1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

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  1. A quién importa mi voz?

    Esta noche de multitud de estrellas

    copando el cielo con la lentitud

    de su osadía, estrenando la paralela

    de las ciudades, con su eternidad

    mezclada de luces sobre garajes harapientos,

    me instan los ecos indefinidos de otras

    voces ya desvanecidas, como un ulular

    polvoriento de voces en multitud derribada.

    Tanto me he perdido, que

    cómo voy a encontrarme?

    Ahora, mientras observo en la página,

    cómo ésta mezcla letras y lágrimas,

    la vieja canalla busca el aliento en mis

    besos. Sí, la vieja canalla....©
  2. Hermano de la noche

    en su arrebatada forma perpetua

    donde convergen polvo milenario

    sobre ataúdes de forma dispersa,

    con ojos sin velos

    fornico junto al fuego del lago

    suspendido de empleo y sueldo

    patrono agrimensor de las cópulas

    indecentes.

    Con ojos veo la noche

    atrapada en su cuenco universo

    reciente forma contenida

    en su mano adolescente y enjuta

    lunas adversas se posan

    con su soledad bien empapada

    en vida o en muerte.

    Y otros ojos me vigilan

    en la llanura o en la meseta

    calculadores de un cuerpo que descubren

    en mitad de un descampado virulento.

    No es sólo espesura lo que ven

    estos ojos a lo ancho de los manantiales

    también ven lo molesto del llano

    las hebras del heno incinerado

    lo que promueve el invierno

    como una novia que se excita.



    ©
  3. Mi sueño inconfesable es llevar al altar a mi hijo...
  4. Sometiendo imperios diversos

    en la luz establecida por desacato

    testimonio el enardecimiento exiguo

    la materia viril de mi propio nombre

    indigente y esquelético. Soy un hombre

    entre más. Procedo a desmantelar

    mi ira versátil y expresarme en signos

    herméticos. La lluvia de estos días,

    precede al instinto, y dulcifica mi existencia,

    cuya esencia no deja de ser la del castigo.

    La gente bromea, escupe al abismo de los ceniceros, o rompe su mamotreto ridículo

    por las alcantarillas sombrías llenas de agua.

    Yo dudo, y falsifico mi vida en remotas

    frases inasibles, descalifico a los dioses

    y me liberto de las trenzas que recubren

    mis tobillos, entrelazándolos.

    A qué puedo llegar, Dios mío, si estoy

    tan triste que apenas saco tiempo

    para acordarme de quien fui?



    ©
  5. Era la noche

    un cuerpo reciente y humano,

    templo oxidado, de repente,

    triste, solidariamente recuperado.

    Era la animosidad de los vestigios,

    la celebración imposible de los mitos,

    un naufragio como de voces y de ecos.

    Eran las noches

    suaves brisas adormecidas,

    ese cuerpo blando de las cosas dinámicas,

    esa leve majestad de los días ordinarios

    pero felices.

    Ahora, de noche, todo su martirio

    antiguo, abre sus piernas y prostituye

    ecos, voces, trampas, estrategias, que dominan

    su pureza de antaño.

    ©
  6. Tarde, muy tarde se me está haciendo

    para

    esperar algo de mí. Algo que no esté

    suciamente contaminado, o dormido, o

    avasallado. Tarde, muy tarde para todo eso.

    Como tarde se me hizo para escapar de la escuela

    que odiaba

    y darte un beso.

    Tarde, definitivamente tarde, respiro y humillo

    pidiendo

    certeza tras certeza, aire ardiente, colmena a colmena,

    el paso triste y ciego de lo indubitable.

    Pues se hizo tarde para enumerar las capacidades,

    para albergar esperanzas o renovar enseres, facultarse

    de propiedades, y dormir junto al cuerpo amado.

    Ahora queda el escorpión de las tardes,

    el incalculable deseo de los días, pasando tarde

    por las calles, por los coches, por las radios.

    Tarde, tarde, se me hizo para esperar

    algo de mí.

