1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación
Color
Color de fondo
Imagen de fondo
Color del borde
Fuente
Tamaño
  1. No diré agonía

    allá donde suscitan

    bloques de enervado hielo,

    macizos de flores en parterres

    inundados. No diré soledades,

    en tanto caminen fusiles en alzada

    mano gigantesca. No diré

    secundarios, en tanto los hombres,

    busquen, lejos de su ámbito dorado,

    espadas, fusibles, electricidades remotas:

    su propia sangre coagulada. No diré

    mentira o verdad, sino que señalaré

    las orquídeas negras de un puente elevado

    y triste. Y no indicaré solamente

    las fundaciones repetitivas, de un crepúsculo

    asesino: diré camino, amparo, resguardo

    y soledad, mil veces soledad-.

    ©
  2. Es que el poeta no sabe nunca

    donde nace. Se estira, estira

    su psicología, la hace pasar

    por un laúd obligatorio de oraciones.

    La conmina a nacer, quizás,

    del vientre frío de una nube.

    No sabe dónde guardar su abismo

    y su retiro, su voz elige el invierno.

    Elige, como camino, el destierro;

    como sendero, el exilio.



    ©
  3. Cierto sometimiento

    a la certeza crucial de tu vida,

    ya te inunda, y en la ecuación

    alegre, la lisonja estúpida

    no acaba de convencerte.

    Al igual que la inútil conversación

    fría, distante, con tanto hijo de Satanás

    suelto, te mantiene con vida- no hay

    dónde elegir o legar fe, esperanza,

    caridad-, el bochorno interior de

    suplir una realidad por otra, hace

    que en ocasiones te enerves y coloques

    palabras que no correspondiera.

    Cierto desapacible amor y cierta sombra,

    de todo esto afortunada, te salva, y en la

    desbordante lejanía, cifras tus minúsculas

    fuerzas y esperanzas. No te afligen ya

    recuerdos o memorias, sombras también

    de días difíciles y escuetos, mas reservas

    para ellos, un sabio rencor en forma de prudencia.

    Y pensar que el mundo en ocasiones fue eso!

    ©
    A Rosmery Pinilla Acosta le gusta esto.
  4. Han vivido en mí

    mil recuerdos desde entonces.

    Sombríos gestos, orillas

    llenas de nieve, barcos frontales

    destinados al magma primoroso.

    Tu cintura salvaje bordeando

    la periferia de un río siempre inestable.

    El aire remoto de tu indiferencia

    dejó estalactitas de desprecio.

    Mi memoria bota la arboladura

    de un velero minúsculo y franqueable.

    Desde entonces, mil recuerdos

    e imágenes prevalecen en mí,

    como sombra tuya-.



    ©
    A Karli20 le gusta esto.
  5. Ya fui rama,

    ya fui fruto,

    de su alma,

    conservo, parciales

    evocaciones de

    un ministerio sobre

    la tierra. Océanos

    o islotes desechos,

    no remitirán mis ansías,

    ni el odio formará

    arrecifes de coral,

    cerca de mi anhelo.

    Ya fui rama,

    fruto esencial

    sobre conversaciones

    de madrugada. Madre!

    Noche fui.



    ©
  6. Mucho sol anda

    tras tus espaldas.

    Divina sombra,

    umbrosa, de tus

    férreos ataúdes,

    con tu afán celoso,

    tropieza. Mientras,

    la ley, en su insigne

    insignificancia, da

    muestras todavía,

    de auténtica fortaleza.

    Derriba portalones,

    en tus paseos vespertinos,

    y ve, en una caracola,

    níveos pasos sometidos

    al furor del clima y de los tiempos.

    Demasiado sol anda tras

    tus espaldas, sí, ¡cómo si,

    desde entonces, no

    hubiera nevado!



    ©
  7. En la sorda tierra,

    ni un ápice de luz.

    Lápices del alba,

    árboles de madrugada,

    son las siete de la mañana,

    ni un vértice de luz

    sobre las atestiguadas

    montañas.

    Un paso de ovejas

    vertebra el cansancio

    de la luna vieja, y deteriorada.

    En la sorda tierra,

    crecen las higueras de noche,

    cuando el mar y el viento

    se sacuden el salitre.

    Y yo quedo triste y melancólico,

    como si me hubieran arrancado

    del colchón.

    ©
    A Alecctriplem le gusta esto.
  8. No es el reino del amor éste

    que tanto alaban ministros y secuaces

    parecidos; no es el reino del amor

    aquel que tanto pronosticaran en épocas

    pasadas revoluciones y tópicos a granel.

