar. Putearon cada vez que rebote ganaba, la peor de las tres.

    Gutiérrez mira a su compañero:

    - Por las dudas, fue un placer haberte conocido.

    - Igualmente comandante. La suerte esta echada. Pero todavía quedan sus manos.

    Lentamente los objetos comenzaron a moverse, señal inequívoca que la tierra los estaba gravitando. Méndez guardó el diario de bitácora que acostumbrada a volar quedó sobre un panel en la gaveta.

    – Se supone que el comité de bienvenida debe estar estacionada a 1200km al este de Río de Janeiro, ¿No? Agarrate que allí vamos. Navecita comportate como un verdadero Pucará.


    La caída paso de lenta a vertiginosa, el motor axial puso a la nave con el escudo al frente de la atmósfera. Gutiérrez a pesar de todo no largó el control corrigiendo una y otra vez la trayectoria, aunque viajaban de espaldas. Méndez rezaba cualquier cosa. Lamentó no saber nada.

    La nave se estremeció. Gutiérrez lo mira a Méndez: Número uno no rebotamos.

    No lo podían sentir pero lo podían intuir la nave aumentaba la velocidad de caída.
    Gutiérrez comenzó una particular cuenta regresiva que Méndez no entendía.
    Al cero un nuevo sacudón y un grito de victoria

    – Huija, no estallamos. Ahora sí agarrate.

    Quince minutos después el tercer y más grande sacudón, la nave chocó contra el Atlántico.

    Gutiérrez mira el mar por las escotillas y le hace una pregunta a su compañero.

    – Nos habrá quedado suficiente aire para los salvavidas.

    Aprieta el botón azul, todo el aire de la reserva se expulsa hacia los salvavidas que dormían plácidamente en sus habitáculos sellados. Los salvavidas se inflaban pero la nave seguía lento viaje hacia la cordillera atlántica lejos del talud continental. Méndez se impacientó soltó los cinturones de seguridad y le pegó un puñetazo al panel azul, el segundo motor de inyección arrancó, la velocidad de inflado aumentó, el descenso se convirtió en camino hacia la superficie.

    – Eso – gritó Méndez – no nací para buzo.

    El rescate se realizó como estaba pautado. Los honores esperados fueron rechazados con desidia por la pareja de rencorosos astronautas. Se negaron a la visita para condecorarlos. Sólo aceptaron una visita al control central. Debían hacer algo.

    Al llegar no le dieron la mano al Dr. Metini. Se dirigieron directamente a la consola numero siete. Cuando el operador le tendió la mano, Gutiérrez le respondió con un puñetazo en la boca del estómago.

    Vomitó todo el sanguche de mortadela.
     
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  2. sergio amigo

    sergio amigo Invitado

    Es curioso que una misión completa pueda terminar en desastre por un oring deforme. Y el técnico que realizó el torque, bien gracias.
    Encantado de nadar en tus aguas. Saludos cordiales, I. Asimov.
     
    #2
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  3. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    1 de Enero de 2016
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    Es lo que, según dicen, le pasó al Challenger. Y lo del chicle una licencia poética.
     
    #3
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  4. sergio amigo

    sergio amigo Invitado

    Ya lo dije. Es una muy buena combinación. Saludos, otra vez.
     
    #4
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