    ©
  7. Hay tobillos sacrificados al desdén hermético de la lluvia, una apaciguada mirada de carbón eléctrico que funciona a medias bajo la eterna combustión de un pez marmóreo, existen diminutas formas oblicuas cuyo dedal ignominioso profiere los más graves insultos, y propiedades acuáticas de orden secular. Hay materiales grabados a fuego como serpientes efímeras en el cuello de las calles sangrientas, un millar de desaparecidos cadáveres que penden de sus hilos magnéticos, trituradoras imparciales, vestigios de amantes que esconden su sanción al crepúsculo. Una nube de alcohol y un dibujo sublime estereotipado, la fortaleza de una canción susurrada en murmullo, y un vetusto armario que empotra las esperanzas tras sus secuestros supremos. Los espíritus indolentes fabrican sus ocultos desprecios antes de las amarillentas temperaturas, mientras la fiebre, responde a los iris con sus mayúsculas dilatadas. En lugar de un roble cansado, de un cielo pernicioso, latitudes somníferos y distancias inasibles buscan el terciopelo terrestre cuando el cuello de las disnea ha quebrado sus documentos tardíos. Los asesinos clementes venden a sus mujeres por un litro de absenta, y la mayoría de los astros elige ver el canal de televisión más próximo a su vecindad. La escuela desdice lo afirmado por los progenitores y el espacio licuado de una nevera exige tributos peculiares al pez que escucha y radia sus alabanzas. Los niños ocultan su sombría eyaculación de pana y agua, y sus muslos apenas reciben órdenes cuando el sol ha apagado sus tristezas diáfanas. Hay un recelo insomne en las catedrales atestadas, donde duermen un millón de dentistas próximos a los violadores destronados de sus hijas y herederas, un calor de sótano invaden los dientes del moro que vende sus flores imantadas de perfume.

    Escuchen, escuchen, lágrimas del mono más fiel a sus aposentos, un circular emético que provoca la emancipación del oficio, y una recta testigo que elude hablar de la percepción de su felino. Perspectivas y solteras, halagos y vaivenes, cubatas y pérfidos de estantería colectiva; un radio de hojas secas que penetra el oído con sus filamentos de oro, con sus fibras mortuorias, y una placa de finas sedimentaciones opacas que resguardan un ámbito más bien profano.

    Hay la cordura enajenada y el palacio de las altas hierbas dormidas

    un segundo de ternura y un pecio que embarranca distante

    las termitas adeptas a Moctezuma, un río de balsas agresivas.

    Están los altivos montes y las escopetas bien cargadas

    avisando su pólvora de dientes color azufre.

    ©
  8. Hay persianas obturadas

    que ruedan concéntricas

    en diferentes desniveles

    donde las aguas crepitan

    e insomnes buscan la palpitación

    de una vena, de una arteria, azuladas.

    Hay cónclaves iniciales

    letras diseñadas altares consumidos

    inermes torsos rectangulares mesas

    rostros abominables que retornan

    de sus hilos magnéticos y pusilánimes.

    Donde el alcohol muestra su signo

    y los antiguos esqueletos se llenan de amargura,

    y la vida deja de ser noble, y los debutantes

    inician su sendero con gestos inapelables.

    Hay sílabas prefijadas como signos escuetos

    al margen de las frentes, hediondas pistas

    de señuelos intocables, y márgenes doradas

    de símbolos dinásticos, monarquías derrumbadas

    que asolan los islotes fugitivos.

    Las hilanderas emplazan al lagarto,

    con sutiles amenazas, y sus largos terraplenes,

    de idénticas facciones, demuestran su lealtad

    con sonidos febriles y soterrados.

    Hay un tronco que dormita alas fúnebres

    un retórico demandando atenciones decaídas,

    y un misterio en cada puerta cuya humedad

    aparece domesticada, selva en un pozo de hierro.

    Los minerales visten, su delicada desnudez,

    con ferruginosas huertas, diamantes enternecidos

    por la brutalidad del hortelano suplicante.

    Hay, en fin, todas esas cosas que un día

    te conté-.



    ©
  9. Hay un lamento soterrado

    una cicatriz impuesta por ídolos nocivos,

    una vieja cartografía de nubes cuyo color

    se condensa, en estaciones de vapor, con

    líneas ferrocarriles estridentes y sumisas.

    Hay algún cuerpo exhausto

    un perfil de luna inexacta,

    un carbón incendiado que irradia el cielo,

    minerales de cartón piedra, que evocan

    una estampida de niños en su mayoría de edad reciente.

    Y un obsoleto cincel esperando el desgaste

    de los días. Un cinematógrafo compulsivo

    mostrando internas imágenes exteriores,

    unas trenzas dispersas sobre montones de heno,

    sobre montículos de arena empapada.

    La escultura insólita del aire con la avena,

    de la chica que llora su tristeza en mitad del desierto, en medio de una báscula abandonada.

    Eriales de dominio público, contagios de sangre,

    vómitos deseosos de mezclarse, confabulados dones

    de aves irredentas que suplen el hastío de sus cuerpos indomables. La yugular seccionada de un toro.

    Y hay una vieja tristeza insostenible, donde el luto

    de las avenidas silentes, cumple con ulular todavía

    adolescente. La materia degradante de un sexo humedecido por el viento húmedo, un saco de almendras.