    No es el reino del amor, ese que tomó forma

    bajo alas siniestras caracterizadas como familias.

    Ni fue el reino del amor, aquel que con traje

    de domingo nos prometieron antaño: cuando

    todos éramos bastante tristes y lampiños.



    ©
  9. Flamean, en las ventanas,

    antiguas luces encendidas.

    Son voces y sueños, anegados

    en tristes recuadros- habitaciones,

    dormitorios, despensas; cocinas-.

    Y en esa persistencia de las cosas

    y los objetos inciertos, yo miro.

    Poca cosa, poco que decir.

    Es la retórica universal de la pobreza:

    materiales torcidos que averiguan

    su capacidad para formar paredes,

    muros, sin otras señas de identidad que

    las de la improvisación,

    sin más misterio que el de las cosas decisivas.

    Y así me gusta que pase definitivamente

    el tiempo. Entre lloviznas y columpios

    herrumbrosos.



    ©
  10. De tu pecho lactante

    de tu gloria infamante

    de la razón inexacta

    que promueven tus labios

    de la tierra, equidistantes.

    De tu sueño incesante,

    necesario cordón umbilical,

    promesa tierna de la uva

    pisada y coloquial.

    De tu ausencia sonora

    a la tragedia de tu vida,

    donde se aproximan

    como cálidos panes,

    tus besos de mediodía.

    Esqueleto, firme, de tantos

    hijos entrañables-.



    ©
    A José Luis Galarza le gusta esto.
  11. Distanciado, más por hábito,

    que por instinto, de aquellas

    antiguas iglesias, donde celebran,

    todavía hoy sus misas, pálidos

    sacerdotes de tez bronceada,

    apenas si recuerdas las últimas

    veces, ya que no las primeras,

    en que recibías con jovialidad

    externa el sagrado manjar, y a

    aquellos oscuros e impacientes

    militantes fríos de la religión a

    la que, peor que bien, te adscribes.

    No te causa más que alguna carcajada,

    solitaria, indefinible, verte a ti mismo,

    por gracia del afán comunitario,

    convertido en típico monaguillo,

    trotar de la sacristía al altar, y de éste,

    a la despensa de alguna vecina próxima,

    en busca de algún recurso etílico

    que sirviera para la última cena.

    Desconoces del todo el por qué

    de este apartamiento y de esta distancia.

    Mas preguntas a Dios, a veces,

    el por qué de tu confuso destino.

    Y, confuso, permaneces-.





    ©
    A Karli20 le gusta esto.
  12. Trocadas ya las risas

    en contagiosas lágrimas,

    permaneces quizás y tristemente,

    anclado sin osadía a aquel

    recuerdo y aquella maravillosa

    memoria, como en un inmóvil presente.

    Instalado en un remoto pretérito,

    viertes tu veneno habitual en el cual

    sepultas tus áridos comentarios.

    No, acaso

    no sea éste, para ambos,

    el final merecido, mas,

    y lo piensas a solas, como siempre,

    desde el principio así lo entendiste.



    ©
  13. Dejé de ser un alma

    traspasada por dudas,

    remotas ambiciones

    u oscuros deseos.

    Dejé de serlo. ¿Qué vivo?

    No lo sé, ni me importa.

    Redes sin nada vienen

    a fructificar en mi frente.

    El líquido sudor, dejaba ambiente

    de juventud, en mi cuerpo erosionado.

    No es la juventud lo que me representa.

    No es, tampoco, la plegaria. Un payaso

    por los contornos del mundo se pasea.

    ©
  14. Deja, deja que el silencio

    te acompañe y se acumule;

    que tiemble como hoja en

    el espanto cotidiano. Que

    se esmere en hacerte casi

    fósil en mina imperceptible.

    Que sea tu último secreto

    antes de acostarte. Que se

    debiliten las luces y se apaguen,

    las últimas cenizas. Y tú, llora,

    llora como un hombre.



    ©
  15. Llevaba un alma anhelante.

    Un alma suplicante, vagabunda.

    Herida. Cada noche, paseaba

    su alma moribunda, un cuerpo

    apenas, por las verjas doradas del

    día. Desconocía aún las presas fáciles

    del águila, los lamentos del alma sujeta

    a su corporal peso. Lamentaba a su vez,

    las noches perdidas, las interiores mañanas,

    los cielos azules más escasos, las marañas

    de besos que a otros pertenecían. Llevaba

    un alma errante, profética, de tenues manos

    amarillas, los labios, siempre abiertos

    a la vida.



    ©