Pacto en diferido

Pacto en diferido

Juro
por lo que queda de mí
abrir los ojos mañana
que arrastraré este cuerpo
al lugar donde termina el sendero
fingir sorpresa ante el espejo
cuando me vea peor que siempre.

Prometo seguir respirando
mientras la alarma no suene,
seguir trabajando en lo que detesto,
seguir contestando “bien”,
como quien carga su propia sentencia.

Pero firmo aquí, con tinta que aún no es sangre,
que si a los cuarenta
la promesa sigue chirriando como ratón
sin mirar atrás,
si nadie me alcanza,
si nadie responde,

yo mismo cerrare el contrato.

No con gritos ni llantos
si no con la calma de quien llega puntual a una cita
que lleva años anotada en rojo.

Moriré a los cuarenta
como quien apaga una luz que ya no ilumina,
y se marcha sin palabras.

Y que conste
que no será un adiós rabioso,
sino una condición cumplida,
una oración dictada con amor
que aún espera respuesta del cielo.

Pero si algo cambia
—una amistad, una sonrisa, un milagro barato
un día que no pese como todos los demás—
romperé este papel,
volveré ceniza cada verso
rezando que no vuelva a prender.

Hasta entonces
sigo aquí,
tomando el mismo bus
a la misma hora
llegando al mismo horrible lugar.