    ©
  10. Rey de la angustia,

    tu infierno no será en balde,

    crepitarán junto a tus alas muertas,

    derribadas ansías invencibles,

    crepúsculos vívidos de razones desprestigiadas,

    operaciones silenciosas de múltiples atuendos:

    visitarán tus panteones, las luciérnagas invisibles

    y los espacios entre dientes de los anacrónicos moribundos.

    Vendrán tras días de lucha,

    las serpientes del alba, los combativos músculos

    de un depósito incendiado, la fiereza indómita

    de un cuerpo doblegado por el cansancio.

    Rey de la angustia, tu infierno no será baldío:

    vendré con la cara redonda a pacificar tus territorios.

    Será tu carne como breve piel exigua,

    un tormento de catedrales y una nación dormitorio,

    asolarán los contingentes de un millón de supervivientes.

    No importa que nadie entienda, tú te comprendes

    y te estimas; la sola fuerza de tu brazo irradia aprecio

    hacia la vida, aunque, y tal vez por eso, todo sea derrota.

    Rey de la angustia, curioso nativo de las horas lascivas,

    tu infierno no será en balde!



    ©
    A Francisca Avaria Muñoz le gusta esto.
  11. Arañando la superficie

    de un dedo investigado

    culmino con hoces las crepitaciones

    del llanto, y asesino, convencido,

    las manifestaciones del odio.

    Admiro, procaces los latidos,

    de un corazón rubicundo, que amonesta

    mi propia insatisfacción neutralizada.

    Escarbo los infatigables depósitos

    del miedo, donde un llanto es una voz,

    y un eco profundiza en horizontes tenues.

    De lascivas tierras prometidas, hasta

    el llanto de una nueva voz.

    Algo que empuja la savia bruta

    del nacimiento hasta las vísceras inquietas

    de la vida y de la tierra.

    ©
  12. I-.



    La noche no era todavía un magma de cosas frontales,

    de cosas u objetos duros como la carcoma o la polilla,

    sobresalían de su nido oscuros mandamientos, símbolos

    de una naturaleza superior que entretejía su manto divino.

    La noche era la ventisca o la lluvia infernales; el corazón

    desnudo ante los trémulos ecos del día, la voz secreta

    que anunciaba un sendero estrellado y espléndido.

    A veces los niños colgaban sus trajes y atuendos

    en la rozadura abollada de un pie, o mentían para no temer

    la vecindad de una mañana de hielo.

    En ocasiones pendían sus cuerpos de la ruptura de un alba

    que temía envejecer, o eran idólatras del trigo y el lúpulo.

    No era la noche un cuerpo sucio y venoso donde trasegar

    viejas canciones de ídolos malsanos, o la constelación de sonidos

    producidos por un oxidado bote de legumbres vacío.

    Tampoco, esa canción de llaves herméticas procurándose

    calor lejos de los abigarrados portalones sin secreto.

    Era, más bien, Simbad y los cuatro o los cinco ladrones

    a las puertas del sepulcro mágico, su sonrisa austera e inestimable.

    Pero andaban tropezándose

    ya, cada ruego con su deseo, cada hueso con su estallido, cada

    trozo de carne con su ebullición. Pero andaban los latidos

    con su insomnio de cosas purulentas y ofensivas, tramando

    jerarquías y odios tras el insondable verdor de un beso caído.

    Andaban los dioses juntando cielos y tierras, arenas y olvidos.

    Trajes con trajes. Formas con presiones. Yemas y dedos, profetas

    y avisperos. Nidos y muerte. Apenas salían los escolares,

    apenas nacían los días y las horas inmensas y fertilizables.



    II-.



    Luz ahogada con bocas de antaño, éstas esperan

    en la hora definitivamente manejable, coriácea, rectangular,

    de franca obsidiana o cristalizable. Luz inquebrantable que navegas

    rectilínea entre paraguas y exigentes monederos, investigas

    el vello y recibes recíprocamente los muslos con un guante

    de locura: mira, el cielo prosternarse ante el cuerpo inclinado

    de mi tierra. Viajo con la ternura incesante y el torso horizontal,

    traslado masas de agua a la carpeta escolar que araño con trozos

    de uña, y medito sobre un ingobernable eje otoñal.

    Mi cuerpo viaja asimismo con fracturas y divisiones,

    con fragmentos de plumajes invernales, constelado en determinadas

    superficies, instalado en lo insomne y abono de cuestiones

    terrestres, puramente. Inservible o inútil, mi cuerpo halla

    su bocanada de humo fuera de los recintos o templos.





    III-.



    Viajo, con utensilios dispares,

    hilvanando, metamorfosis del

    cuerpo, donde se inician insensatas

    las luces proclives a mañana.

