"Y el círculo se cierra"

Vuelve a cerrarse el círculo continuamente, cíclico, inagotable.
Llegó el sol alumbrando la senda que nueva aparecía al capricho de la mirada pueril del viento. Llegaron haces de luz violenta que cegaron el ímpetu fogoso, inexplorado, del relámpago surgido en la tormenta. Las montañas se abren nuevas para respirar el alma desconocida de las fuerzas del mal. Dulces melodías envuelven sensitivamente el ambiente, placeres inauditos surgen para embelesar al espíritu. Y cuando cree el viento que el contrato con el Sol es sincero y justo, aparecen las nubes, obscuras que mojan el papel pero no lo destruyen.
Comienza el tiempo de las tinieblas iluminadas con una sola antorcha, que arde como cientos. Luz pura, verdadera, fuego abrasador que dilata las pupilas y las deshidrata. La nube, entonces se posiciona constante, niebla fría que no se levanta para permitir que el día brille. Niebla caprichosa, que a su antojo huye y se esconde e incansable torna a su posición.
Ciego el día, deambula por las calles mojadas, solitarias y tristes. A veces surgen espontáneas tascas con melodías alegres que inflan el alma con ilusiones efímeras, falsas. La utopía se aleja y desaparece, vuelve a surgir, débil, para volver a desaparecer. El día cruza el horizonte y llega la noche, con sus mismas nubes, con sus falsas alegrías, sucias ilusiones. Con su aroma más exquisito y el dolor del olor más nauseabundo.