    Viajo, con estultos ustedes,

    con diminutos entes glaciares,

    con vestigios dementes de gotas

    pusilánimes, en el fondo, ese pozo

    inacabable de estelas sin peces, sin

    viajes. Desbordado, por los fusiles

    del hambre, por las corrientes herméticas

    que produce un viento helado, viajo, sí,

    por tactos de manivelas y desniveles inauditos.

    Viajo, con pensamientos acotados,

    con navajas perfiladas, con antiguos

    ídolos que penetran mi cuerpo

    con su voz ausente, derribo, las toallas

    de la miel y el goce.





    IV-.



    Mi rostro en el espejo del baño,

    mi cara en el fondo del espejo,

    la caricia insolente de la bruma,

    el viaje, hacia el Norte, me despeja

    y me aturde, al mismo tiempo.

    Dibujo las hélices de un mar estentóreo,

    estridente, cuando baja la marea,

    opino de esto o de aquello.

    La voz, esa cocina de mitos,

    genera esta vez, matemáticas hiladas,

    un sueño de duras analogías

    quebrantadas en el fuego.

    Crepita todavía mi ceniza

    en el hogar abandonado.

    Mi caverna indolentemente

    produce su música de dolmen,

    la misma que antaño

    doró mis útiles defenestrados.



    ©
  13. Estas paredes gelatinosas

    cimbra el odio y la cólera

    conversas con lunas y astros

    en su ópera apenas caben

    humanos mutilados,

    ¿cortaste ya la boca? Oh diosa

    de los apaciguamientos bruscos,

    debemos plegar nuestros bultos

    y ser tu sombra, divinidad mía.

    Encontraremos asido a nuestro petate

    el borracho contumaz que deseamos suprimir.

    Hasta acabar con la reticencia de los labios,

    consumiremos diálogos y cuentos, será

    la noche, un aplauso de nieve sobre la nieve.

    Nos cortarán, no las alas, como corresponde,

    sino solo el sueño que fuimos una vez.

    Apretaremos los labios, con su increíble

    y fascinante jugo, hasta machacar la raíz

    impasible.

    Nos hallaremos dentro de ultramar.

    Aunque nunca, supongo, sabremos

    dónde nos encontramos, tan triste es

    una tumba.

    Nos visitarán quizás animales desconocidos

    solos en esta vida, como nosotros, más no

    cabe exigirles lo que a la mitad de nuestros congéneres.



    ©
  14. Hay gente que palpa mis pies

    su sombra se extiende de pared en pared

    rumia su soledad en la tristeza o en el desvarío

    donde asumen por completo su culpa

    la necedad y el delirio, esas copas vacías

    de ajenjo o absenta.

    Hay gente merodeando mis pies

    como duendes o elfos que rozaran mi cuello

    en bucle, cuando el mediodía

    renueva su participante alegría en mi jovialidad

    externa.

    Se retuerce como un muelle mi numen

    de osadía y vitalidad, remordimientos, eternidades

    vacías, donde pintan sus amuletos,

    largos ángeles de muérdago y nieve.

    Duermo en una ribera desconocida;

    duermo con la colcha separada de mí,

    mientras una multitud de sombras

    renacen para mi cuerpo tumefacto y herido.

    Hay gente que palpa mis pies

    son redes de oxígeno por instantes

    en su malla de pequeños huesos

    duermen junto a astros venerables.

    ©
  15. La nieve se ensangrienta en mis manos

    va durmiendo el halo febril de acosadoras luces

    agigantando la flor acuática del Vesubio

    inhalando humos silvestres que fenecen en las piedras

    un raro grupo de contagiosas setas

    alegran las mañanas tardías de mi madre.

    Voy durmiendo yo también las mañanas,

    acostándome las noches y bebiendo aguas virginales.

    Desprovisto de señuelos o placebos

    indefenso por ley de amuletos taxativos

    indemne de luces o claros peñascos sucesivos

    protegido de ámbar en los lugares recónditos

    mis zonas de acuarela maldecida o de indómita belleza.

    La naturaleza suscribe mi forma indecisa

    preciso de genios para dormir mi cadera

    los muslos femeninos los sueño en vegetal madera

    hasta que alientan en ellos cuerpos y claroscuros.

    Recorro los días con latigazos en el cerebro

    mi vida confirma la sucesión de amistades,

    soy pueblo soy noche y soy latido entre vértebras

    caparazones donde rumian mis elefantes.

    Como polen, así duermo yo entre las lagartijas

    veneradas. Y ausculto el suelo y duermo entre botellas

    desvencijadas, animadas por un falso techo agrícola.

    ©
    A Damari y Pincoya76 les gusta esto.